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Authors: Don Winslow

Tags: #Policíaco

Muerte y vida de Bobby Z (8 page)

Que estuvo un semestre en la UCLA, pero era demasiado vaga para estudiar y le pareció más fácil buscar novios ricos, y los novios ricos que encontró eran ricos porque traficaban con drogas, así que el círculo se cierra. Cuesta abandonar esa dinámica, sobre todo cuando eres perezosa y lo único que haces bien es follar. Y prefiere ser cortesana antes que puta. En cualquier caso, así es como acabó en Rancho Cervier, con los nuevos ricos de la eurobasura que trafican con droga y comercian con personas.

—Y el Monje echa una mano de vez en cuando —añade.

Eso llama la atención de Tim.

Si el Monje es el hombre de confianza de Bobby, tal vez pueda ayudarlo a salir del país antes de que Gruzsa lo detenga, así que Tim está muy interesado en saber cosas sobre el Monje.

—¿Has estado en contacto con el Monje? —pregunta.

—De vez en cuando. Si necesito que me eche una mano, lo llamo. A veces, si necesita que le hagan un recado, me llama.

—¿Qué número utilizas?

—El número secreto —responde ella, como si fuera de cajón.

Tim ríe.

—¿Qué número secreto?

Ella dice «555-6665» como si tal cosa, y continúa informándole de su vida, como que hace poco dejó a un tío y que ahora la está acosando, de modo que se ha quedado una temporada en casa de Brian, lo cual le va muy bien porque así también puede vigilar a Kit.

—Mi vida ha sido una mierda desde que me dejaste tirada —dice como sin darle importancia—. Pero la culpa es mía. No veo que las cosas vayan a cambiar.

Él sí. Supone que hasta el momento lo está haciendo muy bien, de modo que no cuesta nada prolongarlo un poco más. Llevársela con él. Meterle mano al dinero de Z, anunciar que se retira y trasladarse a Eugene.

—¿Por qué no vienes conmigo? —pregunta en plan galante.

Ella ríe.

—No vas a ir a ningún sitio.

—¿No?

Ella sonríe satisfecha, y Tim piensa que está jugando con él.

—No —dice ella.

—¿No?

Extiende la mano hacia su coño y lo acaricia. Palpa su humedad. Le encanta contemplar sus ojos verdes mientras se humedece.

—Porque Don Huertero va a venir —contesta, con esa inflexión ascendente de chica californiana.

Cierra los ojos porque le gusta lo que él le está haciendo con los dedos.

—¿Sí?

—Va a matarte.

Por supuesto.

—Lo cual sería una pena —murmura Elizabeth.

—Yo opino lo mismo.

Ella agarra su polla y repite:

—Una pena.

Antes de que Tim sepa qué está pasando, ella se está moviendo debajo de él, como si no le costara en absoluto, como si estuvieran manipulando su polla con un mando a distancia o algo por el estilo, le está haciendo cosas arriba y abajo a lo largo del miembro, y le da igual que Don Huertero lo quiera muerto.

Solo quiere follar.

Supone que a eso se refería la asistenta social de la prisión cuando hablaba de «carencia de control de los impulsos» e «incapacidad de posponer la gratificación».

—Dicen que no puedo posponer la gratificación.

—¿Te dijeron que no terminas lo que empiezas?

—No.

—Bien.

En cuanto a lo de posponer la gratificación, le sale de coña.

—¿Huertero quiere matarme? —pregunta, una vez que han terminado.

Buen trabajo, agente Gruzsa. Muy bien hecho. ¿Cómo es posible que supieras todo lo que hay que saber sobre Bobby, salvo ese pequeño detalle? Para que luego me llamen tarugo.

—Brian te está reteniendo aquí hasta que llegue —explica Elizabeth.

—Pensaba que estaban preparando una barbacoa.

—Así es.

Pues claro, joder.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Ya conoces a Brian —contesta ella sin inmutarse—. Es incapaz de mantener la boca cerrada. Oigo cosas.

La situación no es, digamos, esperanzadora. Le tienen atrapado en ese fuerte de película y planean algo peor que los Ángeles del Infierno. De pronto, la prisión de Pelican Bay se le antoja estupenda.

—¿Por qué? —pregunta.

—¿Por qué qué?

¿Por qué qué, joder?

—¿Por qué Don Huertero quiere matarme?

Ella encoge sus preciosos hombros.

—Estás de broma, ¿no?

Sí, de puto cachondeo, piensa. Pero tiene miedo de insistir, porque se supone que Bobby ha de saber cuál es el problema con Don Huertero. Tim también piensa que, si va y les dice que no es Bobby Z, la situación no hará más que empeorar. No le creerán, y en ese caso lo matarán. O le creerán, y en ese caso lo matarán.

Por lo tanto, lo mejor es ser Bobby Z y echar algún polvo (y tal vez llegar a algún tipo de acuerdo), que ser el triple reincidente y desastre total de Tim Kearney.

Sin ningún polvo y capacidad de negociación inferior a cero.

Está pensando en todo eso cuando ella dice:

—¿No crees que lo mejor será que te marches?

—Sí.

Lo cree, ahora que está básicamente jodido y preocupado de nuevo por sobrevivir. Además, está cabreado y atemorizado, una situación no muy diferente de cuando estaba en la trena, solo que esta vez la alternativa es morir o morir.

Así que piensa que os den a todos, porque se está cabreando.

Tan cabreado, que siente flaquear el viejo control del impulso.

Como aquella noche en el Golfo, cuando los tanques Rack empezaron a acojonarlos y Tim se cabreó, simplemente, y el viejo control del impulso salió disparado por la vieja ventana.

Eso es lo mismo que siente ahora.

Se siente de coña.

12

Tad Gruzsa no es exactamente el veraneante más feliz de la gran región costera del sur de California.

Está sentado en un bar de mierda de Downey, atizándose el segundo bourbon con agua, tratando de armarse de valor antes de ir al barrio para acudir al funeral de Escobar.

Para colmo, a los frijoleros les entusiasman esos ataúdes abiertos, piensa Gruzsa, y quedaba tan poco de la cara de su compañero que tuvo que sobornar al de la funeraria para que Escobar recordara aunque fuera vagamente a un ser humano cuando estuviera tumbado sonriente en el ataúd.

A Gruzsa no le importó pagar por aquel trabajo, tipo Madame Tussaud, pero no quería verlo. Sobre todo después de que el de la funeraria le llamara orgulloso para anunciar que, a base de cosmética, había recreado hasta las marcas de acné de Escobar. Por los clavos de Cristo.

Además, Gruzsa odia los funerales de frijoleros. Demasiado emocionales, con las madres, las hermanas y las tías aullando, y los hombres (además, la mitad de los parientes masculinos de Escobar son de la mafia mexicana) jurando vengarse. La misa será solemne, luego irán al cementerio y... Gruzsa ya ha ido a demasiados funerales mexicanos: va incluido en el lote en esa zona del país.

Así que está intentando borrar a base de alcohol la idea del velatorio y del funeral, y también está muy cabreado con ese tal Tim Kearney, delincuente profesional y desastre monumental, que se ha pirado dejando a Art Moreno colgado y a Tad Gruzsa con la mierda al cuello.

No será fácil explicarles el enredo a los trajeados de Washington, que no comprenden lo complicadas que pueden ponerse las cosas en la Costa Izquierda. Tarde o temprano, medita Gruzsa, empezarán a preguntar por qué no paro de perder frijoleros. Primero, Art Moreno secuestrado, y ahora Jorge Escobar salpicando sesos por todo el arroyo.

¿Qué puedo decir?, piensa Gruzsa. La vida es algo peligroso para un frijolero en la frontera.

Tim Kearney es otra historia. Una cosa es sacar del trullo a un triple reincidente condenado a cadena perpetua si consigues resultados, y otra muy diferente es soltar por ahí a un delincuente profesional quedándote sin otra cosa en la mano que tu propia polla.

Tim Kearney suelto por ahí podría joder un montón de cosas, piensa Gruzsa. Tendré que localizar a ese gilipollas y obligarle a cumplir su parte del trato. Y punto.

No podía confiar en tener suelto por ahí a Tim Kearney y que mantuviera la boca cerrada. Lo único que a Tim Kearney le quedaba por hacer en esta vida era conseguir que lo mataran.

Gruzsa se pule su bebida y golpea la barra con los nudillos para pedir otra. Se la traen en el momento en que una enorme mole humana vestida de cuero se deja caer en el taburete de al lado.

—Hola, gilipollas —lo saluda Gruzsa—. ¿Cómo va el negocio del cristal?

—Ni siquiera quiero que me vean contigo —contesta el motero—. Ahórrate las cortesías de chorradas.

—¿Qué? ¿Crees que a mí me hace gracia?

—¿Qué quieres?

Pide una cerveza para el motero.

—El tipo que se cargó a tu hermano...

Gruzsa ve que ha despertado el interés de Boom-Boom. Boom-Boom debe de medir más de dos metros y pesar unos ciento cincuenta kilos, y el pelo color rata le llega al culo. El rollo de Boom-Boom es que no le gusta pelear. Ni con puños, ni con cuchillos, ni con pistolas. Boom-Boom prefiere pasar de eso.

Lo que le gusta a Boom-Boom es hacer volar a la gente por los aires.

De ahí el nombre.

Ahora los ojos de Boom-Boom brillan.

—¿Kearney? —pregunta.

—¿Es el tipo que mató a tu hermano?

—Tim Kearney asesinó a Stinkdog.

—Entonces estoy hablando de él.

—¿Qué pasa con él?

—Lo andas buscando.

Boom-Boom no contesta. No vale la pena desperdiciar aliento en algo evidente.

—Lo has estado buscando —prosigue Gruzsa—, pero no lo has encontrado. Es como si hubiera desaparecido, ¿verdad?

—Supuse que lo habían sacado del estado. Pero lo encontraremos.

Gruzsa niega con la cabeza.

—Lo solté.

Le gusta ver la expresión de sorpresa en la cara fofa y estúpida de Boom-Boom.

—¿Por qué? —pregunta el motero.

Gruzsa no puede resistir la tentación de contestarle.

—Porque nos pusimos muy contentos cuando le dio el pasaporte al hijoputa de tu hermano.

Ve que la mano de Boom-Boom se tensa alrededor del cuello de la botella de cerveza.

—No tienes pelotas, Boom-Boom —añade—. Tal vez serías capaz de dejar un paquetito debajo de mi coche y huir en la oscuridad, pero no tienes pelotas para hacerme algo cara a cara.

La mano del otro se relaja y se lleva la botella a los labios.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —pregunta cuando se termina la cerveza.

—Es como en el anuncio de la tele: «¿Por qué preguntas por qué?».

—Porque podrías estar tendiéndome una trampa.

Gruzsa ríe.

—Si quisiera tenderte una trampa, podría hacerlo sin tener que reunirme contigo. Por cierto, ¿sabes lo que es una ducha? Hueles que apestas.

—Que te den por culo, Gruzsa.

—Ni en sueños. En cualquier caso, he oído que en Chino eras tú quien ponía el culo.

Boom-Boom le dirige una mirada de odio en estado puro, lo cual le conviene, porque le gusta que lo odie. Boom-Boom está tan cabreado que Gruzsa supone que lo que le han dicho de él es cierto, y ríe al pensar en la imagen.

—Puedo ponerte una bomba en el coche que solo te deje sin piernas —dice Boom-Boom, con la vista fija en la entrepierna de Gruzsa.

Este asiente, y luego le pega en la cara con el canto de la mano derecha. Oye cómo el cartílago de la nariz de Boom-Boom se rompe con el golpe.

—Que estemos haciendo negocios no te otorga derechos —explica Gruzsa.

Boom-Boom se queda sentado en el taburete, con los ojos anegados en lágrimas y la nariz sangrante. Pero no se marcha ni se arruga. Gruzsa ha de reconocerlo. Boom-Boom es un estúpido y testarudo hijo de puta.

De repente, el camarero se afana por contar la recaudación, mientras pone en marcha un proceso de amnesia selectiva. En cualquier caso, el bar vende más cristal que alcohol, de modo que no va a aparecer por ahí ningún vídeo de un poli golpeando a un capullo. Esto es algo entre adultos.

—Digamos que alguien enfunda a Kearney en una bolsa de cadáveres —dice Gruzsa—. Pensaré que es Papá Noel y lo dejaré correr.

Boom-Boom asiente y se seca la sangre de la manga.

—Pronto —añade Gruzsa.

—Queremos algo peor para él.

—Yo, en tu lugar, empezaría a mirar por la frontera —dice Gruzsa. Se baja del taburete y deja uno de veinte sobre la barra—. No te molestes en darme las gracias. Mi trabajo es mi recompensa.

—Que te den por culo.

Pero esta vez lo dice con un tono nasal.

Gruzsa sale del bar sintiéndose mejor que en todo el día.

13

Tim localiza la habitación de Brian, abre la puerta con sigilo y lo ve preparándose un chute. Su chico italiano está desnudo, tendido en el suelo, apoyado sobre un codo, mirando.

La habitación huele a incienso y hachís.

Tim entra.

—¡Z! —chilla Brian—. ¡Qué placer tan inesperado!

Tim mira al chico italiano.

—¿Te parece bien que Brian y yo hablemos unos minutos en privado?

El chico parece vacilar, pero Brian dice:

—Lárgate.

Cuando están solos, Brian añade:

—¿Has estado con Elizabeth? Hueles a haber follado.

Tim señala la jeringa con la cabeza.

—¿Puedo ayudarte? —pregunta.

—Un honor.

Manipula la jeringa mientras Brian se ciñe la goma al brazo. Cuando ve sobresalir una gruesa vena, Tim expulsa todo el líquido de la jeringa antes de clavar la aguja en el brazo.

A Brian, se le salen los ojos de las órbitas por el miedo.

—Qué coño... —dice, sujetando todavía con los dientes la goma.

—Tranqui, Bri —dice Tim—. Una gruesa jeringa llena de aire. Aprieto el émbolo, una burbuja sale disparada hacia tu corazón y... bang. Coronaria masiva instantánea.

—¿Por qué...?

—Mírame a los ojos, gilipollas —le ordena con una seguridad que no siente—. Soy Bobby Z y sabré si mientes. Lo sabes, ¿verdad?

Brian asiente. Tiene la cara roja, y Tim teme que le dé un infarto.

—¿Qué pasa, Brian?

—¡¿Qué pasa?! —chilla.

—Sí, qué pasa contigo y con Don Huertero. ¿Qué me reserva el gran hidalgo? Y no me vengas con más chorradas sobre el gran negocio del cristal, Brian, porque sé que era un simple truco para mantenerme contento y feliz mientras tú me tendías la encerrona, ¿no es así?

El sudor brota de todos los gruesos poros de la cara de Brian.

—¿No es así?

Tim empuja la aguja un poco más.

—Podemos llegar a un acuerdo, Z —dice Brian.

—El acuerdo es que vas a hablar ahora mismo, o tu corazón estallará como un M-80 en un cubo de basura.

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