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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (9 page)

—Fuera de bromas —dije en alto.

¿Cómo podía resolver aquello? Soy consciente de que tengo una personalidad fracturada, en cierto modo. No es exactamente personalidad múltiple, pero lo que está claro es que sí hay conductores diferentes al volante dependiendo de mi humor y de mis necesidades. Con el paso de los años he sido capaz de identificarlos y de hacer las paces con las tres personalidades dominantes: el hombre moderno, el guerrero y el poli. En este momento los tres intentaban hacerse con el control.

El hombre moderno, mi parte civilizada, estaba en modo negación total. No quería creer en monstruos y no se sentía nada cómodo entre departamentos secretos del Gobierno y toda esa mierda tipo James Bond. El guerrero estaba a gusto con el rollo ese de capa y puñal porque en parte lo definía, le daba la posibilidad de ser quién era: un asesino. Resultaba útil en un tiroteo, pero apenas le dejaba salir a jugar. Se le daban fatal las reuniones de té. Luego estaba el poli. Esa parte de mí había sido la dominante durante los últimos años y también conservaba las partes más nobles de la personalidad del guerrero: los códigos éticos y las reglas.

Cerré los ojos y me recosté para hacer respiración meditativa y dejé que mis personalidades lo arreglasen entre ellas. Casi siempre era el poli el que hacía callar a las demás. El poli era el pensador. Desmonté todo aquello pieza a pieza y puse todo sobre la mesa para que el poli pudiese echar un buen vistazo.

Había piezas que no encajaban. Lo más evidente era el hecho de que los terroristas que matamos en el almacén formaban un grupo heterogéneo. Estos tíos no son conocidos por su tolerancia y su espíritu de equipo.

El plan suicida también era raro. Todos los hostiles del almacén estaban infectados con una enfermedad y tenían que tomar dosis regulares de un antídoto para permanecer con vida. Eso era impresionante, pero también parecía exagerado. Era demasiado sofisticado para sus propósitos, teniendo en cuenta que esa simple amenaza debería haber bastado. También implicaba un grado de sofisticación tecnológica que, por lo que pude juzgar, estaba fuera del alcance de una célula extremista normal. Si todo esto era real y si resultaba que la plaga que creó a estos caminantes había sido desarrollada por la misma mente, o mentes, que creó o crearon la enfermedad de control, entonces el DCM podía tener ante él a un científico loco del mundo real. Si estuviese de otro humor o cualquier otro día eso podría resultar gracioso, pero ahora mismo me ponía los pelos de punta.

Y luego estaba Javad. ¿Estaba muerto de verdad o lo habían reanimado de alguna manera? ¿Imposible? Por supuesto. Y aun así, sé lo que vi.

«A partir de ahora —había dicho Church—, puede que consideremos la palabra "muerto" como un término relativo.»

Me costaba creer que Javad fuese la única persona infectada. En el almacén no había ningún laboratorio. Church también tenía que saberlo y yo debería haber hecho hincapié en ello. Al oír la campanita del temporizador del horno abrí los ojos. Me llevé la pizza al pequeño rincón que había junto a la cocina, donde tenía el ordenador. Me comí un trozo mientras cargaba. Luego me puse a trabajar. El poli se había puesto en marcha. Church había dicho que si buscaba no encontraría nada sobre él ni sobre el DCM. Quería poner aquella afirmación a prueba así que me pasé la noche despierto buscando en Internet.

Hice una búsqueda sobre el almacén que Church había estado utilizando. Baylor Records Storage. Para profundizar más tenía que registrarme en la página web del comercio y eso suponía un gran riesgo. Todo queda registrado y todo se rastrea.

—Mierda —dije, y continué. Pero Baylor Records resultó ser un callejón sin salida. El antiguo propietario estaba muerto y no había herederos directos, así que el Gobierno se había quedado con la propiedad por impago de impuestos. Algo fácil de requisar para alguien como Church. Busqué toda la noche para ver si había alguna conexión entre Baylor Records y el viejo almacén de la empresa de contenedores donde habíamos desmantelado la célula terrorista; pero si había alguna conexión, no la encontré.

El domingo por la mañana temprano, Rudy me llamó para decir que se había pasado media noche y toda esa mañana investigando sobre los priones.

—¿Y qué pasa con aquello de «Déjalo estar, Joe»?

—¿Qué te puedo decir? —dijo con voz cansada—. Ambos necesitamos terapia.

—¿Has encontrado algo interesante?

—Mucho, pero nada vinculado con lo que tú decías. Todo esto del prión parece cada vez menos probable. A pesar de ser muy peligrosos, el índice de infección es extremadamente bajo. Pueden pasar meses o años antes de que se manifieste. Pero seguiré buscando. Y no olvides nuestra sesión del martes.

—Sí, mamá.

—No me vaciles, vaquero —advirtió, y luego colgó.

El resto del domingo transcurrió así. Pasé horas en la Red y Rudy y yo compartíamos las URL por correo electrónico y mensajería instantánea, pero no nos acercamos a una explicación sobre lo que era Javad ni sobre cómo se había convertido en aquello. Cerca de medianoche, por fin apagué el ordenador, me di una ducha y me fui arrastrando hasta la cama. Fuese adonde fuese me encontraba con muros, y supongo que cualquier otra persona ya habría tirado la toalla, pero ese no era mi estilo. Solo necesitaba descansar y volver a ponerme con esto ya con el cerebro más fresco.

16

Gault y Amirah / El búnker / Seis días antes

Estaban tumbados sobre la mesa, exhaustos, con la ropa enredada en la cintura y en los tobillos, y el cuerpo de él morado y rojo con marcas de zarpazos y mordiscos. Él nunca le dejaba marcas, ni siquiera el mordisco más minúsculo. Sería un suicidio.

Después de hacerlo nunca hablaban de amor. Nunca se decían cuánto significaba aquello o cuánto significaba el uno para el otro. Ya sabían lo que diría el otro. Con aquel primer contacto visual ya se habían dicho todo. Las charlas de alcoba pondrían límites al sentimiento, definirían lo que no necesitaban definir y, por lo tanto, lo reduciría todo a una historia clandestina tipo Romeo y Julieta. Esto era mucho más importante y menos propenso a acabar en tragedia personal, o eso esperaba Gault.

Ella habló primero y dijo sin más:

—He recibido algunos informes imprecisos. ¿Baltimore?

—Mmm…, sí —dijo él arrastrando las palabras—. Parece que nuestro almacén está echado a perder.

—¿Y Javad?

Él hizo una pausa y miró a la superficie moteada de los azulejos del techo acústico mientras decidía qué versión de la verdad iba a contarle. Amaba a Amirah, pero había niveles de privacidad donde ni siquiera ella entraba; eso facilitaría las cosas si algún día tenía que matarla. Le gustaba tener todas sus opciones abiertas.

—No está claro.

—Pero no consiguió salir. He estado siguiendo las noticias…

—Lo sé, lo que significa que tenemos que pasar a las siguientes etapas de la operación.

—¿Y qué pasa con las otras dos ubicaciones? Si los estadounidenses encuentran el almacén…

—No te preocupes —dijo Gault—. Saben donde está uno de ellos… el grande, pero el otro no. Ahora mismo están manteniendo las distancias, probablemente porque esperan averiguar adónde fue el otro camión.

Ella asintió mientras le masajeaba el bíceps, que se le estaba empezando a dormir.

—¿Cuándo vas a evacuar la planta?

—¿Por qué preocuparse por eso? En realidad ya no la necesitamos y casi espero que la ataquen.

Amirah giró la cabeza hacia él con un gesto brusco.

—¿Por qué?

—Cómo, por qué y cuándo lo hagan nos dirá mucho sobre la información de que disponen y sobre sus agallas.

—¿No debería gestionar esos detalles tu amigo estadounidense?

—Está demasiado cerca como para involucrarse directamente. Además —dijo Gault—, quiero que se centre en otra cosa. Hay ciertos indicios de que hay otro jugador, probablemente una nueva organización o departamento antiterrorista. De momento solo son suposiciones, pero hay que tenerlo en cuenta y estar al tanto.

Amirah se puso de pie y su vestido negro cayó para cubrirla en una muestra involuntaria de modestia. Se apartó de la cara un brillante mechón de pelo negro. Sin el chadri su rostro era increíblemente hermoso: labios gruesos, pómulos marcados, cejas anchas y perfiladas, y aquellos ojos. Gault adoraba aquellos ojos. Eran como los de un halcón o los de una criatura mitológica.

—¿Son los británicos? ¿Crees que Barrier…?

Él sacudió la cabeza.

—No, Barrier no. Es algo que han tramado los yanquis, pero, como he dicho, todavía no estoy seguro. Tengo informadores en Seguridad Nacional, en el FBI y en otras agencias. Si tengo razón pronto me dirán algo.

—Deberías poner a trabajar en ello a tu mono mascota. Es testarudo.

Gault sonrió.

—Se llama Toys… y sí, es testarudo. —De hecho, pensó Gault, le encantaría cocinarte a fuego lento.

—Entonces… ¿qué vas a hacer con la planta?

—Creo que voy a dejar que la asalten. No se me ocurre otra manera mejor de inspirar miedo útil que dejarles entrar y que vean lo que está pasando en ese lugar. Nos vendría realmente bien.

—Pero ¿y El Mujahid? Él es un maestro creando miedo y su misión ya está en marcha. Si permites que asalten el almacén eso significa que utilizarás eso en lugar de lo que mi marido…

—Eso es poco probable —le aseguró Gault—. Dependo del Guerrero para dar el golpe maestro; pero un asalto a la planta probablemente sirva para crear ambiente… y después todo irá exactamente como nosotros queremos.

Ella frunció el ceño y se mordió el labio mientras valoraba todo aquello. Gault sabía que estaba barajando distintos resultados basándose en lo que sabía… a lo que él le había permitido saber. Llegaría a conclusiones muy lógicas y todas serían acertadas; pero incompletas, lo cual estaba bien.

—No te preocupes, mi princesa —dijo Gault, y se puso de lado para poder acariciarle el pelo y la mejilla con el reverso de la mano—. Todo está saliendo muy, pero que muy bien. Necesitamos que los yanquis piensen que controlan la situación. Si tienen un nuevo grupo de operaciones especiales eso nos ayudará a centrar su atención en la dirección que más nos conviene a nosotros. Las mejores manipulaciones son siempre aquellas en las que el manipulado piensa que está al cargo.

Amirah lo besó.

—Tienes la mente de un escorpión, amor mío.

—¿Y qué tienes tú para mí?

A Amirah se le iluminaron los ojos.

—Si lo que quieres es crear mucho miedo, estarás muy feliz con lo que he hecho desde la última vez que estuviste aquí.

—¿Es tan bueno como Javad?

—Oh, no…, esto es mucho mejor.

Estuvo a punto de decirle que la quería, pero en lugar de hacerlo la besó apasionadamente y luego le susurró al oído:

—Muéstramelo.

17

Baltimore, Maryland / Lunes, 29 de junio; 6.03 a. m.

A la mañana siguiente llamé a una amiga que trabajaba en el turno de mañana en el registro del Departamento de Vehículos Motorizados y le pedí que buscase la matrícula de Cabezacubo, pero no llegó a ningún sitio. Aquella matrícula no existía. Gran sorpresa.

Volví a entrar en el servidor del departamento para releer el informe del destacamento especial sobre el almacén. Había desaparecido. Ni rastro. No había nombre de archivo ni carpetas de incidentes, nada.

—Cabrón —dije en voz alta. Antes Church había conseguido impresionarme, pero ahora estaba empezando a asustarme. Tenía el poder suficiente como para poder localizar y eliminar los informes oficiales del destacamento especial interjurisdiccional antiterrorista de Seguridad Nacional. Eso implicaba acceso al ordenador principal local, estatal y federal. Maldita sea.

Había una copia impresa sobre mi mesa, en la sala de la brigada, pero tenía mis dudas de que siguiese allí si iba a buscarla. Esto no ayudaría para mi sensación de paranoia. Me giré y eché un vistazo a mi apartamento. ¿Hasta qué punto eran agresivos estos tíos? Seguro que no habrían…

Un segundo más tarde estaba examinando mi apartamento de arriba abajo buscando micrófonos ocultos, aparatos de vigilancia telefónica y cables de vigilancia de fibra óptica. Busqué a fondo y por todas partes, pero no encontré nada. Eso no significaba que no hubiese nada que encontrar; Seguridad Nacional y toda esa gente tenían juguetitos muy escurridizos diseñados para no ser encontrados. Aquella búsqueda terminó en un descenso de dos grados en mi paranoia y un punto que me picaba entre las paletas de los hombros, como si alguien me estuviese apuntando con un láser.

Soltando tacos en voz baja, me dirigí al dormitorio para ponerme un traje y prepararme para la audiencia con el equipo de investigación sobre tiroteos, pero, cuando estaba eligiendo una corbata, sonó el teléfono. Lo cogí rápidamente pensando que era Rudy.

—¿Detective Ledger? Soy Keisha Johnson.

Reconocí su voz. Era la teniente que supervisaba la investigación de tiroteos con oficial involucrado u OIS, como se le llamaba oficialmente. Pensé en las investigaciones y en las llamadas que había hecho a pesar de la advertencia de Church de mantenerme al margen y tuve un breve ataque de pánico.

—¿Sí…? —dije con cierto recelo y con el corazón en un puño.

—En su ausencia revisamos todas las cintas de vídeo del asalto del pasado martes y, tras varias conversaciones con su oficial al mando y con los supervisores del destacamento especial, hemos concluido que sus disparos se adecuan a las prácticas correctas y a la política del Departamento de Policía de Baltimore y que esta vez no serán necesarias más audiencias ni acciones.

Y yo dije algo inteligente como:

—Eh… ¿cómo?

—Gracias por su buena disposición y colaboración y buena suerte en Quántico. Sentimos perder a un oficial de su valía.

Y tras decir eso, colgó.

Me quedé mirando el teléfono totalmente conmocionado. Las audiencias del OIS nunca se gestionaban de esta manera. Ni siquiera… ni siquiera si todas las personas involucradas estaban de acuerdo en que el tiroteo era completamente justificado. La política del departamento exigía que se celebrase una audiencia, simbólica o no. Esto era muy extraño y no me gustaba ni un pelo. La paranoia regresó con más fuerza que nunca. Pero la lógica era un poco retorcida. Si de alguna manera había conseguido cabrear a Church intentando encontrar alguna respuesta, ¿por qué me ayudaría a cancelar la audiencia? Para él no suponía ninguna ventaja.

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