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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Aurora

 

Aurora es el resultado de los primeros fineses de «filósofo errante» que pasó Nietzsche tras abandonar definitivamente su puesto docente en Basilea y marca el comienzo de la guerra que el filósofo entabló con la moral occidental.

Es el anuncio del nuevo día que habrá de suponer la subversión radical de todos los valores que hasta ahora habían sustentado a Occidente y que no era más que el producto de una forma de vida decadente y reactiva basada en la negación del propio ser, de los propios distintos vitales sometidos y subyugados por la religión y la moral.

Este libro es una apuesta por la afirmación frente a la negación, por la vida frente a la muerte, por el vital decir sí frente a toda moral de renuncia y de negación y con esta obra se abría para Nietzsche una nueva vida, libre de las ataduras institucionales, y libre también de las ataduras simbólicas que hasta ahora lo habían ligado a Wagner y el esteticismo, y a Schopenhauer y el pesimismo.

Friedrich Nietzsche

Aurora

Reflexiones sobre los prejuicios morales

ePUB v1.1

boterwisk
23.07.12

Título original:
Morgenröthe. Gedanken über die moralischen Vorurtheile

Friedrich Nietzsche, 1994.

Traducción: Eduardo Mateo Sanz

Diseño/retoque portada: boterwisk

Editor original: boterwisk (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

EL COMIENZO DE LA CAMPAÑA NIETZSCHEANA CONTRA LA MORAL

Culpar a otros de nuestras desdichas es una

muestra de ignorancia; culpamos a nosotros mismos

constituye el principio del saber; abstenerse

de atribuir la culpa a otros o a nosotros mismos es

muestra de perfecta sabiduría
.

EPICTETO

I

Nietzsche recogió en
Aurora
una serie de aforismos concebidos y redactados entre febrero de 1880 y abril de 1881. Tiene el autor treinta y seis años. Sus dolores constantes de cabeza y de estómago le han inducido a abandonar su cátedra en la Universidad de Basilea. Inicia, así, una vida errante y solitaria, buscando en invierno las costas soleadas del Mediterráneo y en verano las serenas alturas de los Alpes suizos. Atrás ha quedado su etapa de filólogo académico. Su pensamiento filosófico más original empieza a tomar cuerpo. Ha terminado
Humano, demasiado humano
; ahora redacta notas dispersas en Riva, a orillas del lago Garda; en Venecia, junto a su fiel discípulo y amanuense Peter Gast; en el balneario de Marienbad; en Naumburg, con su madre y su hermana; y, finalmente, en Génova, adonde llega enfermo y solo en noviembre de 1880. Habita en una buhardilla situada en un lugar recoleto, y da largos paseos por desiertas y umbrías avenidas, por callejuelas sinuosas o por las alturas fortificadas de la ciudad desde donde se divisa el amplio círculo de la bahía y el puerto.

Este escenario grandioso acoge con su clima benigno al pensador que a él acude en busca de soledad y que lucha dolorosamente con su enfermedad, como puede constatarse leyendo las cartas que dirige a sus amigos más íntimos.

«Una vez más —escribe a su madre y a su hermana— trato de encontrar una vida en armonía conmigo mismo, y creo que éste es también el camino hacia la salud; hasta ahora, por lo menos, lo que he hecho por los otros caminos ha sido sólo dejar jirones de salud. Quiero ser mi propio médico, y para ello me hace falta serme en lo más profundo fiel a mí mismo y no prestar oídos a nada extraño. ¡No puedo deciros el bien que me hace la soledad!». Nietzsche ansia, pues, que la soledad y el sol mediterráneo disipen en torno a él las brumas de la filosofía idealista, la presunción de los filólogos y eruditos, el ambiente mediocre y fanático de las villas alemanas. Como un «animal marino sobre las rocas», espera que la brisa salobre deje su espíritu en libertad, que ahuyente de él todos los prejuicios, empezando por el más poderoso y arraigado de ellos:
el prejuicio de la moral
. «Prácticamente todas las frases del libro —señala refiriéndose a
Aurora
— están ideadas,
pescadas
en ese conjunto caótico de rocas que hay cerca de Génova, en el que me encontraba a solas, confiando mis secretos al mar».

Una vez acabada la obra, en la que ha intentado no proyectar sus sufrimientos físicos, envía el manuscrito a Gast para que lo pase a limpio y corrija sus errores gramaticales. La respuesta animosa y confiada del discípulo no tarda en llegar. Y, con ella, la sugerencia de un cambio de título, indicado por un verso del
Rig Veda
que Gast copia a su maestro: «¡Hay tantas auroras que aún no han despuntado!». El filósofo había recopilado sus aforismos bajo la denominación de
Sombra de Venecia
—en recuerdo de la ciudad que tanto le había encantado— y de
La reja del arado
, señalando metafóricamente su proyecto de remover todos los terrenos sobre los que los pensadores erigen sus ilusorios edificios y, en especial, el sólido terreno de nuestra fe en la moral. Aunque, en un primer momento,
Aurora
le parece un título «demasiado sentimental, oriental y de escaso buen gusto», acaba aceptándolo «por la ventaja de que se presupone un estado de ánimo más alegre en el libro que con otro título, y se lee en otra disposición».

Tal vez ningún libro haya nacido de una necesidad más indómita de independencia. Durante su concepción y redacción, Nietzsche había procurado no dejarse influir por persona o libro algunos. Sus únicos interlocutores son las fuerzas vitales a las que apela e interroga con febril impaciencia, desesperándose muchas veces ante su permanente silencio. Nietzsche sufre, así, los dolores e incomprensiones de todo innovador solitario. Su pensamiento es intempestivo, pletórico de nostalgia del futuro, precursor de un «gran mediodía» que aún está por llegar y del que sólo se vislumbran los primeros albores de su aurora. Y es que el interés y el valor de
Aurora
, como ha señalado Lou Andreas-Salomé, estriba en que marca un hito entre un mundo antiguo y un mundo nuevo. La nueva mañana, la aurora que persigue el autor, y de la que únicamente percibe rápidos destellos y fugaces relámpagos, consiste en una inversión de todos los valores, «en una liberación de todos los valores morales, en un afirmar y en un creer en todo lo que hasta hoy se ha venido prohibiendo, despreciando y maldiciendo».

Se trata, pues, de «taladrar», de «socavar», de «roer» los fundamentos presuntamente sólidos de la fe ciega que los hombres tienen en la moral. ¿Cómo? Remontándose a los orígenes de esa fe, reconstruyendo y analizando las condiciones históricas de la época en que surgió y el estado psicofisiológico de quienes la instauraron. Es aquí donde la moral revela su verdadero rostro, en cuanto producto de la vida contemplativa de antaño. Para Nietzsche, el contemplativo no es más que una forma debilitada del bruto humano primitivo que, cuando se siente débil y cansado, se dedica a pensar. Esa debilidad y ese cansancio le impelen a despreciar la vida, siendo tal actitud la que configura el pensamiento de los primeros poetas, de los primeros sacerdotes y de los primeros filósofos. La fuerza de éstos radica en los medios mágicos de que disponen, en su capacidad de influir en el pueblo aterrorizándole con los castigos de ultratumba; de no haber ocurrido así, los despreciados habrían sido esos pensadores cansados, enfermizos, débiles. De este modo, se impone un modelo de existencia que abandona la acción para abrazar pálidas imágenes verbales, entre seres invisibles, impalpables y mudos.

En suma, la crítica de Nietzsche a la moral se centra en un remontarse a las fuentes, método llamado
genealógico
que, según Jean Beaufret, fue el más constantemente empleado por Nietzsche. Es de añadir que esta genealogía no implica solamente una historia —aun cuando pueda, y aun deba, suponer una historia—, sino, sobre todo, un bucear en el ser del hombre como individuo histórico. En la medida en que la moral se da en el seno de lo colectivo y es, antes que nada, obediencia a las costumbres, un espíritu libre, esto es, un individuo que aspira sobre todo a ser fiel a sí mismo, ha de entrar en contradicción con los usos establecidos. En conclusión, Nietzsche critica la moral en nombre de la individualidad, de la excepción no regulable por normas universales, es decir, por usos que determinan las conductas y los juicios de las medianías despersonalizadas que aceptan sin cuestionar lo que la tradición ha consagrado e impuesto. Es en esa denuncia, que recurre a la historia y a la psicología científicas para llevar a cabo el desenmascaramiento de la moral como debilidad, patología, cansancio e ilusión, donde Nietzsche se muestra como un ilustrado. Hay que matizar, empero, que nuestro autor —como ha explicado Fink— «no cree con absoluta seriedad en la razón, en el progreso, en la “ciencia”, pero los utiliza como medio para poner en duda la religión, la metafísica, el arte y la moral, para hacer de ellos “cosas discutibles”. (…) El espíritu libre no es libre porque viva de acuerdo con el conocimiento científico, sino que lo es en la medida que utiliza la ciencia como un medio para liberarse de la gran esclavitud de la existencia humana respecto a los “ideales”, para escapar al dominio de la religión, de la metafísica y de la moral». En este sentido, la crítica nietzscheana es radical, alcanza a sus fundamentos y, en consecuencia, afecta también a las nuevas religiones laicas que sustituyen el culto a Dios por el culto a la humanidad, por la veneración de lo colectivo. Una crítica radical a la religión debe suponer, necesariamente, una crítica a la moral que se mantiene y que reaparece bajo nuevas formas secularizadas, que perpetúan la ilusión de la igualdad de todos los hombres y el mito de la voluntad libre y responsable como supuesto teórico que permite dar rienda suelta al resentimiento dispensador de castigos a quienes no se acomodan a la norma establecida.

La crítica a la moral exige, lógicamente, un distanciamiento de lo social. Únicamente en la soledad, el individuo se descubre a sí mismo, toma conciencia de sus posibilidades y de su poder, se encuentra en situación de crear, de arrancar sus verdades desnudas a una naturaleza que fluye inocentemente, ajena a las categorías morales, más allá del bien y del mal. Esto explica el retiro y la soledad que Nietzsche se impone para dar a luz los pensamientos que plasma en
Aurora
. Igual disposición de espíritu se exige al lector para obtener una cabal comprensión del contenido de sus páginas. El propio autor lo advierte: «Un libro como éste no se ha escrito para ser leído deprisa, de un tirón, ni en alta voz. Hay que abrirlo muchas veces, sobre todo mientras paseamos o viajamos. Es necesario poder sumergirse en él, mirar luego a otra parte y no encontrar a nuestro alrededor nada de lo que nos es habitual».

II

Aurora
es un libro compuesto por 575 fragmentos —más o menos extensos— agrupados en cinco partes, en las que se tratan temas distintos, unificados sólo por un fondo común, que es la rebelión nietzscheana contra la moral. Tal vez resulte inútil tratar de reconstruir el plan original del autor, que en el libro se encuentra sumamente difuminado. Nietzsche lanza sus dardos conforme éstos le asaltan a él. La cuestión no está en hilar un discurso largo y premiso, sino en poner al descubierto la endeblez, la mendacidad, los móviles a los que obedece la forma de proceder y de razonar que caracteriza a la moral. Con todo, la división original de la obra, cuya temática Nietzsche se propuso desarrollar, se estructura en tres apartados. El primero estaría dedicado a la vida contemplativa como origen de la moral en el sentido antes expuesto. El segundo —titulado «Los Emigrantes»— se referiría a la gran emigración que nos lleva de la patria de nuestras costumbres y de nuestros orígenes a la patria en la que seremos creadores y estaremos libres de prejuicios. El tercero trataría de esa «nueva pasión» que es la probidad intelectual, la honradez y la sinceridad a las que apela el pensador alemán para reconocer y aceptar el origen «humano, demasiado humano» de las ideas presuntamente trascendentes del idealismo en todas sus formas y el origen vergonzante de nuestros sentimientos morales, tenidos por sublimes y hermosos. Desde esta óptica, el obrar moral aparece respondiendo a motivos que no tienen nada que ver con la ética. Nietzsche apunta aquí en una dirección que le acerca al psicoanálisis de Freud. Así, escribe: «El someterse a las leyes de la moral puede deberse al instinto de esclavitud, a la vanidad, al egoísmo, a la resignación, al fanatismo o a la irreflexión. Puede tratarse de un acto de desesperación o de un sometimiento a la autoridad de un soberano. En sí, no tiene nada de moral». En un aspecto concreto, la denuncia que Nietzsche hace de la moral se dirige a desenmascarar los auténticos móviles de sentimientos y actitudes tales como el altruismo, la compasión, la renuncia a uno mismo, el afán justiciero de impartir castigos, la castidad, la humildad, etc. Es en este terreno donde, a mi juicio, el autor muestra una perspicacia implacable, llegando a los más íntimos recovecos del psiquismo humano.

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