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Authors: Ken Follett

Tags: #Aventuras, Histórica

Un lugar llamado libertad

 

Ser minero del carbón en la Escocia del siglo XVIII significaba servidumbre y sufrimiento. Por eso Mack McAsh se enfrentó a su amo, lo que le obligó a huir. Para el joven comenzó una odisea, que le llevó a Londres y luego a las colonias de América del Norte, convertidas más que nunca en esperanza de libertad. Bajo el ropaje de una trepidante novela de acción en la que afloran los mejores sentimientos —el amor, la generosidad, la entrega a los otros—,
Un lugar llamado libertad
es una obra apasionante donde brilla el talento narrativo de uno de los autores más reconocidos de nuestro tiempo.

Ken Follett

Un lugar llamado libertad

ePUB v1.1

Carlos.
13.05.12

Título original:
A place called freedom

Ken Follett, 1995.

Traducción: María Antonia Menini

Editor original: Carlos.

ePub base v2.0

a la memoria de John Smith

Estuve haciendo mucho de jardinero cuando me trasladé a vivir a High Glen House, y así fue como encontré el collar de hierro.

La casa se estaba desmoronando y en el jardín abundaban las malas hierbas. Una anciana medio loca había vivido veinte años allí y jamás le había dado una mano de pintura. Cuando murió, le compré la casa a su hijo, el concesionario de la Toyota en Kirkburn, la ciudad más próxima, situada a ochenta kilómetros de distancia.

Puede que ustedes se pregunten qué razón pudo tener una persona para comprar una casa medio en ruinas a ochenta kilómetros de ningún lugar. Pero es que a mí me encanta este valle. Hay tímidos ciervos en los bosques y hasta un nido de águilas en la cumbre del cerro. En el jardín me solía pasar el rato apoyado en el azadón, contemplando las laderas verde-azuladas de las montañas.

Pero también cavaba un poco. Decidí plantar unos cuantos arbustos alrededor del cobertizo, porque el aspecto del edificio no es muy agradable —paredes de chilla sin ventanas— y yo quería disimularlo.

Mientras cavaba la zanja, encontré una caja.

No era muy grande, aproximadamente del mismo tamaño de esas cajas que contienen doce botellas de buen vino. Tampoco era bonita: simple madera sin barnizar ensamblada con unos clavos oxidados. La rompí con la pala del azadón.

Dentro había dos cosas.

Una de ellas era un viejo y voluminoso libro. Me emocioné mucho al verlo. A lo mejor, era una Biblia familiar con una intrigante historia escrita en la guarda… los nacimientos, las bodas y las muertes de personas que habían vivido en mi casa cien años atrás. Pero sufrí una decepción. Cuando lo abrí, descubrí que las páginas se habían convertido en pasta. No se podía leer ni una sola palabra.

El otro objeto era una bolsa de hule. También estaba podrida y, cuando la toqué con mis guantes de jardinería, se desintegró. Dentro había un anillo de hierro de unos dieciocho centímetros de diámetro.

Estaba deslucido, pero la bolsa de hule había impedido que se oxidara.

Su apariencia era muy tosca y probablemente lo habría hecho un herrero de pueblo. Al principio, pensé que era una pieza de un carro o un arado. Pero ¿por qué motivo alguien lo habría envuelto en un hule para que se conservara? El anillo estaba roto y doblado. Pensé que, a lo mejor, era un collar de algún prisionero y que, al fugarse éste, habría sido cortado con alguna pesada herramienta de herrero y doblado para poder sacarlo
.

Me lo llevé a casa y empecé a limpiarlo. Como la tarea resultaba muy pesada, lo dejé una noche en remojo en un producto antioxidante y, al frotarlo a la mañana siguiente con un trapo, apareció una inscripción
.

Estaba grabada con unas plumadas muy anticuadas y tardé un poco en descifrarla, pero decía lo siguiente
:

«Este hombre es propiedad de sir George Jamisson de Fife A.D. 1767»
.

Lo tengo aquí, encima de mi escritorio, al lado del ordenador. Lo utilizo como pisapapeles. A menudo lo tomo, lo manoseo y vuelvo a leer la inscripción. Si el collar de hierro pudiera hablar, me pregunto, ¿qué historia contaría?

I. Escocia

1

L
a nieve coronaba los cerros de High Glen y cubría las boscosas laderas con manchas nacaradas, como una joya sobre la pechera de un vestido de seda verde. Al fondo del valle, una rápida corriente bajaba entre heladas rocas. El fuerte viento que soplaba tierra adentro desde el Mar del Norte llevaba consigo tormentas de aguanieve y granizo.

Para acudir a la iglesia por la mañana los gemelos Malachi y Esther McAsh seguían un camino en zigzag que discurría por la pendiente oriental del valle. Malachi, llamado Mack, llevaba una capa a cuadros escoceses y unos pantalones de
tweed
, pero sus piernas estaban desnudas por debajo de la rodilla y los pies sin calcetines se le congelaban en el interior de los zuecos de madera. Sin embargo, era joven y de sangre ardiente, por lo que apenas notaba el frío.

Aquél no era el camino más corto para ir a la iglesia, pero High Glen lo entusiasmaba. Las altas laderas de los montes, los tranquilos y misteriosos bosques y las cantarinas aguas constituían un paisaje familiar para su alma. Ya había visto una pareja de águilas nidificar tres veces allí. Como las águilas, él también había robado el salmón de la finca en el fecundo río y, como los ciervos, se había ocultado entre los árboles, inmóvil y en silencio, cuando llegaban los guardabosques.

La propietaria de la finca era lady Hallim, viuda y con una hija.

Las tierras del extremo más alejado de la montaña pertenecían a sir George Jamisson y constituían un mundo completamente distinto.

Los ingenieros habían abierto unos grandes agujeros en las laderas de los montes y unas artificiales colinas de escorias desfiguraban el valle. Grandes carros llenos hasta el tope de carbón avanzaban por el fangoso camino y el río bajaba negro de polvo. Allí vivían los gemelos, en una aldea llamada Heugh, una larga hilera de bajas casitas de piedra que se encaramaba por la colina como una escalera.

Eran las versiones masculina y femenina de la misma imagen.

Ambos tenían un cabello rubio ennegrecido por el polvo del carbón y unos impresionantes ojos verde claro. Ambos eran de baja estatura y anchas espaldas y ambos poseían unas piernas y unos brazos muy musculosos y eran muy testarudos y discutidores.

Las discusiones constituían una tradición familiar. Su padre había sido un inconformista visceral, siempre en desacuerdo con el Gobierno, la Iglesia o cualquier otra autoridad establecida. Su madre había trabajado para lady Hallim antes de casarse y, como muchos criados, se identificaba con la clase alta. Un amargo invierno en que la mina permaneció un mes cerrada a causa de una explosión, su padre murió a causa del llamado esputo negro, la tos que mataba a tantos mineros del carbón; su madre enfermó de neumonía y murió unas semanas después. Pero las discusiones seguían, generalmente los sábados por la noche, en el salón de la señora Wheighel, que era lo que más se parecía a una taberna en la aldea de Heugh.

Los trabajadores de la finca y los aparceros pensaban lo mismo que su madre. Decían que el rey había sido nombrado por Dios y que por eso la gente tenía que obedecerle. Los mineros del carbón habían oído otras ideas distintas. John Locke y otros filósofos decían que la autoridad de un gobierno sólo puede emanar de la autoridad del pueblo. A Mack le gustaba esa teoría.

Pocos mineros sabían leer, pero la madre de Mack si sabía y él había insistido mucho en que le enseñara. Y ella había enseñado a leer a sus dos hijos, sin prestar la menor atención a las burlas de su marido, el cual le decía que tenía unas ideas impropias de su condición social. En casa de la señora Wheighel, Mack solía leer en voz alta artículos del
Times
y del
Edimburgh Advertiser
y de periódicos políticos como el radical
North Briton
. Los periódicos eran de varias semanas e incluso de meses atrás, pero los hombres y las mujeres de la aldea escuchaban con avidez los largos discursos que se reproducían al pie de la letra, las diatribas satíricas y los reportajes sobre huelgas, protestas y disturbios.

Después de una discusión un sábado por la noche en casa de la señora Wheighel, Mack escribió la carta.

Ningún minero había escrito jamás una carta, por lo que hubo largas consultas a propósito de cada palabra. Estaba dirigida a Caspar Gordonson, un abogado de Londres que escribía artículos en los periódicos en los que se ridiculizaba al Gobierno. La carta se confió al buhonero tuerto Davey Patch para que la echara al correo y Mack se preguntó si alguna vez llegaría a su destino.

La respuesta había llegado la víspera y había sido la experiencia más emocionante que jamás le hubiera ocurrido en su vida. Pensó que cambiaría su existencia hasta dejarla irreconocible. Y que quizá le permitiría alcanzar la libertad.

Desde que él recordara, siempre había ansiado ser libre. De niño, envidiaba a Davey Patch, el cual recorría las aldeas vendiendo cuchillos, cuerdas y baladas. Lo más maravilloso de la vida de Davey era, para el pequeño Mack, el hecho de que pudiera levantarse al amanecer e irse a dormir cuando le apeteciera. Desde la edad de siete años, su madre lo despertaba unos minutos antes de las dos de la madrugada para que bajara a la mina donde se pasaba quince horas trabajando hasta las cinco de la tarde. Entonces regresaba a casa muerto de agotamiento y a menudo se quedaba dormido mientras se comía las gachas de la cena.

Ahora Mack ya no quería ser buhonero, pero seguía aspirando a una vida distinta. Soñaba con construirse una casa en un valle como High Glen sobre un terreno que fuera suyo; con trabajar desde el amanecer hasta el ocaso y poder descansar durante todas las horas nocturnas e irse a pescar los días de sol en un lugar donde los salmones no pertenecieran al terrateniente sino a quienquiera que los atrapara. Y la carta que sostenía en la mano significaba que, a lo mejor, sus sueños se podrían convertir en realidad.

—No estoy muy segura de que sea muy adecuado leerla en voz alta en la iglesia —le dijo Esther mientras ambos caminaban por la helada ladera de la montaña.

—¿Por qué no? —replicó Mack, a pesar de que él tampoco lo estaba demasiado.

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