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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

La tercera puerta (23 page)

—Polvo —anunció por radio—, partículas de materia y altos niveles de CO2, pero ninguna bacteria patógena.

Logan comprendió entonces para qué servía aquella máquina: era el equivalente en alta tecnología de la vela que en su día sostuvo Howard Carter ante la corriente de aire que salía de la tumba de Tutankhamón.

—¿Concentración de hongos? —preguntó Stone.

—Para un análisis completo tendremos que esperar hasta que vuelva al Centro Médico con las muestras —contestó Rush—, pero no hay nada destacable en este primer análisis. De hecho, lo que hay es una notable ausencia de hongos. El microclima de la tumba no muestra presencia de bacterias anaeróbicas, pero en cambio hay un nivel aceptable de bacterias aeróbicas.

—En ese caso, seguiremos adelante. De todas maneras, y para asegurarnos, instalaremos duchas de descontaminación en el Centro de Inmersiones y las utilizaremos siempre que salgamos del Umbilical.

Stone se acercó al agujero mientras Rush guardaba su equipo. Había cogido algo de una de las cajas de la plataforma: una cámara de fibra óptica como las utilizadas por los SWAT, con una luz en el extremo y cuyo cable flexible se conectaba a unas gafas. Se las colocó por encima de la mascarilla del respirador e introdujo la cámara por el agujero de la pared. Durante un momento permaneció inmóvil, escrutando el interior de la tumba con el dispositivo. De repente dio un respingo.

—¡Dios mío! —exclamó con voz entrecortada—. ¡Oh, Dios mío!

Retiró la cámara del agujero, se quitó las gafas y se volvió lentamente hacia los otros. Logan se llevó una sorpresa: la estudiada expresión de despreocupación y frialdad había desaparecido del rostro de Stone. A pesar de que el respirador le tapaba parte de la cara, parecía alguien que acabara de… Logan, cuyo corazón latía aceleradamente, no tenía palabras para describir aquella expresión. Quizá fuera la de alguien que acababa de atisbar el paraíso. O, quizá, el infierno.

Sin decir palabra, Stone hizo un gesto a los dos operarios. Se acercaron, el uno con un pequeño cincel eléctrico y el otro con un aspirador. Numeraron las losas de granito con un lápiz de cera. Luego uno de ellos empezó a retirar el mortero que unía las losas mientras el otro aspiraba el polvo que se desprendía. Logan supuso que tomaban aquella precaución por si habían utilizado veneno para ligar el mortero.

Una vez retirada la primera losa, el trabajo progresó rápidamente. En cuestión de minutos habían apilado varias junto a la entrada y abierto un boquete lo bastante grande para que pasara una persona.

Logan contempló el agujero y la negrura que aguardaba al otro lado. Como por un acuerdo tácito, nadie había iluminado todavía el interior de la tumba con una linterna. Todos esperaban a entrar para hacerlo.

Stone miró al grupo allí reunido. Había recobrado la voz y el control de sí mismo. Miró a Tina Romero y señaló el agujero del muro de granito con su mano enguantada.

—Tina —dijo por la radio—. Las mujeres primero.

34

T
INA asintió. Cogió la linterna con fuerza, dio un paso adelante e iluminó el negro vacío de la entrada de la tumba.

—¡Joder! —exclamó de inmediato al tiempo que retrocedía y el resto del grupo soltaba un grito ahogado.

En el interior de la tumba, a escasos centímetros de la abertura se alzaba una terrorífica estatua de piedra caliza que representaba a una criatura de más de dos metros de alto con cabeza de serpiente, cuerpo de león y brazos humanos. La figura estaba agachada, con los músculos en tensión, lista para abalanzarse sobre ellos. Había sido pintada con colores increíblemente vivos, brillantes todavía tras cinco mil años en la oscuridad. En lugar de ojos tenía incrustadas un par de cornalinas que relucían amenazadoramente a la luz de las linternas.

—Uf —dijo Tina, recuperada del susto—. Un guardián.

Se acercó a la inquietante estatua y la iluminó. A sus pies yacía un esqueleto humano con los restos de lo que había sido una lujosa vestimenta adheridos todavía a los huesos.

—Un centinela de la necrópolis —dijo Tina por la radio.

Rodeó con cuidado la estatua y se adentró en la cámara. Cada pisada levantaba pequeñas nubes de polvo. Al cabo de un momento, Stone la siguió, y después March, y a continuación Rush, que llevaba su equipo de análisis. Los operarios permanecieron en la plataforma. Logan fue el último en entrar; cruzó el muro de granito, rodeó la estatua y el esqueleto y accedió a la cámara propiamente dicha.

No era un espacio demasiado amplio, de no más de cuatro metros por tres, y se estrechaba ligeramente en la parte del fondo. El polvo dibujaba extrañas formas bajo los haces de las linternas. Las paredes aparecían enteramente cubiertas por azulejos de color turquesa que Logan supuso serían de cerámica. Su superficie estaba decorada con jeroglíficos primitivos e imágenes pintadas. El aire era muy frío y seco.

La tumba estaba llena de objetos funerarios cuidadosamente ordenados: varias sillas muy trabajadas y pintadas; una cama de madera dorada con dosel; varios ushabtis; numerosos objetos de alfarería; una caja forrada de oro y rebosante de amuletos, cuentas, joyas… Tina recorrió muy despacio la estancia mientras lo grababa todo en vídeo. March la seguía de cerca y de vez en cuando examinaba delicadamente alguna pieza con sus dedos enguantados. Rush manejaba sus analizadores. Stone permanecía cerca de la entrada, tomando nota mental de todo. Cuando alguien hablaba lo hacía en voz muy baja, casi reverencial. Era como si hasta entonces no hubieran sido del todo conscientes de lo que estaban haciendo: «Hemos entrado en la tumba de Narmer…».

Logan se quedó junto a Stone, observando. A pesar de su insistencia en acompañar al grupo, no había dejado de temer ese momento y de esperar que la fuerza maligna que había percibido se manifestara allí con más fuerza. Sin embargo, no notaba nada. Aunque no exactamente: parecía haber una presencia, pero era casi como si la tumba los estuviera observando, esperando, ganando tiempo…

¿Para qué? Logan lo ignoraba.

March apoyó la mano en la pared turquesa con un gesto que era casi una caricia.

—Este tubo de lava tiene que haberse formado con roca ígnea muy dura y cortante; sin embargo, la superficie es lisa como el cristal. Pensad en las horas de trabajo que eso significa con las rudimentarias herramientas de la época.

Tina se había detenido ante una larga hilera de altas vasijas de arcilla de color rojizo, perfectamente modeladas y con el borde de la boca ennegrecido.

—Este tipo de vasijas de boca negra eran muy comunes en la época de la unificación —dijo—. Nos serán muy útiles para la datación.

—La próxima vez que bajemos tomaré muestras para las pruebas de termoluminiscencia —dijo March.

Siguió un prolongado silencio mientras el grupo asimilaba todo lo que había a su alrededor.

—No veo el sarcófago —comentó Logan.

—En la primera cámara suele haber objetos domésticos —le explicó Stone—, cosas que el faraón podría necesitar en la próxima vida. El sarcófago tiene que estar en algún lugar más profundo, probablemente en la última cámara, pasada la tercera puerta. Es lo que el faraón más deseaba proteger y conservar en un estado inmaculado.

Tina se arrodilló ante un arcón de madera pintada y con ribetes de oro. Con un gesto delicado quitó el polvo de la tapa y la retiró lentamente. La luz de la linterna le descubrió que el interior estaba lleno de rollos de papiro cuidadosamente ordenados y en perfecto estado de conservación. Junto a ellos había dos hileras de tablillas esculpidas.

—Dios mío —susurró—. Pensad en la de historia que hay aquí…

Stone se había acercado a la cama con dosel. Era preciosa, y a la luz de las linternas parecía brillar con vida propia. Las trabajadas piezas que la componían estaban ensambladas con grandes pernos que parecían de oro.

—Fijaos en el dosel —dijo señalándolo con el dedo—. Esa pieza de madera dorada debe de pesar una tonelada. Sin embargo, se conserva perfectamente, como si la hubieran acabado ayer.

—Esto es raro —comentó March, que contemplaba una imagen pintada en una de las paredes.

En ella aparecían dos objetos extraños: uno tenía forma de caja y estaba rematado por una especie de vara rodeada por una espiral de color cobrizo; el otro era de color blanco, en forma de cuenco, y de sus bordes caían largos filamentos dorados. Los dos estaban rodeados de jeroglíficos.

—¿Qué pueden ser? —preguntó Stone.

Tina meneó la cabeza.

—Son únicos. Nunca había visto nada así. Nada ni remotamente parecido. Parecen herramientas, artefactos de algún tipo, pero no alcanzo a imaginar para qué podían servir.

—¿Y los jeroglíficos de alrededor?

Tina los examinó a la luz de la linterna.

—Parecen advertencias o imprecaciones. —Una pausa—. Tendré que estudiarlos detenidamente en el laboratorio.

Retrocedió y grabó las imágenes con la cámara de vídeo.

—Puede que sean únicos —dijo Logan entonces—, pero hay más.

Señalaba un relieve de la pared donde aparecía una figura masculina vista de lado y con la pierna izquierda adelantada, como era costumbre en el arte del Antiguo Egipto. Vestía finas prendas, por lo que sin duda se trataba de un personaje de gran importancia. Sin embargo, sorprendentemente, esos dos objetos aparecían representados sobre su cabeza: el que tenía forma de cuenco debajo y la caja con la vara arriba. Se hallaba rodeado de lo que parecían sumos sacerdotes.

—Vaya… —murmuró March.

—¿Qué crees que son? —preguntó Stone—. No pueden ser coronas.

—Quizá sea alguna clase de castigo —apuntó Logan.

—Sí, pero mira eso —dijo Tina, que señalaba algo que había grabado bajo la imagen—. Es un serej, lo cual significa que la figura es de rango real.

—¿Es el serej de Narmer? —preguntó Stone.

—Sí, pero ha sido alterado, como si lo hubieran borrado.

Lentamente, el grupo se acercó a la pared del fondo. Sus linternas jugaban sobre su superficie: otro muro de losas de granito pulido ensambladas con mortero. Una vez más, el sello de la necrópolis y el sello real aparecían intactos; sin embargo, a diferencia de los sellos de la primera puerta, estos estaban perfilados con lo que parecía ser oro macizo.

—La segunda puerta —dijo March en tono reverencial.

La contemplaron durante un momento, hasta que Stone rompió el silencio.

—Vamos a regresar a la estación para analizar lo que hemos encontrado. Haré que un grupo de ingenieros baje para que se aseguren de que esta cámara es estructuralmente segura. Y entonces… —Hizo una pausa y luego añadió con voz algo temblorosa—: Procederemos.

35

E
L entorno parecía idéntico: la misma habitación en penumbra, con la cama individual y los instrumentos médicos. El mismo olor a sándalo y mirra; el mismo quejido de los equipos de monitorización. El mismo gran espejo reflejando las parpadeantes luces. Jennifer Rush yacía en la cama, su respiración era superficial, se hallaba de nuevo bajo los efectos del Propofol.

La única diferencia, pensó Logan, era que aquella mañana habían profanado la tumba del rey Narmer.

Observó cómo Rush fijaba los electrodos en las sienes de su mujer, le administraba la dosis de Versed y seguía los pasos del ritual de hipnosis. Logan estaba en tensión, no quería repetir el trauma del primer tránsito. Sin embargo, la presencia maligna que había percibido, a pesar de que seguía allí, parecía distante, incluso borrosa.

La puerta se abrió sin hacer ruido y Tina entró. Saludó a Rush con un gesto de la cabeza, sonrió a Logan y fue hasta él.

Rush esperó a que su mujer se agitara levemente y su respiración se hiciera más trabajosa. Entonces puso en marcha la grabadora digital.

—¿Con quién hablo? —preguntó.

En esa ocasión, la respuesta fue inmediata.

—Con el portavoz de Horus.

—¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es el que no debe ser pronunciado.

Tina se acercó a Logan y le susurró al oído:

—Los entendidos dicen que cuando Narmer se convirtió en rey-dios no permitía que nadie pronunciara su nombre en voz alta, bajo pena de muerte.

Rush se inclinó sobre la figura tendida de su mujer y dijo casi en un susurro:

—¿Quién es esa figura que… vigila la tumba?

—Me habéis… ultrajado. —Esa vez la voz no parecía enfadada, sino triste, dolida—. Habéis profanado mi morada sagrada.

—¿Quién es el guardián? —volvió a preguntar Rush.

—El devorador… de almas. El que mora en la décima región de la noche. Tasker de Ra.

—Pero ¿quién…?

—Irá por vosotros, los profanadores, los que no creen. Vuestras extremidades os serán arrancadas del cuerpo y vuestro linaje quedará interrumpido. Geb apoyará su pie sobre vuestra cabeza… y Horus castigará a los que…

—¿Qué eran esas imágenes en las pinturas de la tumba, los ornamentos que ese hombre llevaba en la cabeza? —preguntó Rush procurando mantener un tono natural.

Se hizo un breve silencio.

—Es lo que lleva vida a los muertos… y muerte a los vivos.

Rush bajó la voz aún más.

—¿Qué puedes decirme de la segunda puerta?

—Desesperación… Vuestro final llegará raudo sobre pies con garras.

Tras esas palabras, Jennifer dejó escapar un largo suspiro, volvió el rostro hacia la pared y se quedó totalmente inmóvil.

Rush apagó la grabadora, se la guardó en el bolsillo y examinó con cuidado a su esposa. Se giró con expresión ceñuda y miró los aparatos de monitorización que había a los pies de la cama.

—¿Qué ocurre? —preguntó Logan.

—No estoy seguro —contestó Rush, que seguía observando los indicadores de las constantes vitales—. Dame un minuto.

—«Geb apoyará su pie sobre vuestra cabeza…» —repitió Tina—. Suena como una paráfrasis de los Textos de las Pirámides, el pasaje trescientos cincuenta y cuatro o trescientos cincuenta y cinco, creo. Pero ¿cómo puede ella conocerlos?

—¿Qué son los Textos de las Pirámides? —quiso saber Logan.

—Los documentos religiosos más antiguos del mundo. Se trata de una serie de encantamientos e invocaciones que solo podían ser pronunciados por la realeza.

—Narmer —murmuró Logan.

—Si es así, si se remontan a la época de Narmer, entonces es que son aún más antiguos de lo que creen los eruditos, como mínimo setecientos años más.

—¿Y de qué tratan esos textos?

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