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Authors: Don Winslow

Tags: #Policíaco

Muerte y vida de Bobby Z (9 page)

Una treta habitual en el trullo, recuerda Tim. Nada de ruidos, y los guardias pueden decir que a otro yonqui se le ha ido la mano.

—La muerte no es más que otro viaje —suelta Brian, intentando echarse un farol.

—Muy bien,
adiós
, amigo mío.

Tim empieza a apretar el émbolo.

El brazo de Brian se sacude, los ojos están a punto de saltar de su grasa.

—Don Huertero quiere matarte con sus propias manos —dice.

—¿Por eso cambió a Moreno por mí?

—Supongo.

—Sigue hablando.

—Va a venir este fin de semana —balbucea Brian—. Habló de clavarte en un espetón y asarte sobre una hoguera.

Cojonudo, piensa Tim.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —Brian ríe nerviosamente—. Don Huertero no dice «por qué». Dice «qué».

—¿No sabes de qué va el rollo?

—Solo sé que le robaste algo.

—¿Qué?

—No lo sé, Z. —Brian se echa a llorar—. No lo sé. Solo dijo que le quitaste su tesoro.

—¿Su tesoro? ¿Quién coño es? ¿Long John Silver?

—Venga, Bobby —gimotea Brian—. Somos amigos.

—Pero ibas a venderme, ¿no?

—No tenía elección.

Ya, piensa Tim. Tiene ganas de apretar el émbolo, pero no lo hace.

—¿Tienes una pistola aquí?

—No.

—No me mientas. No me gusta.

—En el escritorio. En el cajón de arriba.

Tim saca la aguja y Brian se derrumba en el suelo, donde se queda sentado llorando mientras él saca la pistola del cajón. Es una automática de 9 mm. Habría preferido una del 45, pero tendrá que conformarse. Encuentra además un fajo de billetes, que se guarda también en el bolsillo.

Porque la pasta siempre es un buen detalle, y nunca sabes cuándo la necesitarás.

—Dale las
gracias
a Don Huertero, pero
no, gracias
, Brian —dice Tim—. Me largo.

Y Tim piensa que está siendo estúpido (tendría que darle una hostia, o al menos llevárselo de rehén), pero está harto de esa mierda, harto de esa gente, y lo único que quiere es irse de allí, solo.

Un crío, una antigua novia, un puto mexicano convencido de que es Dios y que quiere asarme a fuego lento. O sea, una jodida mierda. Que le den por culo a Bobby Z.

Y aunque sabe que está completamente jodido —menuda novedad—, se limita a guardarse el arma, vuelve a su habitación y coge algo de ropa. Camisa L. L. Bean caqui, vaqueros, chaqueta tejana, Doc Martens. Saca un par de botellas de Evian de su pequeña nevera y se las mete en los bolsillos.

Después empuña la pistola y sale al recinto. Nadie ha llamado todavía a los perros (es muy probable que Brian se esté cambiando la ropa interior), de modo que hasta el momento todo va bien.

La noche es cálida como el desierto. Suave y negra como la tinta. Las estrellas parecen tan cercanas que podrías besarlas.

Le gustaría hacerlo. Ahora está libre. Libre de verdad, tal vez por primera vez en su vida.

Hay un guardia en la puerta de
Beau Geste
.

—Voy a salir —dice Tim.

El guardia hace ademán de sacar su arma, pero él sonríe como un
loco
y el otro piensa que no vale la pena morir por eso. Deja caer el arma, aprieta un botón y la verja se abre.

Tim sale al recinto exterior, y oye un alboroto a sus espaldas. La puta alarma se ha disparado. Mientras se recuerda que no debe tropezar con ningún aspersor, todos corren hacia él.

Oye a Brian en el parapeto chillando: «¡Detenedle! ¡Detenedle!». Pero Brian es un capullo, porque también grita: «¡No le matéis! ¡No le matéis!», de modo que los guardias no saben qué coño deben hacer.

—¡Que nadie se mueva! —grita Tim—. ¡Esto es una cagada!

Ríe como un bastardo enloquecido y alza la vista hacia el parapeto, donde Brian corre de un lado a otro, chillando, y Elizabeth está parada, mirándolo.

Y eso es algo genial, pero Tim no sabe cómo cojones va a salir por la puerta principal. Y entonces se da cuenta de que no hace falta que le disparen, bastará con mantenerle allí encerrado.

En ese momento ve el camión y eso le inspira un montón de ideas.

Se acerca y dispara tres veces, de manera que todo el mundo agacha la cabeza; tarda unos cinco segundos en hacerle un puente al camión. Se dirige con él hacia la verja, y ahí está Johnson de pie en calzoncillos, con aspecto adormilado e irritable, con un Winchester en las manos.

—¿Adónde crees que vas, hijo? —pregunta arrastrando las palabras.

—Fuera —contesta él.

—Ahí fuera no hay nada.

—Eso es lo que me gusta.

Johnson niega con la cabeza.

—Bueno, pues no puedo dejarte pasar.

—No irás a dispararme.

—No es necesario.

Johnson levanta el rifle para disparar a los neumáticos, y entonces Tim le apunta con la 9 mm.

Johnson sonríe.

—No tienes huevos.

Así que Tim dispara una bala que le pasa rozando la oreja. Johnson se tira al suelo, y eso concede tiempo a Tim para dar marcha atrás y abrirse un poco de espacio. Después, pisa el acelerador y se dirige hacia la puerta.

Johnson intenta disparar desde el suelo, pero está demasiado ocupado rodando para apartarse, los guardias se alejan de la puerta, Brian chilla y Tim intuye que Elizabeth está sonriendo cuando atraviesa la verja. Ya está libre y sin obstáculos.

Pero entonces ve al niño.

Lo ve por el retrovisor. Allí de pie, en el recinto exterior, mirando la parte trasera del camión. Con una expresión muy triste.

Y Tim piensa: Joder, tío, no es hijo mío.

Pero su pie pisa el freno. Y se dice: Estás libre, tío. Aprovecha la oportunidad. Nunca lo conseguirás con un crío a rastras. Para nada.

—Joder —suelta, y pisa el acelerador.

Y vuelve a pensar: Joder, mientras se para y el crío empieza a correr hacia él. Y corre aún más cuando ve que el camión va marcha atrás. Sus piernecitas no paran, tío, y Tim ve que los chicos de Brian corren hacia sus vehículos, y Johnson continúa allí plantado, pero ni siquiera él va a intentar disparar contra el chaval.

Tim detiene el camión y abre la puerta.

El crío deja de correr y se queda inmóvil, mirándole.

Pues claro, piensa Tim. Pues claro, joder.

—¿Quieres venir? —le pregunta.

—Sí.

—Mierda, vamos.

Se agacha, levanta al niño y lo deposita en el asiento del pasajero. Mete la primera, el chico agarra el cinturón y se lo pone. Tim está metiendo la tercera cuando el crío dice: —No te has puesto el cinturón.

—Cierra el pico —replica Tim. Pero se lo pone, y después corre hacia la noche del desierto.

14

Participa en una carrera en la que no puede ganar y lo sabe.

Uno, no sabe dónde está. Dos, no sabe adónde va. Tres, conduce un camión lento por una carretera mala. Cuatro, va con un niño. Cinco, el otro bando cuenta con una flota de vehículos todoterreno. Seis, es un perdedor, punto final. Supone que habrá un siete y hasta un ocho, pero es demasiado estúpido para deducir cuáles son.

Vale, lo primero es lo primero, se dice. Uno: no sabes dónde estás. Cojonudo. Dos: no sabes adónde vas. Bueno, eso no es exactamente cierto. Sabes que te estás largando de Rancho Cervier. La carretera conduce más o menos al norte y debe de comunicar con alguna otra carretera en dirección este-oeste que salga del parque. Tres: conduces un camión lento por una mala carretera... Vale, pasemos al cuatro. Cuatro: vas con un niño... Vale, pasemos al cinco. Cinco: el otro bando cuenta con una flota de vehículos todoterreno...

Frena y apaga el motor.

—¿Qué...? —empieza a preguntar el niño.

—Calla, quiero escuchar.

—¿Qué?

—Ruidos de motor.

—¿Para qué?

—Cierra el pico —replica Tim—. Necesito que me ayudes. Estate calladito, a ver si puedes decirme cuántos sonidos diferentes captas. ¿Sabes contar?

—Tengo seis años —dice el niño algo mosqueado.

Pero calla y se pone a escuchar.

Tim también. Lo que oye es muy interesante. Oye un montón de actividad hacia su izquierda, muy lejos, más o menos hacia el este, en paralelo a él. De hecho, el ruido lo está adelantando. Los chirridos agudos de buggies. Tal vez un par de motos de trial. En total, seis o siete vehículos. En cualquier caso, suficientes.

En dirección al cruce de carreteras, piensa Tim. Para cortarle el paso.

Vale, ¿qué tiene detrás?

Dos, quizá tres motos de trial, cerca. Pero que no intentan necesariamente alcanzarme. Solo dirigirme hacia el cruce. Detrás de las motos de trial, ¿qué? Tal vez el puto Humvee.

—¿Y bien? —le pregunta al niño.

—Suena como si hubiera ochenta y siete motores —contesta este muy serio.

—Yo he contado ochenta y seis, pero creo que tienes razón.

Pone en marcha el camión de nuevo y pisa el acelerador.

—¿Llevas bien puesto el cinturón? —le pregunta al niño.

—Sí.

—Agárrate.

Tuerce el volante a la derecha con brusquedad y el camión sale de la carretera. Sigue forzando el motor hasta que las ruedas giran en la arena.

¿Estarán esperando en el cruce?, piensa Tim. Que les den por saco. Que esperen.

¿Con quién creen que se la juegan, con un puto retrasado?

Baja del camión, lo rodea y saca al niño.

—Vamos a darles una pequeña sorpresa a esos chicos —susurra.

El crío sonríe de oreja a oreja. Decirle «sorpresa» a un niño es como decirle «cerveza» a un marinero. Sea como sea, está entusiasmado y asiente.

—Procura estar tranquilo —susurra.

Suben a la parte posterior del camión.

Tim empieza a recoger cosas a toda leche, porque no queda mucho para que los chicos los alcancen. Alguien que sabía lo que hacía pensó en todo, porque tienen a mano lo esencial. Coge una manta, dos botellas de agua esterilizada y una linterna, y lo embute en el portapaquetes de una moto de trial. Después encuentra una pala plegada y la encaja también bajo la cuerda elástica. Encuentra algo de cable, cinta adhesiva y otros elementos para reparaciones, y los guarda con las demás cosas.

—¿Has montado antes en uno de estos trastos? —pregunta.

El niño está tan alucinado que solo puede negar con la cabeza.

—Bien, pues lo vas a hacer ahora.

—Guay.

—Tope guay.

Si tenemos suerte, piensa Tim. Si los motoristas que llevamos detrás la cagan e intentan hacerse los héroes. Si no hacen lo que deberían hacer.

Lo que deberían hacer cuando divisen el camión es rezagarse, llamar por radio a los de delante y dejar que el resto de los chicos se acerque. Lo que espero que hagan es que intenten subir puestos en la lista de ascensos encargándose ellos.

—Has de estar muy callado —susurra, mientras deposita al niño sobre el asiento de la moto.

—Valeee —le contesta él entre risitas.

—No, callado de verdad.

—Vale.

Porque Tim oye que las motos se han parado. Supone que los otros han visto el camión fuera de la carretera y están decidiendo qué coño deben hacer.

Venga, chicos, les anima mentalmente. Jugad a ser héroes.

Oye la grava crujir bajo sus botas. Despacio.

Venga, piensa Tim. Más cerca.

Tan cerca, que ahora les oye cargar las armas.

—Agárrate —masculla.

Siente que los brazos del niño se ciñen alrededor de su cintura.

Le da al acelerador y salen volando de la parte posterior del camión. Aterrizan, rebotan, el niño casi se cae, pero aguanta. Tim se desvía de la carretera por el arroyo y se alejan a toda pastilla. Los perseguidores se dispersan en busca de sus motos, y esto va a ser como una gincana en el desierto.

Estos chicos son buenos, se dice Tim, porque al poco ya les están pisando los talones en el arroyo. Vienen zumbando como
vaqueros
; se lo estarán pasando de coña. Deben de pensar que se pondrán a su lado y será como un pequeño rodeo, y, de hecho, uno de ellos se coloca en paralelo y salta fuera del arroyo, de modo que le saca una cabeza a Tim, mientras el otro lo azuza por detrás, y el Humvee se acerca a toda máquina por el otro lado.

Tim da un tirón a los manillares y frena, después acelera y da media vuelta, en dirección al tipo que le sigue, que se acojona y estampa la moto a un lado del arroyo.

Pero unos segundos más tarde están jugando al mismo juego, solo que en dirección contraria; ahora el primer tipo corre a su lado por la parte izquierda y el otro está a punto de alcanzarlo por detrás.

Joder, piensa Tim, y salta con la moto hacia la orilla derecha del arroyo, de vuelta al suelo del desierto. El tipo de detrás le sigue hasta que él vuelve a dar media vuelta y sale zumbando de nuevo en dirección al arroyo. Grita: «¡Agárrate!», y salta sobre el puto lecho justo cuando el otro motorista salta desde el otro lado.

Tim supone que el niño debe de estar acojonado, pero lo oye reír como un loco, de modo que continúa acelerando, esquivando piedras, cactus y arbustos de mezquite, mientras los chicos se acercan por detrás.

Divisa una gigantesca duna de arena a la izquierda y piensa: Qué coño, de todos modos estamos perdidos. Así que se dirige hacia ella. Se detiene un segundo en la base.

—¿Estás bien? —le pregunta al crío, como si eso fuera a cambiar las cosas.

—¡Estoy bien! —contesta el niño.

—Vamos a subir esa cosa —dice Tim, y señala la duna de arena.

—¡Guay!

Sí, guay, piensa él, hasta que perdamos impulso y caigamos hacia atrás, o nos ladeemos y caigamos hacia atrás, o hasta que no podamos conseguirlo y nuestros contrincantes nos alcancen. Pero acelera y allá van.

La pendiente es cada vez más empinada, la rueda de atrás hace amago de ir a patinar, pero Tim no lo permite. El motor chilla, los chicos les pisan los talones, aunque parece que también tienen problemas. Tim está a punto de volcar cinco veces, pero llega a la cumbre, para y ve que los otros se acercan.

Son muy listos, porque se han dispersado para cortarle el paso en lo alto de la duna. Así que Tim piensa que os den por culo, y se dispone a bajar, pero no por el lado marica, sino lanzándose hacia abajo, o sea, como hacer paracaidismo montado en una moto, y si los que lo siguen no quieren perderlo, tendrán que hacer lo mismo.

El niño ríe como un cabronazo chiflado y la moto cae del cielo nocturno como si volara para aterrizar sobre un gran montón de arena. Los chicos ya no se jalean, se están meando encima porque la pendiente es muy empinada, y la primera moto que baja la caga. El pobre hijo de puta da una voltereta y debe de caer mal, porque no se levanta.

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