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Authors: Justin Scott

Tags: #Aventuras

El cazador de barcos (9 page)

Unos cuarenta y cinco mil dólares era más de lo que tenía intención de gastar, pero representaba una ganga por un yate usado que nuevo debía de haber costado ciento veinte mil.

—Es un tesoro —dijo Culling—, y, como persona encargada de venderlo, solamente a mí me corresponde decidir quién se lo merece.

Hardin esbozó una débil sonrisa mirando en dirección al maltratado yate Hinckley.

—¿He superado la prueba?

—Ya suponía que lo conseguiría. Salte con cuidado.

Culling acercó suavemente el bote de remos y esta vez subió a bordo con Hardin.

El barco era más ancho de lo que sugería su recortado perfil y Hardin se detuvo embriagado un momento junto al timón de aluminio, para devorar con la mirada las anchas cubiertas de teca y los suntuosos aparejos e imaginar el placer que sería manejarlos. Era un yate transoceánico capaz de viajar a la velocidad y la distancia que quisiera su patrón.

La grácil cabina era una prolongación del casco de fibra de vidrio, y estaba tan estrechamente incorporada al mismo como el borde cortante de un cuchillo a su hoja. En aquellos lugares donde la madera podía proporcionar comodidad, el barco estaba hecho de ese material; las cubiertas, las cornamusas para amarrar las escotas y la regala habían adquirido una tonalidad gris por efecto de la intemperie.

El espacio de popa era reducido y poco profundo. Hardin levantó las tapas de los asientos, de teca, y encontró varios cajones para guardar cosas, incluido uno que contenía una balsa de salvamento, todos con las sentinas bien selladas. Los imbornales dobles de dos pulgadas lo desaguarían rápidamente si una ola llegaba a inundarlo.

—Tiene tres años —dijo Culling, acariciando los pasamanos con gesto cariñoso—. Once metros y medio de popa a proa. Nueve en la línea de flotación. Uno noventa de calado. Desplaza ocho toneladas. Y con un lastre de tres mil doscientos kilos. Ha estado en Canarias, Río de Janeiro y Fort Lauderdale, y ha regresado aquí vía Azores.

—¿Usted se ha encargado de su mantenimiento? —le preguntó Hardin.

—Así es. No es que necesitara gran cosa. El dueño lo mimaba mucho. Baje y verá.

Abrió la escotilla de metacrilato ahumado, deslizándola con tanta facilidad como si estuviera montada sobre rodillos.

Buena parte de la acción de
El cazador de barcos
transcurre a bordo de un velero similar al que aquí presentamos. Por ello, hemos considerado de interés incluir estas ilustraciones con la esperanza de que sean útiles al profano en la complicada terminología marinera
.

Es fácil comprender que un velero avance empujado por el viento.
Pero no es tan fácil comprender que pueda avanzar contra el viento.
A ello se le llama
ceñir
o
barloventear
.
El viento, que incide sobre el barco formando un ángulo de 45º con el eje de éste, obliga a la embarcación a moverse en la dirección en la que menos resistencia halla:
avante
.

  • 1. Vela mayor
  • 2. Foque (vela pequeña)
  • 3. Spinnaker (gran vela en forma de balón)
  • 4. Palo
  • 5. Popa
  • 6. Proa
  • 7. Línea de flotación
  • 8. Botavara
  • 9. Tangón de spinnaker
  • 10. Rueda del timón
  • 11. Balcón de proa
  • 12. Escota
  • 13. Back Stay
  • 14. Obenque
  • 15. Candelero
  • 16. Stay de proa
  • 17. Babor
  • 18. Estribor
  • 19. Timón
  • 20. Orza
  • 21. Motor
  • 22. Winche

Hardin lo examinó con ojos desconfiados hasta que pudo determinar que tenía casi dos centímetros de espesor y estaba inserto en unas profundas guías, de manera que no podía ser arrancado de cuajo por una ola. Aunque utilizaba los últimos adelantos tecnológicos y los materiales más modernos, a sus cuarenta y tres años, Hardin tenía edad suficiente para haber empezado a navegar cuando los veleros todavía se construían de madera y llevaban velas de lona con escotas de cáñamo de Manila y sentía una conservadora desconfianza hacia artilugios tales como las escotillas de plástico.

Bajó por la escalera hasta el camarote principal. El interior era un diminuto templo de madera de teca, luminoso y bien ventilado, con líneas y cantos redondeados que demostraban que los carpinteros finlandeses eran conscientes de que estaban construyendo un barco y no una casa rodante. Se quedó contemplando apreciativamente la labor de artesanía; luego apartó la belleza de su mente y decidió fijarse en lo esencial.

Los armarios tenían buen aspecto. Estaban limpios y ordenados y bien surtidos con todas las herramientas y materiales de reparación que se encuentran a bordo de un barco bien cuidado. Las velas habían sido protegidas de los rayos del sol y estaban ahora convenientemente guardadas. Recorrió los pañoles de las velas, pasando revista a las enormes existencias.

El propietario había sido un tanto exagerado en lo tocante a las velas y no había escatimado gastos. Si se quedaba con ese barco, Hardin tendría que dejar algunas en tierra a fin de disponer de más espacio para almacenar provisiones. Los armarios donde se guardaban los cabos estaban igualmente bien equipados, las sentinas estaban secas y el motor diesel auxiliar, protegido por una sólida caja insonorizada, estaba limpio y acababan de cambiarle los tubos.

—Veinte caballos —dijo Culling—. Reducción de dos y medio a uno. Depósito de combustible de 95 litros. Puede recorrer hasta trescientas millas a una velocidad de seis nudos.

—¿Hélice dextrógira?

—De dieciséis pulgadas. —Culling hizo un gesto de asentimient—. De tipo abatible.

—¿Generador?

—Alternador acoplado al motor principal.

Para hacer funcionar el equipo que pensaba instalar, Hardin necesitaría un generador bastante potente. Echó una rápida ojeada al panel de mandos y a los interruptores. Como todo a bordo del
Swan
, estaban limpios y en buen estado.

—Muy bien —dijo Hardin—. Saquémoslo del agua. Quiero examinar los fondos.

Culling apuntó la cabeza en dirección a la estrecha hendidura entre los acantilados, con gesto invitador.

—¿No le gustaría hacerlo navegar primero?

Hardin negó con la cabeza.

—Primero quiero asegurarme de que no lleve todo un arrecife adherido debajo.

Culling sonrió.

—Yo soltaré la amarra y usted puede ponerlo en marcha.

Soltó los dobles cabos que sujetaban el barco al noray y asintió complacido cuando el motor se puso a ronronear ansiosamente en cuanto Hardin pulsó el botón de arranque. Hardin se preguntó por centésima vez si tal vez habrían podido eludir el choque del
Leviathan
si él hubiera cambiado el destartalado motor de
La Sirena
antes de iniciar la travesía del Atlántico.

El
Swan
respondía prontamente a sus órdenes; lamentó no tener tiempo de salir a navegar antes un poco. Pero tenía que saber aquella misma noche si ése era el barco que buscaba, pues todavía tenía que conseguir otras cosas igualmente importantes para su plan.

Desde el agua, el varadero de Culling aparecía como un círculo de bien cuidados cobertizos para los barcos, rodeado de enormes casamatas desvencijadas. Oxidados rieles surgían del agua y desaparecían en las sombras de las casamatas como si fueran los huesos de algún monstruo marino varado. Hardin preguntó por qué se alzaban allí aquellas ruinas y Culling le respondió que, a principios de la guerra, había sido una base de reparaciones de las lanchas torpederas que luchaban contra los alemanes en el Canal de la Mancha.

Hardin encaró el
Swan
hacia un raíl más pequeño y en buen estado de funcionamiento y siguió las órdenes que le gritaba el otro, hasta que el casco estuvo firmemente asentado sobre la guía sumergida. El motor que accionaba el cabrestante traqueteó perezosamente, un cable salió del agua y arrastró el barco hasta tierra. Culling apoyó una escalera contra el casco.

Hardin bajó, se metió debajo de la afilada proa y empezó a golpear la fibra de vidrio con el mango de madera de un punzón. Daba un golpe seco a intervalos de pocos centímetros, comprobando metódicamente toda la superficie, con el oído atento para captar el delator sonido blando o hueco que revelaría una deslaminación de las capas de vidrio o una reparación mal hecha.

Estuvo un par de horas comprobando el casco con el punzón. En dos ocasiones, al percibir un sonido que no le gustaba, dio vuelta a la herramienta y hundió la punta del punzón en la fibra de vidrio. La primera vez descubrió una minúscula deslaminación, que probablemente estaba allí desde que había sido fabricado el barco. Aunque no presentaba síntomas que hicieran temer su agravamiento. Culling la marcó con un círculo de tiza.

La segunda parecía más grave. El punzón se hundió con angustiosa rapidez en un punto débil situado en el centro de una abolladura de unos cinco centímetros. Parecía como si el barco hubiera chocado con algún objeto duro y de pequeño tamaño mientras avanzaba a bastante velocidad. Hardin fue golpeando toda la zona circundante, calibrando el alcance del daño sufrido. Cuando tuvo la certeza de que no era un fallo estructural, dejó que Culling lo marcara con un círculo.

Una vez hubo examinado el exterior del casco, Hardin dijo:

—Repare esos dos puntos y pinte el fondo, por favor.

—Todavía no lo ha probado.

—Le pagaré su trabajo tanto si lo compro como si no. ¿Le importa que me quede hasta la noche?

—Conectaré la electricidad.

—Gracias. —Hardin se quedó mirando al hombre, pensativo—. Señor Culling, ¿usted sabe quién soy yo y lo que le ocurrió a mi barco?

Culling asintió, con un destello de curiosidad en sus ojos.

—Sí. Algo he oído. Siento lo ocurrido con su señora.

—Estoy diseñando un aparato electrónico que pueda impedir que vuelva a repetirse un hecho parecido. Un aparato para avisar a los grandes buques.

—¿Cómo piensa hacerlo?

—Tengo un par de ideas. Un radar de largo alcance y gran potencia, por una parte. Y un sistema de escucha de sonar especial. Algo que permita advertirles a tiempo. El caso es que pienso probar todos estos aparatos durante mi crucero. He pensado que tal vez sería posible instalarlos aquí antes de zarpar. Necesitaré algún espacio para trabajar.

—Depende de cuánto necesite —respondió Cullin—. Se acerca el verano… —Encogió los hombros como excusándose.

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