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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Canticos de la lejana Tierra

 

El sol ya no es la estrella eterna e inmutable que todos han conocido: la ciencia ha demostrado que en el año 3620 iniciará un leve proceso de tipo nova, que acabará con la vida en el sistema solar. Durante siglos, la humanidad ha intentado desesperadamente salvar su propia existencia enviando misiones a los planetas habitables más cercanos. Entre esos planetas se encuentra Thalassa, un mundo acuático en el que sólo tres islas volcánicas se encuentran por encima del nivel del mar; pese a la amenaza de Krakan, el gran volcán, los thalassanos han logrado formar una comunidad estable y equilibrada.

Mientras tanto, en la Tierra, a sólo ciento cincuenta años del apocalipsis, han descubierto al fin el secreto de las enormes e inagotables fuentes de energía del universo. Tres años antes del fin parte la
Magallanes
, la primera y última nave espacial terrestre que utiliza esa tecnología. El destino de la
Magallanes
, su tripulación y el millón de seres humanos que transportan en hibernación es el planeta Sagan Dos; sin embargo, debido a que el escudo de hielo que protege la nave de la radiación se ha deteriorado muy rápidamente, hacen una escala en Thalassa para reponerlo.

A partir de ahí, los tripulantes de la Magallanes se enfrentan a un gran dilema: ¿deben seguir con el viaje, ahora que han descubierto que su objetivo se ha cumplido ya en Thalassa?

Cánticos de la lejana Tierra
hace verdadero honor a la sonoridad de su título. Realmente es una historia a medio camino entre la nostalgia de un pasado que ya no podrá ser recuperado y un futuro que aún está por labrar. Los tripulantes de la Magallanes son la expresión de esta lucha entre la añoranza y la esperanza, en especial cuando descubren en Thalassa un trozo de lo que han dejado atrás.

Arthur C. Clarke

Cánticos de la lejana Tierra

ePUB v2.1

Alias
24.06.12

Título original:
The Songs of Distant Earth

Arthur C. Clarke, Mayo 1989

Traducción: Francisca Graelis Reynoso

Ilustración de portada: Maciej Garbacz

Diseño/retoque portada: juanmramos

Editor original: juanmramos

Corrección de erratas: Joel Barish, Arensivia

ePub base v2.0

Para Tamara y Cherene,

Valerie y Hector,

con amor y lealtad

No existe en ningún otro lugar del espacio ni en otros mundos hombres con quienes compartir nuestra soledad. Puede que exista el saber, puede que exista el poder; puede que en algún lugar del espacio unos magníficos instrumentos contemplen vanamente nuestra nube flotante y sus ocupantes estén ansiosos como lo estamos nosotros. No obstante, en la naturaleza de la vida y en los principios de la evolución hemos tenido nuestra respuesta. De los hombres de otra procedencia, no habrá jamás ninguna.

LOREN EISELEY

El inmenso viaje (1957)

He escrito un libro perverso, y me siento tan inmaculado como un cordero.

Melville a Hawthorne (1851)

Nota del autor

Esta novela está basada en una idea desarrollada hace casi treinta años en un relato corto que lleva el mismo título (ahora recogido en mi colección
El otro lado del cielo
. Sin embargo, esta nueva versión ha estado directa, y negativamente, inspirada por la reciente invasión de series espaciales en televisión y en el cine. (Pregunta: ¿Qué es lo contrario de inspiración: expiración?).

No me interpreten mal: he disfrutado mucho con
La guerra de las galaxias
 y las producciones de Lucas y Spielberg, para citar sólo los más famosos ejemplos de este género. Pero estas creaciones son pura fantasía, no ciencia ficción en el sentido estricto del término. Actualmente parece casi seguro que la velocidad de la luz no puede ser superada en el universo real. Incluso la más cercana de las galaxias estará siempre a décadas o siglos de distancia: ningún Warp Seis les llevará de un episodio a otro en el período de una semana. El gran Productor en el Cielo no planeó su programa de este modo.

En la última década ha habido, además, un notable, y bastante sorprendente, cambio en la actitud de los científicos sobre el problema de la inteligencia extraterrestre. Este tema no adquirió credibilidad (excepto entre personajes dudosos, como los escritores de ciencia ficción) hasta los años sesenta: la publicación de
La vida inteligente en el universo
(1966), de Shklovskii y Sagan, marcó el hito.

Sin embargo, se ha producido un retroceso. El fracaso en el intento de encontrar indicios de vida en el Sistema Solar, o de registrar señales interestelares que nuestras potentes antenas podrían captar fácilmente, ha llevado a algunos científicos a sostener que «quizás estamos solos en el Universo...» Frank Tipler, el más conocido exponente de esta teoría, ha ultrajado deliberadamente a los seguidores de Sagan dando a uno de sus artículos el provocativo título de «No existe vida inteligente extraterrestre». Carl Sagan y otros estudiosos sostienen (y yo con ellos) que es demasiado pronto para llegar a conclusiones tan tajantes.

Mientras tanto, esta controversia hace furor; como bien se ha dicho, cualquiera de las dos respuestas será aterradora. La cuestión sólo puede ser zanjada por la evidencia, y no por la lógica, aunque sea plausible. Me gustaría que se dejara reposar esta polémica durante una o dos décadas, mientras los radioastrónomos rastrean, cual mineros en busca de oro, a través de los torrentes de ruidos procedentes del espacio.

Esta novela es, entre otras cosas, mi intento de crear una ficción interestelar completamente real, del mismo modo que en
Preludio al espacio
(1951) utilicé tecnología existente, o con rasgos de veracidad, para describir el primer viaje del hombre más allá de los confines de la Tierra.

No hay nada en este libro que desafíe o niegue los principios conocidos, la única extrapolación científica es la propulsión cuántica, e incluso procede de una teoría bastante respetable. (Véase los agradecimientos.)

Si eso resultara ser castillos en el aire, hay varias alternativas posibles, y si nosotros, hombres del siglo XX, podemos imaginarlas, la ciencia del futuro descubrirá, sin duda, algo mucho mejor.

ARTHUR C. CLARKE

Colombo, Sri Lanka

3 de julio de 1985

I
Thalassa
1
La playa de Tarna

Antes de que el barco cruzara el arrecife, Mirissa ya sabía que Brant estaba enfadado. La actitud tensa de su cuerpo mientras llevaba la caña, y el solo hecho de que no hubiera dejado en las manos capacitadas de Kumar este último tramo, le indicaban que estaba disgustado por algo.

Abandonó la sombra de las palmeras y anduvo lentamente hacia la playa, la arena húmeda se hundía bajo sus pies. Cuando llegó a la orilla, Kumar ya estaba doblando la vela. Su hermano «pequeño», casi ya tan alto como ella y todo músculo, la saludó alegremente con la mano. Cuántas veces había deseado que Brant tuviera el carácter amable de Kumar, al que ningún contratiempo parecía afectar.

Brant no esperó que el barco chocara con la arena. Saltó al agua, que le llegaba a la cintura, y, salpicando furiosamente se acercó a ella. Llevaba entre las manos una masa de metal retorcido bordeada de alambres rotos y se la mostró.

—¡Mira! —gritó—. ¡Lo han hecho otra vez!

Con la mano libre señaló el norte.

—¡Esta vez no voy a dejar que se salgan con la suya, y la alcaldesa podrá decir lo que le dé la gana!

Mirissa se apartó mientras el pequeño catamarán, como si fuera una bestia marina prehistórica que asaltara por primera vez tierra firme, avanzaba lentamente hacia la playa sobre sus rodillos. En cuanto estuvo fuera del agua, Kumar paró el motor y bajó de un salto para reunirse con su todavía iracundo capitán.

—Me paso la vida diciéndole a Brant que puede ser una casualidad, quizá sea un ancla abandonada. Después de todo, ¿por qué razón los del Norte harían algo así?

—Yo te lo diré —respondió Brant—: porque son demasiado perezosos para lograr la tecnología por ellos mismos. Porque tienen miedo de que pesquemos demasiado peces. Porque...

Se dio cuenta de la sonrisa del otro y le lanzó el amasijo de alambres rotos, que parecía la cama de un gato. Kumar lo recogió sin esfuerzo.

—De todas maneras, aunque esto haya sido sólo un hecho accidental, no tienen que anclar aquí sus barcos. Esto está claramente especificado en el cartel: «NO PASAR — PROYECTO DE INVESTIGACIÓN», así que, de todos modos, voy a elevar una protesta.

Brant había recobrado su buen humor, incluso cuando tenía sus más furibundos ataques de ira, sólo le duraban unos minutos. Para mantener un buen estado de ánimo, Mirissa empezó a pasarle los dedos suavemente por la espalda y le habló con su voz más dulce:

—¿Habéis pescado algún pez que valga la pena?

—Por supuesto que no —respondió Kumar—. A él sólo le interesa cazar estadísticas, kilogramos por kilovatio, todas esas tonterías. Gracias a Dios que me llevé mi red. Hoy cenaremos aún.

Se acercó al catamarán y sacó casi un metro de fuerza y belleza aerodinámica. Sus colores ya empezaban a palidecer y sus ojos ciegos tenían la mirada helada de la muerte.

—Normalmente no se encuentran piezas como ésta —dijo con orgullo. Estaban admirando su trofeo cuando la historia irrumpió en Thalassa y el mundo simple y sin complicaciones que habían conocido en su corta vida acabó de repente.

La señal de su paso estaba escrita en el cielo como si una mano gigantesca hubiera pasado una tiza sobre la cúpula azul del firmamento. Cuando estaba observándolo, el brillante rastro de vapor empezó a difuminarse en los bordes, convirtiéndose en un manojo de nubes para luego asemejarse a un puente de nieve tendido entre los dos horizontes. Un lejano estruendo se aproximaba desde los confines del espacio. Era un sonido que Thalassa no había oído desde hacía setecientos años, pero que cualquier niño podía reconocer inmediatamente.

A pesar del calor de la noche, Mirissa se estremeció y su mano buscó la de Brant. Este, aunque entrelazó sus dedos con los de ella, permaneció impasible. Y siguió mirando fijamente el cielo partido en dos.

Incluso Kumar parecía subyugado, pero a pesar del lío fue el primero en hablar.

—Alguna de las colonias nos debe de haber encontrado.

Brant, escéptico, negó lentamente con la cabeza.

—¿Qué interés tendrían en nosotros? Deben de tener mapas antiguos, y sabrán que Thalassa es prácticamente un gran océano. No tiene ningún sentido que vengan aquí.

—Quizá sea por curiosidad científica —sugirió Mirissa—. Para saber qué ha sido de nosotros. Siempre he dicho que había que reparar la red de comunicaciones...

Esta era una antigua discusión que se producía cada pocas décadas. En general, todo el mundo estaba de acuerdo en que, algún día, Thalassa debería reconstruir el gran plato de la Isla del Este, destruido en la erupción del volcán Krakan, cuatrocientos años atrás. Pero había tantas cosas más importantes que hacer... o sencillamente, cosas más divertidas.

—Construir una nave es un proyecto enorme —dijo Brant, pensativo—. No puedo creer que ninguna colonia lo haga, a no ser que tenga un buen motivo para ello. Como la Tierra...

Su voz se desvaneció en silencio. Después de tantos siglos era una palabra difícil de pronunciar.

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