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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

La tercera puerta (5 page)

«El toque Midas», pensó Logan.

—En ese caso deduzco que el diario del ayudante de Petrie no fue la última palabra en este asunto.

De nuevo Stone sonrió ligeramente. Cuando volvió la vista hacia Logan, aquella mirada severa y calculadora reapareció en sus ojos.

—El ama de laves de Petrie. Uno de mis colaboradores se enteró de su existencia, rastreó su paradero y la entrevistó poco antes de que muriera en un hospicio para ancianos de Haifa. Eso fue hace seis años. La mujer desvariaba bastante, pero tenía momentos de lucidez, así que cuando la interrogamos amablemente recordó una tarde de 1941 en que Petrie enseñó a cierto invitado una parte de su gran colección de antigüedades. Al parecer se trataba de un invitado sin importancia, y Petrie solía entretener así a sus visitas. Sea como fuere, el ama de llaves recordaba que Petrie y su invitado examinaron el contenido de un arcón de madera que el egiptólogo había desenterrado en una de sus primeras expediciones Nilo arriba. De repente, Petrie dio un respingo, como fulminado por un rayo. Tartamudeó durante un minuto. Luego se deshizo de su visita con alguna excusa y cerró con llave la puerta de su estudio, cosa que nunca hacía. Por eso el ama de llaves recordaba el incidente. A los pocos días, Petrie partió para su último viaje a Egipto.

—Encontró algo en ese arcón —dijo Logan.

Stone asintió.

—Algo que llevaba ahí, a la vista, mucho tiempo. O, más probablemente, algo que nunca, antes de ese día, había examinado de cerca. Petrie había reunido tantas piezas que difícilmente las conocía todas al detalle.

—Deduzco que, dado que estamos aquí, usted ha encontrado esa pieza.

—La he encontrado —dijo Stone despacio.

—¿Puedo preguntarle cómo?

—Será mejor que no. —Si aquella respuesta pretendía ser una broma, no lo parecía—. Digamos que mis métodos son exclusivamente míos. Le bastará saber que fue una tarea larga, ardua, fastidiosa, aburrida y cara. Como imaginará, dediqué mucho tiempo y dinero en buscar el diario y al ama de llaves, pero me costó veinte veces más averiguar qué fue lo que descubrió Petrie esa tarde de 1941. Y ahora que lo sé, estoy dispuesto a compartirlo con usted, aunque sea brevemente.

Stone se llevó la taza a los labios.

Logan aguardó; esperaba que Stone sacara de alguna parte una caja o que ordenara a Rush que retirara el misterioso objeto de alguno de los estantes de la habitación. Sin embargo, se limitó a beber de la taza. Luego señaló con la cabeza el posavasos de terracota, manchado con un cerco de café.

—Cójalo —dijo.

5

L
OGAN vaciló un instante. No estaba seguro de haber entendido. Stone se limitaba a mirarlo fijamente mientras sostenía la taza con expresión inescrutable.

Logan alargó el brazo hacia el posavasos, se quedó quieto un segundo y después lo cogió con cuidado. Cuando lo tuvo entre los dedos se dio cuenta de que no estaba hecho de terracota, sino que era una delgada lámina de piedra caliza con los bordes muy descascarillados. Le dio la vuelta y vio que tenía grabados varios pictogramas con tinta de color marrón claro.

—Como comprenderá, no se trata del original sino de una copia exacta —dijo Stone—. ¿Sabe qué es?

Logan lo hizo girar y lo sopesó.

—Parece un ostracón.

—¡Bravo! —exclamó Stone, que se volvió hacia Rush—. Ethan, este hombre me impresiona más cada minuto que pasa. —Miró de nuevo a Logan—. Si sabe que es un ostracón, sabrá para qué servían.

—Los ostracones son fragmentos de piedra, cerámica, terracota, cualquier cosa que sirviera para escribir algo sin importancia. La versión antigua de nuestra libreta de notas.

—Exacto. Y hay que resaltar lo de «sin importancia». Podían ser recibos o listas de la compra. Por eso yo lo he utilizado como posavasos. Un toque teatral que me sirve para subrayar lo que quiero decir. Para una persona como Flinders Petrie, los ostracones eran algo de lo más corriente, solo resultaban interesantes si podían arrojar alguna luz sobre la vida cotidiana en la antigüedad, de lo contrario carecían de importancia.

—Por eso Petrie no se había fijado antes en este. —Logan observó la descolorida inscripción. Había un total de cuatro pictogramas, muy rayados y descoloridos—. No sé casi nada de jeroglíficos. ¿Por qué son tan especiales estos?

—Le daré la versión corta. ¿Ha oído hablar del rey Narmer?

Logan lo pensó un momento.

—¿No fue el faraón que, según muchos eruditos, unificó Egipto?

—Así es. Antes de que Narmer entrara en escena había dos reinos: el Alto Egipto y el Bajo Egipto. Por Alto Egipto se entiende Nilo arriba, en el sur. Cada reino tenía su rey. Los reyes del Alto Egipto llevaban una corona blanca de forma oblonga, mientras que los del Bajo Egipto llevaban una corona roja con una especie de pico en la parte de atrás. Alrededor del año 3200 a. C., Narmer, rey del Alto Egipto, invadió el norte, mató al rey del Bajo Egipto y unificó el país: se convirtió en el único faraón del imperio. En mi opinión fue el primer rey-dios de una larga dinastía. ¿Quién sabe?, tal vez solo un dios fuera capaz de unir los dos reinos. Se creía que tenía poder tanto sobre la vida como sobre la muerte. —Stone hizo una pausa—. Sea como fuere, unificó algo más: las coronas de ambos reinos. Como sabrá, doctor Logan, la corona de los faraones egipcios era un símbolo fundamental de su poder. Narmer lo sabía, desde luego, así que tras la unificación de ambos reinos adoptó una nueva corona, una fusión de la blanca y la roja, símbolo de su dominio del Alto y el Bajo Egipto. Y durante los tres mil años que siguieron todos los faraones hicieron lo mismo.

Stone apuró su taza de café y la dejó a un lado.

—Pero volvamos a Narmer. La unificación de Egipto fue inmortalizada en una gran tablilla que ilustraba la derrota de su rival. Los eruditos consideran que la llamada Paleta de Narmer es el primer documento histórico del mundo. En ella aparece la primera representación que se conoce de los reyes egipcios y también contiene una serie de jeroglíficos primitivos y muy característicos.

Stone alargó la mano, y Logan le entregó el fragmento de piedra.

—Lo que Petrie vio en este ostracón eran jeroglíficos que databan de ese período tan antiguo. Como ha podido comprobar, hay cuatro en total. —Stone los señaló con su huesudo dedo.

—¿Qué dicen? —quiso saber Logan.

—Comprenderá que me muestre un tanto reticente en cuanto a los detalles. Digamos que lo que tenemos aquí no es una lista de la compra sin importancia. Más bien lo contrario. Este ostracón es la clave del mayor, y he dicho «el mayor», secreto arqueológico de la historia. Nos dice qué se llevó el faraón Narmer consigo en su viaje al más allá.

—¿Se refiere a que es una lista de lo que se enterró en su tumba?

Stone asintió.

—Pero hay un problema. La tumba de Narmer, una triste cámara doble en la ciudad de Abidos, conocida como Umm el-Qua’ab, no contenía nada de lo indicado en el ostracón.

—¿Entonces…? —Logan se interrumpió brevemente—. ¿Me está diciendo que la tumba que conocemos no es una tumba?

—Oh, es una tumba, sí. Pero no es «la» tumba. Puede que se trate de un ejemplo primitivo de cenotafio, de una tumba simbólica más que de la auténtica. Sin embargo, yo prefiero considerarla una trampa, un engaño para despistarnos. Cuando Flinders Petrie vio este ostracón comprendió que… Bueno, fue la razón de que lo abandonara todo en el acto y arriesgara su salud, su seguridad y su fortuna en el intento de hallar la verdadera tumba de Narmer.

Logan reflexionó.

—Pero ¿qué podía tener tanto valor como para…?

Stone alzó la mano para interrumpirlo.

—Eso no se lo diré. Pero cuando conozca la ubicación de la tumba, y eso es algo que dejaré que le explique el doctor Rush, comprenderá por qué estamos convencidos de su trascendental importancia, y eso aunque no supiéramos lo que contiene.

Stone se inclinó hacia delante y juntó las yemas de los dedos.

—Señor Logan, mis métodos son inusuales. Y eso le implica también a usted. Cuando emprendo un nuevo proyecto dedico la mayor parte del tiempo y al menos la mitad del presupuesto a los preparativos. Investigo cualquier posible camino que pueda conducirme al éxito y reúno tantos datos e información como puedo antes de que el primer pico reviente el suelo, de modo que no le sorprenderá saber que, desde el momento en que este ostracón y su mensaje llegaron a mis manos, di luz verde al proyecto. Es más, se convirtió en mi principal prioridad.

Se echó hacia atrás y miró a Rush.

El médico habló entonces por primera vez.

—Hemos triunfado donde Petrie fracasó. Estamos triangulando la posición de la tumba. Todo está preparado y en su sitio. Los trabajos han empezado ya.

—Y avanzan deprisa —añadió Stone—. El tiempo apremia.

Logan cambió de posición en su silla. Seguía intentando asimilar la enormidad de ese descubrimiento.

—Se enteraron de la existencia de esa tumba. Saben dónde está. Han empezado las excavaciones. Entonces ¿para qué me necesitan?

—Preferiría que eso lo descubriera usted mismo, sobre el terreno. No deseo influir de ninguna manera en su forma de pensar ni en sus opiniones. Digamos simplemente que han surgido complicaciones que entran de lleno en su especialidad.

—En otras palabras, algo extraño, quizá inexplicable y probablemente aterrador está ocurriendo en la excavación. Algo como una maldición.

—¿Acaso no hay siempre una maldición? —repuso tranquilamente Stone.

Sus palabras fueron recibidas con absoluto silencio.

Al cabo de un rato, Stone continuó:

—Es necesario analizar y comprender esas «complicaciones» para hacerles frente. Ethan le dará más datos de camino a la excavación.

—¿Dónde está, exactamente?

—Eso, mi querido doctor, puede que sea lo más extraño de esta extraña historia. Pero ya basta de antecedentes. —Stone se levantó y le estrechó la mano. Su apretón fue leve y frío—. Ha sido un placer conocerlo. Ethan se ocupará de usted a partir de ahora. Tiene plena confianza en su talento y, después de haberlo conocido, debo decir que yo también.

Aquellas palabras eran la señal inequívoca de que la reunión había terminado. Logan se levantó y dio media vuelta para marcharse.

—Una cosa más, doctor Logan.

Logan se volvió.

—Trabaje deprisa. Muy deprisa.

6

E
L avión remontó rápidamente el vuelo desde el aeropuerto de El Cairo y enseguida giró hacia el Nilo. Volaban hacia el sur, siguiendo los perezosos meandros del río. Logan miró por la ventanilla y contempló la lenta y pardusca superficie. Se mantenían a unos pocos miles de metros de altitud, de manera que podía distinguir claramente los
dhows
y los cruceros fluviales que surcaban sus aguas y dejaban su estela a su paso por las zonas manchadas de rojo fruto de los pétalos del loto. A lo largo de las orillas, encajados entre una red de canales de riego, había verdes campos de cultivo y plantaciones de plátanos y granadas.

Rush se disculpó un momento y fue a la cabina para hablar con la tripulación. Logan no tuvo inconveniente; necesitaba un poco de tiempo para digerir lo que acababan de explicarle.

El huesudo y frágil señor Stone le había impresionado profundamente. Rara vez las primeras impresiones resultaban engañosas. Para seguir aquella insignificante pista hasta sus últimas conclusiones hacían falta una pasión y una determinación increíbles.

Y lo mismo podía decirse del descubrimiento: la tumba auténtica del primer faraón de Egipto, el rey-dios Narmer, y su misterioso contenido… Podía ser el Santo Grial de la egiptología.

Poco a poco el verdor de las orillas fue menguando y las palmeras y los campos cedieron paso a los juncales de papiro. Rush regresó de la cabina.

—Bueno —dijo con una sonrisa—, me prometí que no te lo preguntaría, pero no puedo resistirme. ¿Cómo demonios lo haces?

—¿Hacer qué? —preguntó Logan, esquivo.

—Ya sabes. Lo que haces. Por ejemplo, ¿cómo exorcizaste al legendario fantasma que tuvo embrujada a la Universidad de Exeter durante más seiscientos años? ¿O cómo…?

Logan lo interrumpió con un gesto de la mano. Sabía que tarde o temprano aquellas preguntas llegarían, siempre era así.

—Bueno… Tienes que jurarme que guardarás el secreto.

—Por supuesto.

—Entenderás que no se lo puedes contar a nadie…

Rush asintió muy serio.

—Muy bien. —Logan miró en derredor con aire desconfiado; después se inclinó hacia delante como si fuera a revelar un secreto—. Dos palabras —susurró—. Vida ordenada.

Rush lo miró sin comprender durante un par de segundos. Luego sonrió y meneó la cabeza.

—Me está bien empleado por preguntar.

—Hablo en serio, no tiene nada que ver con ristras de ajos ni con brebajes de polvos mágicos. Solo se requieren conocimientos extensivos de ciertos asuntos, algunos de ellos obvios, como la historia y la teología comparada; otros no tanto, como la astrología y las… artes secretas. También es importante tener una mente abierta. ¿Has oído hablar de la navaja de Occam?

Rush asintió.

—«Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem». La explicación más sencilla suele ser la correcta. Pues bien, en mi trabajo acostumbro a utilizar el enfoque contrario. La explicación correcta es a menudo la más inesperada, la más inusitada…, al menos para gente como nosotros, modernos, educados en la cultura occidental, fuera de sintonía con la naturaleza, y ansiosos ante las prácticas y las creencias de la Antigüedad. —Hizo una pausa—. Tomemos por ejemplo el fantasma de Exeter que acabas de mencionar. Tras investigar a conciencia en los archivos de la ciudad y preguntar a la gente por las antiguas tradiciones locales, supe de cierto asesinato de una supuesta bruja que se produjo con el beneplácito de la comunidad alrededor de 1400. Eso me proporcionó todo lo que necesitaba. Tras localizar la tumba de la bruja, bastaron una serie de rituales y de productos químicos.

—¿Quieres decir…? —Rush parecía atónito—. ¿Quieres decir que realmente había un fantasma?

—Claro. ¿Qué esperabas?

Siguió un largo silencio. Al cabo de un par de minutos, Logan cambió de postura.

—Volvamos al asunto que nos ocupa. La historia de Stone es impresionante, pero plantea casi más preguntas que respuestas, y no solo en lo que se refiere al contenido de la tumba. Por ejemplo, ¿cómo descubrió su ubicación? Un ostracón puede ser una herramienta fascinante, pero no es lo que se dice un mapa de carreteras.

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