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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

La tercera puerta (6 page)

Rush parecía perdido en sus pensamientos, pero enseguida regresó al presente.

—Desconozco los detalles. Stone ha invertido muchísimos recursos, tanto económicos como logísticos, pero lo ha hecho con discreción, por supuesto. Sé que empezó estudiando los movimientos de Petrie. Una vez que el antiguo egiptólogo descifró el ostracón, ¿cómo supo dónde buscar? No se habría marchado de Egipto con tanta prisa de no haber tenido una idea bastante exacta. Así pues, Stone empezó a juntar unos hechos con otros e inició la búsqueda en el templo de Horus de Hieracómpolis.

—¿Dónde?

—En la capital del Alto Egipto, el hogar del faraón Narmer antes de que invadiera las fértiles tierras del norte y unificara el país. Allí fue donde se descubrió la Paleta de Narmer a finales del siglo XIX. Se sabe que Petrie llegó hasta allí en sus primeras expediciones hacia el sur.

—La ciudad más importante para el faraón —dijo Logan—. Cuna de la Paleta de Narmer y supongo que también del ostracón. Uno de los centros que investigó Petrie. Entonces ¿la tumba de Narmer está en Hieracómpolis?

Rush negó con la cabeza.

—Hieracómpolis es el lugar donde estaba el documento que nos llevó a la tumba.

Logan reflexionó.

—Claro —dijo—. No podía ser Hieracómpolis. Dijiste que no era algo tan sencillo como Egipto. —Miró a Rush de soslayo—. ¿Qué quisiste decir exactamente con eso?

El médico se rió por lo bajo.

—Has tardado en preguntármelo. Hablaremos de ello en el barco.

—¿El barco?

Justo cuando Rush asentía, Logan notó que el avión iniciaba el descenso. Miró por la ventanilla y vio que el Nilo se había ensanchado hasta convertirse en el lago Nasser. Un cuarto de hora después habían aterrizado en un aeropuerto sin nombre situado más allá del lago y que no era más que una simple pista rodeada de desierto. Bajaron del avión y subieron a un jeep que los esperaba. El chófer sacó el equipaje de Logan y una gran caja de metal sin distintivos de la bodega del avión y lo metió todo en el maletero, luego subió al coche y partieron en dirección oeste, hacia el río. El sol era una implacable bola blanca que abrasaba el suelo con sus rayos de mediodía. Llegaron al río en cuestión de minutos. Unas cuantas ibis volaban sobre el agua. En la distancia se oyó el bramido de un hipopótamo. El jeep se detuvo junto a un muelle que parecía tan desierto como la pista de aterrizaje. Rush se apeó y guió a Logan hacia la embarcación más extraña que este había visto en su vida.

Medía al menos veinticinco metros de eslora, pero era de manga estrecha teniendo en cuenta su longitud. Para su tamaño tenía muy poco calado. Logan calculó que no más de sesenta centímetros. La superestructura consistía en una construcción de dos alturas que ocupaba toda la superficie de cubierta. A ambos lados de la proa había dos pequeñas plataformas, descubiertas y suspendidas sobre el agua, que le hicieron pensar en cofas de vigía. Pero el rasgo más extraordinario del barco se encontraba en la popa: una enorme jaula de acero de forma cónica, cuyo extremo más estrecho miraba hacia proa, tan grande como una cápsula Gemini del espacio, y más o menos con la misma forma. En su interior albergaba una hélice de cinco palas de aspecto siniestro. Todo el conjunto estaba montado de forma permanente en la sección de popa de la cubierta principal.

—Madre mía… —dijo Logan desde el muelle—. Un hidrodeslizador hinchado de anabolizantes.

—Buena descripción —dijo una voz ronca.

Logan vio que un individuo había aparecido en la entrada de la superestructura. Aparentaba unos cincuenta años, era de complexión mediana, tenía los ojos hundidos y barba blanca y corta. El hombre fue hasta la pasarela de embarque y les invitó a subir a bordo.

—Te presento a James Plowright —dijo Rush—. El piloto de la expedición.

—Menuda embarcación —comentó Logan.

—Ajá —asintió Plowright.

—¿Qué tal se maneja? —preguntó Logan.

—Bastante bien. —Al fuerte acento escocés de Plowright se sumaba la parquedad de palabra que solía acompañar a ese rasgo.

Logan se fijó en la hélice.

—¿Qué motor lleva?

—Una turbina Lycoming P-cincuenta y tres sacada de un helicóptero Huey.

Logan silbó.

—Ven por aquí —le dijo Rush. Luego se volvió hacia Plowright—. Zarpa cuando todo esté listo, Jimmy.

El escocés asintió.

Rush encabezó la marcha por la cubierta. Dado el tamaño de la embarcación y su reducida manga, el pasillo era estrecho, y Logan agradeció que hubiera pasamanos. Dejaron atrás varias puertas hasta que Rush se metió por una de ellas y lo hizo pasar a un espacio en penumbra. Cuando sus ojos se adaptaron a la luz, Logan vio que se hallaban en un confortable salón amueblado con sofás y bancos de piel. Cuadros con motivos náuticos y deportivos decoraban las paredes. Olía a cuero curtido y a repelente de insectos.

El conductor del jeep depositó el equipaje de Logan y la caja metálica en un rincón, se despidió con un saludo de la cabeza y salió.

Logan señaló la caja.

—¿Qué hay ahí? —preguntó.

Rush sonrió.

—Discos de memoria con los archivos de los casos que hemos estudiado en el Centro. No puedo abandonar completamente mi trabajo mientras estoy aquí.

Logan oyó un débil sonido proveniente de la zona de popa. El motor se puso en marcha con un aullido. La embarcación se alejó del muelle con un ligero estremecimiento y se dirigió río arriba, hacia Sudán.

—Tenemos dos naves como esta, construidas especialmente para la expedición —explicó Rush mientras se sentaban en uno de los bancos—. Las utilizamos para transportar cosas hasta la excavación. Cosas demasiado pesadas o demasiado delicadas para lanzarlas en paracaídas: los equipos de alta tecnología, por ejemplo. O el personal especializado.

—Me cuesta imaginar una excavación que requiera una embarcación como esta.

—Cuando la veas, lo comprenderás perfectamente. Te lo prometo.

Logan se recostó en el banco de piel.

—De acuerdo, Ethan. Ya he conocido a Stone. Ya sé lo que estáis buscando. Creo que ha llegado el momento de que me digas adónde vamos.

Rush sonrió apenas.

—¿Has oído alguna vez la expresión «el infierno en la tierra»?

—Claro.

—Bien, pues prepárate. Porque ahí es exactamente adonde vamos.

7

R
USH se inclinó hacia delante.

—¿Has oído hablar del Sudd?

—Me suena de algo —dijo Logan tras pensarlo un momento.

—La gente cree que el Nilo no es más que un río muy ancho que serpentea sin encontrar demasiados obstáculos a través de África. Nada más lejos de la verdad. Los primeros exploradores, Burton, Livingstone y los demás, tomaron conciencia de ello por las malas cuando se toparon con el Sudd. Creo que deberías echar un vistazo a esto. —Rush señaló un libro que había en una mesita auxiliar—. Describe el lugar mucho mejor de lo que pueda hacerlo yo.

Logan no se había fijado en el libro. Lo cogió y vio que se trataba de
El Nilo Blanco
, de Alan Moorehead. Era una historia de la exploración del río; recordaba haber hojeado un ejemplar de niño.

Logan pasó las hojas, encontró la indicada y empezó a leer mientras el salón vibraba a su alrededor.

El Nilo… es una corriente difícil. Atraviesa el desierto a lo largo de un curso ancho y bastante regular. [Pero al final] el río gira hacia el oeste, el aire se hace más húmedo y las orillas más verdes. Constituye el primer aviso del gran obstáculo del Sudd que espera más adelante. En el mundo no hay marisma más formidable que el Sudd. El Nilo se pierde en un vasto mar de juncales de papiro y vegetación descompuesta, y en ese fétido calor surge un brote de vida tropical que no ha cambiado gran cosa desde el inicio del mundo. Resulta tan primitivo y hostil para el hombre como el Mar de los Sargazos. [La] región no es ni agua ni tierra. Año tras año, la corriente no cesa de arrastrar más vegetación flotante y la agrupa en compactos montones que llegan a alcanzar los seis metros de espesor y son tan sólidos que hasta un elefante podría caminar por ellos; pero después estos restos se resquebrajan en forma de islas y se forman de nuevo en otro sitio. Es un proceso que se repite eternamente en miles de formas imposibles de diferenciar. Aquí no se puede decir que exista un presente y aun menos un pasado, salvo en las ocasionales islas de terreno duro en las que ningún hombre, ni siquiera el más salvaje, ha vivido ni podría vivir por la desolación de cieno y cañas flotantes. Aquí florecen en loca abundancia las formas de vida más bajas; pero, para el hombre, el Sudd solo contiene la amenaza del hambre, las enfermedades y la muerte.

Logan dejó el libro a un lado.

—Dios mío, ¿existe realmente un lugar así? —preguntó.

—Desde luego que existe. Lo verás antes de que oscurezca. —Rush cambió de postura en el banco—. Imagina, una región de miles de kilómetros cuadrados que en realidad no es tanto una marisma como un laberinto de cañizales de papiro, troncos empapados de agua y barro; barro por todas partes, un barro más traicionero que las arenas movedizas. El Sudd no es profundo. Como mucho no tendrá más de diez o doce metros en algunos sitios, pero, además de que la vegetación submarina forma un compacto y terrible entramado, el agua tiene tanto limo que los buzos no alcanzan a ver más allá de sus gafas. Las aguas están llenas de cocodrilos durante el día, y por la noche el aire está plagado de mosquitos. Los primeros exploradores renunciaron a cruzarlo y acabaron por rodearlo. Es posible que en la actualidad el Sudd no sea tan impenetrable como en la época de Moorehead, pero no es un paseo. Se halla en un amplio valle poco profundo. Y todos los años se extiende. Solo un poco, pero se extiende. Es como un ser vivo. Por eso necesitamos una embarcación tan estrecha. Intentar atravesar el Sudd es como pasar una aguja a través de la corteza de un árbol. Todos los días un helicóptero hace un vuelo de reconocimiento y traza un mapa de las cambiantes corrientes y de los nuevos caminos que se abren. Y esas rutas se modifican diariamente.

—Entonces, esta embarcación funciona como una especie de rompehielos —comentó Logan. Estaba pensando en los extraños equipos que había visto en la proa.

Rush asintió.

—Al tener poco calado nos permite evitar los obstáculos que hay bajo el agua, y la hélice de popa brinda el empuje suficiente para pasar por los lugares más angostos.

—Tienes razón —dijo Logan—. Suena como el infierno en la tierra. Pero ¿por qué nos…? —Se interrumpió—. Oh, no.

Rush asintió de nuevo.

—Oh, sí.

—Santo cielo… —Logan se quedó callado un momento—. O sea que la tumba de Narmer está en el Sudd. Pero ¿por qué?

—¿Recuerdas lo que dijo Stone? Piénsalo. Narmer se tomó muchas molestias para ocultar la ubicación de su tumba. De hecho, salió de Egipto y se internó en Nubia, más allá de las seis cataratas del Nilo, lo cual era un viaje peligroso por tierras hostiles. Teniendo en cuenta que estamos hablando del principio de la historia egipcia, del período arcaico de la Primera Dinastía, es un logro equiparable a la Gran Pirámide. Y no solo eso, Narmer es el único faraón que no fue enterrado en Egipto. Como sabrás, todos lo faraones debían descansar en suelo egipcio.

Logan asintió.

—Por eso Egipto nunca colonizó.

—Teniendo en cuenta todo esto, Jeremy, todo ese increíble esfuerzo, gasto y riesgo, ¿de verdad crees que es probable que la tumba de Narmer no contenga nada de valor?

—Pero una marisma impenetrable… —Logan meneó la cabeza—. Piensa en la logística que supone la construcción de una tumba… y más para una cultura primitiva y en una región hostil.

—Esa es precisamente la diabólica belleza de esta historia. ¿Recuerdas que te he dicho que el Sudd se extiende un poco cada año? Narmer lo sabía. Pudo haber construido su tumba en lo que por aquel entonces era el límite del Sudd y mantener su ubicación en secreto. Hay una vasta red de cuevas volcánicas debajo de la superficie del valle del Sudd. Tras la muerte del faraón, la expansión de la marisma ocultó todo rastro de la tumba. La naturaleza hizo el trabajo por él. —En el rostro de Rush apareció una expresión de preocupación—. Casi demasiado bien.

—¿A qué te refieres?

—Ya oíste a Stone. La excavación está en marcha y funciona como un reloj. Los expertos están en sus puestos, los técnicos, los arqueólogos, los mecánicos y el resto. Pero… —Vaciló—. Pero la localización exacta de la tumba ha sido un poco más difícil de hallar de lo que los expertos de Stone habían previsto. —Rush suspiró—. Por un lado, hay que obrar con discreción, por supuesto, como siempre, aunque no tanto como en una excavación normal. Por otro lado, es la peor época del año: la temporada de las lluvias. Lo que hace que el Sudd sea un lugar mucho más difícil, desagradable e insalubre para trabajar.

Logan recordó las palabras de Stone: «El tiempo apremia».

—¿Y por qué ese ritmo frenético? ¿Por qué no esperar hasta la temporada seca? La tumba lleva allí cinco mil años, ¿por qué no otros seis meses?

Por toda respuesta, Rush se levantó y le indicó con un gesto que lo siguiera fuera del salón. Salieron a cubierta y caminaron con cuidado hacia proa. El sol se ponía en el horizonte. La implacable bola blanca se había convertido en un disco furiosamente naranja. El Nilo se extendía en grandes ondas desde la proa. Los gritos de las aves acuáticas daban paso a extraños chillidos procedentes de las orillas.

Rush señaló a lo lejos. Logan miró al frente y vio una serie de colinas que se alzaban a ambos lados del río y se ensanchaban para formar un gigantesco anfiteatro delante de ellos que se perdía en la distancia.

—¿Ves eso? —preguntó Rush—. Más allá está la presa de Af’ayalah. Falta poco para que la terminen. Dentro de cinco meses, todo esto, todo este territorio dejado de la mano de Dios, quedará cubierto por las aguas.

Logan recorrió el horizonte con la mirada. Por fin entendía el porqué de tanta prisa.

Mientras contemplaba la superficie del río con aire pensativo se fijó en la vegetación que flotaba en la corriente. Al principio, simples juncos sueltos de papiro. Pero más adelante los juncos atrapados en los montículos de barro que surgían del fondo como volcanes en miniatura empezaban a formar pequeñas islas.

—La presa nos proporciona una estupenda tapadera —continuó Rush—. Nos hacemos pasar por un equipo de investigadores que está estudiando el ecosistema y documentándolo antes de que desaparezca para siempre. Pero ese engaño nos cuesta un montón de dinero, y cuanto más dura, más difícil resulta mantenerlo.

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