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Authors: Anónimo

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La muerte del rey Arturo

 

La muerte del Rey Arturo
constituye la última de las tres narraciones que forman el ciclo de leyendas artúricas conocido como la
Vulgata
. En ella se relatan los amores adúlteros de la reina Ginebra con Lanzarote, la traición de Mordret, la batalla del llano de Salisbury… La visión fatalista del ocaso del legendario reino de Logres y de la Mesa Redonda impregna el relato de una melancolía que ha inspirado desde las novelas de Walter Scott hasta las reelaboraciones de Tennyson y, más modernamente, de Steinbeck.

Anónimo

La muerte del rey Arturo

ePUB v1.0

Joselín.
24.04.12

Título original:
La mort le roi Artu

Traducción del francés: Carlos Alvar

Fecha edición: 1980.

Portada diseñada por: Joselín

Introducción

Han sido muy numerosas las obras que nos han conservado las historias artúricas: desde el siglo XII la tradición no se ha roto y ha durado, por lo menos, cuatrocientos años. A comienzos del siglo XIII, las leyendas artúricas estaban totalmente constituidas y habían sido recogidas en diversas ocasiones formando ciclos homogéneos. En ellos se narraban —primero en verso y después en prosa— las extraordinarias aventuras de los caballeros de la Mesa Redonda. De todos los ciclos conservados, el mejor es —sin duda— el conocido como
Vulgata
; está dividido en cinco partes:
Historia del Graal, Merlín, Lanzarote del Lago, Demanda del Santo Graal
y
La muerte del rey Arturo
(estas tres últimas partes constituyen el
Lanzarote en prosa
); desde antiguo esta recopilación consiguió desplazar a todas las anteriores, siendo considerada como la única versión auténtica de lo que ocurrió a los caballeros artúricos. Por otra parte, los cinco núcleos que componen el ciclo son unos continuación de otros, respondiendo a una arquitectura determinada de antemano; esta trabazón interna se muestra mucho más intensa en el
Lanzarote en prosa
, donde la presencia del «arquitecto» es innegable.

Así, no debe extrañarnos que desde el comienzo
La muerte del rey Arturo
se presente, ella sola, como la continuación válida y fidedigna de la
Demanda del Santo Graal
. Del mismo modo,
La muerte
… pretende ser el final de todas las aventuras artúricas: esto supone una continuación no sólo de las partes anteriores del ciclo, sino también de numerosos episodios procedentes de otros textos (sobre todo del Brut de Wace y del supuesto Perceval de Robert de Boron, de finales del siglo XII); de todas las partes del ciclo, hay que destacar el Lanzarote del Lago: muchas de las situaciones que hallamos en
La muerte
… son resultado de los planteamientos del Lancelot du Lac; y, así, parece que el texto que ahora publicamos ata los cabos que habían quedado sueltos a lo largo de toda la recopilación.

Estas coincidencias han hecho pensar a los críticos que el ciclo del
Lanzarote en prosa
es obra de un autor único o —según hipótesis generalmente aceptada— que es obra de un arquitecto que dirigió la labor de varios autores, tras marcarles unas pautas concretas. Mayor acuerdo existe entre los críticos con respecto a la fecha de la composición de
La muerte
…, pues casi todos vienen a coincidir en que el ciclo del Lanzarote en prosa estaba acabado hacia 1230, mientras que la Historia del Graal y el Merlín deben ser algo posteriores.

Uno de los aspectos que más llama la atención al lector de
La muerte
… es —sin duda la fuerza de la pasión que alcanza a todos y que es en realidad el auténtico motor de los sucesos; la pasión arrastra de forma fatal hacia el desenlace: son el Destino y la Fortuna quienes empujan a los héroes hacia un fin contra el cual son incapaces de luchar, a pesar de saber que caminan hacia su propia destrucción; el fatum es más poderoso que la voluntad de los héroes.

En cierto modo, parece clara la intención del autor: acabar con toda esperanza;
La muerte
… es el final del mundo idílico y maravilloso, es el final de la caballería y de las hazañas terrenas; los héroes se salvarán por la penitencia que hacen, por el arrepentimiento que inunda sus últimos días de vida. Sin embargo, el autor no consiguió lo que pretendía, pues el fin de la Mesa Redonda hace aparecer, diseminados por el Occidente medieval, una legión de caballeros andantes que recorren toda la tierra conocida: son los Guirones, Palamedes, Amadises, Palmerines y otros tantos que acaban enloqueciendo a los lectores de sus aventuras. Casi cuatrocientos años serán necesarios para terminar con semejantes caballeros errantes, que buscan lugares donde llevar a cabo sus hazañas. Del reino de Inglaterra, han pasado a Gaula y de Gaula, a La Mancha… Y será un humilde hidalgo en solitario quien acabe con la caballería que no había podido desaparecer, ni siquiera con las tremendas batallas de
La muerte

* * *

Como ya he señalado en otro lugar, el éxito de todo el
Lanzarote en prosa
fue extraordinario, a juzgar por el enorme número de copias conservadas. Pero, posiblemente, fue Thomas Malory quien (a mediados del siglo XV) le dio un impulso definitivo al escribir una refundición de la materia en Bretaña, as la que W. Caxton tituló con el equívoco nombre de
Morte D'Arthur
(1485): la difusión de la obra de Malory fue inmensa y sirvió de sustento a las novelas de Walter Scott y, de forma muy especial, a las extraordinarias reelaboraciones de A. Tennyson (
Los idilios del rey
) o de J. Steinbeck (
Los hechos del rey Arturo
); no es necesario señalar que dibujantes y pintores de la categoría de A. Hughes, J. E. Millais, D. G. Rossetti, W. Morris, E. Burne Jones o H. Pyle —por no citar a A. Beardsley y sus ilustraciones a la
Morte D'Arthur
— crearon un mundo caballeresco nuevo partiendo de los temas antiguos: la concepción moderna de la Edad Media debe mucho al ambiente forjado por las doncellas lánguidas y los héroes tristes de los prerrafaelistas.

* * *

Mi traducción ha sido realizada sobre el texto en francés medieval publicado por J. Frappier (La Mort le Roi Artu, Genève, 1954). Por lo general, he castellanizado los nombres propios cuando aparecen con cierta frecuencia; en caso contrario, los he mantenido con la forma francesa original.

Debo agradecer las observaciones y sugerencias que, para esta 2ª. edición, me han hecho Ma. Luisa del Alamo, Ma. Victoria Cirlot, Luis Alberto de Cuenca, Carlos G. de Gual, Luis Mateo Díez y tantos otros. Vaya mi gratitud a todos ellos.

C. A.

La muerte del rey Arturo

1.
Después de que Maestro Gautier Map escribió tanto como le pareció sobre las
Aventuras del Santo Graal
, el rey Enrique, su señor, creyó que lo que había hecho no era suficiente, si no contaba el fin de aquellos de quienes había tratado antes y cómo murieron aquellos cuyas proezas había narrado en su libro; por eso, comenzó esta última parte. Cuando estuvo acabada la llamó
La muerte del rey Arturo
, pues al final está escrito cómo fue herido el rey Arturo en la batalla de Salisbury y cómo se alejó de Girflete, que durante tanto tiempo le había acompañado, de forma que después de él nadie lo ha visto vivo. Maestro Gautier comienza así esta última parte.

2.
Cuando Boores llegó a la corte, en la misma ciudad de Camaloc, de tierras tan lejanas como son las que quedan hacia Jerusalén, halló a muchos que le mostraron una gran alegría, pues todos tenían enormes ganas de volver a verle. Después de contar el final de Galaz y la muerte de Perceval, todos en la corte lo sintieron mucho, pero se reconfortaron cuanto mejor pudieron. Entonces el rey hizo poner en escrito todas las aventuras que en su corte habían narrado los compañeros en la Demanda del Santo Graal, y cuando hubo hecho esto, dijo: «Señores, mirad a ver cuántos de vuestros compañeros hemos perdido en la búsqueda.» Miraron y se dieron cuenta de que faltaban treinta y dos, de los cuales no había uno solo que no hubiera muerto por las armas.

3.
El rey había oído contar que Galván había matado a varios; le hizo venir ante él y le dijo: «Galván, por el juramento que me hicisteis cuando os nombré caballero, os requiero para que me contestéis a lo que os voy a preguntar. —Señor, le contestó Galván, me habéis conjurado de tal forma que de ninguna manera dejaré de contestaros aunque en ello fuera para mí la mayor vergüenza que nunca haya tenido un caballero de vuestra corte. —Ahora os pregunto, le dijo el rey, ¿cuántos caballeros creéis haber matado con vuestra propia mano en esta Demanda?» Galván piensa un momento, y el rey insiste: «Por mi cabeza, lo quiero saber, pues algunos van diciendo que habéis matado a tantos que es digno de admiración. —Señor, le responde Galván, vos queréis estar seguro de mi gran maldad; os contestaré, pues me doy cuenta que conviene hacerlo. Os confieso que he matado con mi propia mano a dieciocho, y no porque no fuera mejor caballero que los demás, sino porque la maldad se volvía más hacia mi lado que hacia el de cualquiera de mis compañeros. Y sabed que no ha sido por mi valentía, sino por mis pecados; ya me habéis hecho confesar mi propia vergüenza. —Ciertamente, buen sobrino, le dice el rey, en verdad ha sido una auténtica maldad y bien sé que os ha sucedido por vuestros pecados; pero decidme también si creéis haber matado al rey Bandemagus. —Señor, le contesta, lo maté sin lugar a dudas. No hice ninguna cosa que me pesara tanto como aquello. —Ciertamente, buen sobrino, le dice el rey, no resulta extraño que os pese, pues —así me ayude Dios mi hueste ha empeorado más con su pérdida que con la muerte de los cuatro mejores que hayan muerto en esta Demanda.» El rey Arturo dijo tales palabras del rey Bandemagus y por ellas Galván se halló más a disgusto de lo que antes estaba.

Como el rey vio que las aventuras del reino de Logres habían llegado a su final, y que ya no quedaban más que algunas de poca importancia, hizo convocar un torneo en la pradera de Wincester, pues no quería que los compañeros dejaran de practicar el ejercicio de las armas.

4.
Lanzarote, del mismo modo que se había mantenido casto por consejo del anciano al que se confesó cuando estaba en la búsqueda del Santo Graal, y renegó de la reina Ginebra, tal como ha contado la historia más arriba; del mismo modo, tan pronto como llegó a la corte, no tardó más de un mes en enamorarse de nuevo y arder tanto como nunca hasta entonces, con lo que vino a caer en pecado con la reina, tal y como ocurrió en otro tiempo. Y si antes había mantenido este pecado tan astuta y ocultamente que nadie se había dado cuenta, después lo llevó de forma tan descuidada que se apercibió Agraváin, hermano de Galván, que nunca le había profesado un claro afecto y que le acechaba en sus errores; de tal forma lo seguía, que supo de manera cierta cómo Lanzarote amaba a la reina con loco amor y la reina le correspondía. La reina era tan bella que todo el mundo se admiraba, pues incluso en aquel tiempo, en que fácilmente tenía ya la edad de cincuenta años, era mujer tan bella que de ninguna forma se le podía encontrar semejante en el resto del mundo y, porque nunca le faltó la belleza, dijeron algunos caballeros que era la fuente de todas las bellezas.

5.
Cuando Agraváin se dio cuenta de las relaciones de la reina y Lanzarote, se alegró cruelmente, más por la desdicha que, pensaba, habría de ocurrir a Lanzarote por ello, que por vengar al rey de la afrenta. Resultó que aquella semana tuvo que estar en Wincester el día del torneo; el rey Arturo fue allí con gran número de caballeros. Pero Lanzarote, que quería estar presente sin que nadie le conociera, dijo a los que había a su alrededor que estaba tan afligido que no podría ir de ninguna manera, pero que deseaba que fueran Boores, Héctor, Lionel y los caballeros de su compañía. Estos respondieron que no irían, pues él se hallaba tan indispuesto. A lo que les dijo: «Quiero y ordeno que vayáis; os pondréis en marcha al amanecer y yo me quedaré; antes de que volváis, si Dios quiere, yo estaré completamente repuesto. —Señor, le contestan, ya que lo deseáis, iremos; pero hubiéramos querido permanecer con vos, dándoos compañía.» El les respondió que no quería tal cosa. Y con esto dejaron estar las palabras.

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