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Authors: Catherine Moore

Tags: #Ciencia ficción,Fantasía

Northwest Smith (9 page)

Entonces, de repente, la irritación de Smith ante tanta evasiva se impuso, y dijo violentamente:

—¡Al diablo con lo que creáis! ¡Estoy cansado de oír siempre lo mismo a cada pregunta que hago! ¿Es que nunca os cuestionáis nada? ¿Es que estáis tan paralizados por el miedo a algo invisible que tenéis muerta hasta la menor chispa de vuestra alma?

Ella volvió hacia él su apenada mirada del color del jerez.

—Aprendemos por la experiencia —dijo—. Quienes se preguntan, quienes investigan, mueren. Vivimos en una tierra viva llena de peligros, incomprensible, intangible, terrible. La vida sólo es soportable si no la miramos muy de cerca…, sólo si aceptamos las condiciones y las cumplimos en su mayor parte. No debes hacer preguntas si quieres vivir.

“En lo que concierne a las montañas que hay más allá, y a todo el territorio desconocido que se encuentra al otro lado del horizonte…, son tan inalcanzables como un espejismo. Pues en una tierra donde no hay alimento, donde debemos visitar a diario el templo o morir de hambre, ¿cómo podría conseguir un explorador la provisión suficiente para el viaje? No, nos encontramos atados a este lugar por lazos inquebrantables, y aquí debemos vivir hasta que muramos.

Smith se encogió de hombros. La languidez del atardecer comenzaba a afectarle, y la breve llamarada de irritación murió tan rápidamente como había nacido.

Sin embargo, a partir de aquel estallido comenzó su descontento. De alguna forma, a pesar de la apacible tranquilidad del lugar, a pesar del dulce amargor de las fuentes del templo y del amargor aún más dulce de los besos que obtenía como respuesta a sus preguntas, no podía apartar de su mente la visión de aquellas montañas lejanas veladas por la bruma naciente. La inquietud se había despertado dentro de él y, como un durmiente que despierta del sueño del loto, su mente se agitaba cada vez con mayor frecuencia por el deseo de la acción, de la aventura, por la necesidad de emplear su cuerpo endurecido por el peligro en otros menesteres que no fueran dormir, comer y amar.

Por todas partes, hasta donde llegaba la mirada, se alzaban los móviles e inquietos árboles. Las praderas se ondulaban y, más allá del incierto horizonte, las lejanas montañas le llamaban. Hasta el misterio del templo y de su interminable crepúsculo comenzaba a atormentar sus momentos de vigilia. Acariciaba la idea de explorar aquellas galerías que evitaban los moradores de aquella tierra de sueños de loto, de mirar desde las extrañas ventanas que se abrían sobre un inexplicable azul. Seguramente la vida, incluso allí, debía guardar algún significado más profundo que el que ellos compartían. ¿Qué había al otro lado del bosque y de las praderas? ¿Qué país misterioso amurallaban aquellas montañas?

Comenzó a importunar a su compañera con preguntas que, cada vez con mayor frecuencia, suscitaban en sus ojos una mirada de espanto. Pero de poco le sirvió. Ella era de un pueblo sin historia ni ambición, cuya vida se centraba por completo en obtener de cada momento el máximo de placidez en anticipación por el terror que había de llegar. La evasión era la nota dominante de su existencia, quizá con razón. Quizá todos los espíritus aventureros de aquel pueblo habían sido llevados por su curiosidad hasta el peligro y la muerte, y los únicos que quedaban eran las almas resignadas que llevaban vidas bucólicas y voluptuosas en aquel Elíseo tan ensombrecido por el horror.

En aquel multicolor país de comedores de loto, los recuerdos del mundo que había dejado fueron creciendo en él con mayor viveza: recordaba las apresuradas muchedumbres de las capitales de los planetas, las luces, el ruido, la risa. Vio naves espaciales hendiendo la noche entre penachos de llamas, relampagueando de mundo en mundo a través de la tiniebla tachonada de estrellas. Recordó las peleas espontáneas en las tabernas, y las cantinas llenas de gente de la flota espacial, donde el aire estaba vivo, lleno de gritos y tumulto, y las pistolas térmicas agitando sus ardientes hojas azuladas de llama, y el fuerte olor de la carne quemada en el ambiente. La vida pasó desfilando ante los ojos de su recuerdo, violenta, vívida, hombro a hombro con la muerte. Y la nostalgia de aquellos mundos espléndidos, terribles, agitados, que había dejado atrás se apoderó de él.

Día a día, la inquietud crecía en su interior. La joven hacía patéticos y débiles intentos para encontrar algún tipo de entretenimiento que pudiera ocupar su mente ausente. Le condujo en tímidas excursiones hasta los bosques vivientes, incluso venció su propio horror al templo lo suficiente para seguirle subrepticiamente de puntillas mientras él exploraba un estrecho camino por corredores que no suscitaban en ella demasiado terror. Pero bien debiera haber sabido desde un principio que todo aquello no serviría de nada.

Un día, mientras estaban tumbados sobre la arena observando las azules ondulaciones del lago bajo un cielo de cristal, los ojos de Smith, que no se apartaban de la incierta sombra de las montañas, casi sin verlas, se entornaron repentinamente, con una dureza tan brillante y pálida como el acero. Los músculos se tensionaron abruptamente sobre su mentón y se incorporó súbitamente, apartando a la joven, que había estado apoyada contra sus hombros.

—Estoy harto —dijo con voz áspera, y se levantó.

—¿Qué… qué te pasa? —dijo ella, poniéndose en pie de un salto.

—Me voy a cualquier lugar. A esas montañas, me parece. ¡Y me voy ahora!

—Pero… ¿entonces quieres morir?

—Mejor es algo real que una muerte en vida como ésta —dijo—. Al menos antes tendré algo más de diversión.

—Pero… ¿y la comida? Allí no hay nada que pueda mantenerte con vida, aunque escapes de los mayores peligros. Vamos, si ni siquiera te atreves a pasar la noche sobre la hierba… ¡porque te comería vivo! No tienes ninguna posibilidad de vivir si abandonas este bosquecillo… y a mí con él.

—Si debo morir, moriré —dijo—. He estado pensando en ello y me he hecho a la idea. Puedo explorar el templo y llegar hasta eso y morir. Pero creo que tengo que hacer algo, y me parece que la mejor solución es que antes de que me muera de hambre intente llegar a algún lugar donde haya comida. Vale la pena intentarlo. No puedo hacer otra cosa.

Ella le miró con tremenda pena, y las lágrimas relucieron en sus ojos como el jerez. Él abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera decir una palabra, la joven miró por encima de sus hombros y sonrió súbitamente, con una sonrisa helada y espantosa.

—No te irás —dijo—. La muerte ha venido por nosotros.

Y lo dijo sin asustarse en lo más mínimo, tan tranquila que Smith no se dio por enterado hasta que ella no señaló algo a sus espaldas. Entonces se volvió.

El aire entre ellos y el oratorio estaba extrañamente agitado. Mientras miraba, comenzó a perfilarse en una imprecisa bruma azul que se espesó y se hizo más oscura… Unos tonos difusos de violeta y verde comenzaron a palpitar vagamente a través de ella y, después, un arrebol rosa apareció en la bruma…, más profundo, más oscuro, que se contrajo hasta un ardiente escarlata que abrazó sus ojos, que latió como algo vivo… Entonces supo que eso había llegado.

Parecía irradiar un aura de amenaza que cobraba fuerza a medida que la bruma se hacía más intensa y que se dirigía, hambrienta, contra su mente. Sintió que era todo lo tangible que aparecía ante su vista…, un nebuloso peligro que intentaba llegar con avidez hasta ambos.

La joven no estaba asustada. No sabía cómo, pero lo sabía. No se atrevía a volverse, no se decidía a apartar los ojos de aquel escarlata hipnótico y pulsante… A su espalda, susurró en voz muy baja:

—Así moriré contigo. Estoy contenta.

Y el sonido de su voz le liberó de la presa de la pulsación carmesí. Smith soltó una repentina carcajada de lobo, dando la bienvenida incluso a aquello que le hacía olvidar el eterno idilio en que había vivido, y la pistola que había saltado a su mano escupió una larga llama azul, tan de improviso que la joven que estaba a su espalda se quedó sin aliento. El resplandor acero-azulado iluminó con luz lívida la bruma circundante, pasó a través de ella sin que nada se lo impidiese y chamuscó el suelo al otro lado. Smith apretó los dientes y dibujó persistentemente un ocho llameante en la niebla, anudándolo con calor azulado. Y cuando el chorro de fuego atravesó el impulso escarlata, el impacto sacudió violentamente toda nebulosidad, sus contornos ondearon y se contrajeron, y la pulsación carmesí crepitó bajo el calor, se encogió y comenzó a desparecer con gran rapidez.

Smith movió el rayo a uno y otro lado en el interior de aquella niebla roja, sembrando su recorrido de destrucción, pero se desvaneció mucho antes de lo que hubiera querido. En poco más que un instante, palideció y perdió la forma, desvaneciéndose excepto por un huidizo tono rosa, y la cálida hoja azulada de su llama chisporroteó inofensiva a través de la niebla que desparecía, hasta chamuscar el suelo que había debajo. Entonces colocó el seguro y esperó un poco con la respiración agitada, mientras la nube mortal se adelgazaba y palidecía, desvaneciéndose ante sus ojos, hasta que no quedó señal de ella y el aire resplandeció brillante y transparente una vez más.

El inconfundible olor a carne quemada penetró por sus fosas nasales y, durante un momento, se preguntó si la Cosa habría conseguido materializarse en parte. Entonces vio que el olor procedía de la hierba chamuscada que había sido alcanzada por el disparo. Las menudas y peludas hojas intentaban alejarse de la zona quemada, tirando de sus raíces como si un viento soplara contra ellas. De la zona renegrida subió un humo espeso, que tenía el olor de la carne quemada. Smith, recordando los hábitos vampíricos de aquella hierba, volvió la cabeza, a punto de marearse.

La joven estaba agachada sobre la arena que había a su espalda. Después de que hubiera desaparecido el peligro, aún temblaba violentamente.

—¿Está… muerta? —dijo en un suspiro, cuando pudo dominar su boca temblorosa.

—No lo sé. No hay modo de saberlo. Probablemente no.

—¿Qué… vas a hacer ahora?

Deslizó la pistola térmica en su funda y ajustó decididamente su cinturón.

—Lo que había pensado hacer.

La joven se levantó de un salto, con una prisa desesperada.

—¡Espera! —dijo, sofocándose—. ¡Espera! —y se agarró a su brazo para recobrar el equilibrio.

Él esperó a que se le pasara el temblor. Ella se recuperó y añadió:

—Ve al templo una vez más antes de irte.

—Muy bien. No es mala idea. Puede pasar mucho tiempo antes de mi próxima… comida.

Y nuevamente cruzaron la hierba suave como una piel de animal, que seguía formando hacia ellos largas ondulaciones desde todas las partes de la pradera.

El templo apareció borroso e irreal y, cuando entraron, el crepúsculo azul se plegó como en un sueño a su alrededor. Smith se volvió por costumbre hacia la galería de los bebedores, pero la joven posó una mano encima de su brazo, que temblaba un poco, y murmuró:

—Ven por aquí.

Él la siguió en creciente sorpresa a lo largo del corredor, a través de las brumas flotantes y por la galería que conocía tan bien. Tuvo la impresión de que la neblina se espesaba a medida que avanzaban y, bajo la incierta luz, no pudo asegurar que las paredes no oscilasen de manera tan nebulosa como el aire parpadeante. Sintió el curioso impulso de echar a andar a través de sus intangibles barreras y salir del pasillo hacia… ¿dónde?

En aquel momento, unos peldaños aparecieron bajo sus pies, casi de forma imperceptible, y, tras unos instantes, la presión sobre su brazo le atrajo hacia un lado. Pasaron bajo un arco de piedra, poco elevado y de gran espesor, y entraron en la habitación más extraña que jamás hubiera visto. Parecía tener siete lados y, por lo que él podía juzgar a través de la cambiante bruma, unas curiosas líneas convergentes habían sido grabadas profundamente en su suelo.

Le pareció que fuerzas más allá de su comprensión chocaban violentamente contra las siete paredes, girando como huracanes a través de la penumbra, hasta que toda la habitación fue un maelstrón de invisible tumulto.

Cuando levantó los ojos hacia la pared, supo lo que ocurría. Grabado sobre la incierta piedra, ardiendo a través del crepúsculo como un fuego de otra dimensión, el motivo escarlata se entrelazaba en la pared.

Sin saber por qué, la simple visión de aquello produjo una conmoción en su cerebro y, con la cabeza dándole vueltas y los pies tambaleantes, respondió a la presión que la joven ejercía sobre su brazo. A duras penas comprendió que se encontraba en el mismísimo centro de aquellas líneas extrañamente convergentes y sintió que fuerzas más allá de la razón corrían a través de él por caminos que escapaban a su conocimiento.

Durante un momento, unos brazos rodearon su cuello, un cuerpo cálido y fragante se estrechó contra el suyo, y una voz murmuró en su oído:

—Si tienes que dejarme, amado, vuelve, entonces, por la puerta… La vida sin ti… es más terrible que esa muerte…

El beso que tenía el gusto de la sangre permaneció en sus labios durante un instante; después, el abrazo desapareció y se quedó solo.

A través del crepúsculo la vio de manera imprecisa, recortándose contra la Palabra. Y mientras ella permaneció allí, fue como si las corrientes invisibles chocaran físicamente contra ella, pues titubeaba y vacilaba delante de él, mientras sus contornos se desvanecían y volvían a formarse de nuevo y las fuerzas contra las que él se hallaba tan misteriosamente protegido la golpeaban sin misericordia.

Y vio el conocimiento reflejarse terriblemente sobre su rostro, y el significado de la Palabra penetró lentamente en su mente. El dulce rostro atezado se deformó horriblemente, los labios rojo sangre se apartaron para pronunciar a gritos la Palabra… Y en un momento de lucidez vio cómo su lengua se retorcía increíblemente para formar las sílabas de la palabra que ningún tipo de labios humanos hubieran podido pronunciar. Su boca se abrió de manera increíble…, balbució en la confusa bruma y declamó estridentemente…

4

Smith caminaba por un sendero sinuoso, de un color tan escarlata que no podía mirar al suelo, un sendero que subía y bajaba y que se estremecía bajo sus pies, haciéndole tropezar a cada paso. Avanzaba a tientas a través de una cegadora bruma surcada de violeta y de verde, y un espantoso susurro resonaba en sus oídos: la primera sílaba de una palabra indecible… Cada vez que se acercaba al final del sendero, éste se agitaba bajo él y se estiraba; la fatiga se iba abriendo camino en su cerebro como una droga, los oníricos colores crepusculares de la bruma le arrullaban y…

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