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Authors: José Luis Gil Soto

La colina de las piedras blancas (43 page)

En este sentido, los acontecimientos narrados en esta novela son fieles a lo sucedido: los preparativos de la flota, el embarque, la travesía, la batalla naval contra los ingleses, los naufragios y la aventura de los náufragos en suelo irlandés.

Personajes como el sacerdote irlandés que ayudó a Cuéllar o el herrero que quiso someterlo en su taller, están extraídos de la carta del capitán. También sus relaciones con las mujeres irlandesas, y especialmente con la esposa de MacClancy, son narradas por él mismo. Un hecho que don Francisco relata en su misiva es el ofrecimiento de MacClancy para que contrajese matrimonio con una de sus hermanas, pero el español la rechazó.

En cuanto a los nombres de los personajes, son históricos los de los jefes irlandeses de cada uno de los clanes (MacClancy, O'Rourke, O'Donell, etc). También existieron los ingleses que estaban al mando de las guarniciones en la costa (Bingham, Clancy…,) así como el jefe de todos ellos: Fitzwilliams. Sin embargo, el nombre de la mujer de MacClancy, Niahm, no se corresponde con la realidad, igual que sucede con su hija Blaithin, de la que no se tiene constancia histórica.

En lo que se refiere a los nombres de los navíos, todos los que aparecen en este relato se corresponden con la realidad. Igualmente existen los puntos geográficos donde se desarrolla la acción, tanto en Irlanda como en el resto de Europa.

Para que esta novela viera la luz fue fundamental mi visita a tierras irlandesas en el verano de 2009. Recorrí el oeste de la isla en compañía de José Enrique Pardo y Eva Bermejo, cuya ayuda fue imprescindible en tan magnífico viaje.

Seguimos la línea de la costa desde el sur hasta el norte, partiendo de Spanish Point, lugar donde naufragó el galeón San Marcos en septiembre de 1588. Nuestro primer objetivo era localizar a los Ironside, un matrimonio inglés afincado en Irlanda; ellos son conocedores del lugar denominado «tumba de los españoles», donde los náufragos del San Marcos y el San Esteban fueron enterrados después de su ajusticiamiento.

En una mañana lluviosa y desapacible, al borde de los acantilados, visitamos el lugar, marcado con unas piedras blancas. Es una pequeña colina despoblada azotada por el mar. Existe la leyenda de que varias familias españolas sufragaron misas para que el alma de Boetius Clancy no escapase nunca del purgatorio, y también pagaron un viaje para localizar el lugar y conseguir repatriar los restos de sus hijos, enterrados allí en una fosa común. Este hecho inspiró el final del relato.

Desde Spanish Point hasta el norte de Irlanda hay numerosos puntos donde naufragaron barcos españoles, pero el siguiente punto marcado en el mapa era una playa muy próxima a Sligo. Allí naufragó Cuéllar, que viajaba a bordo de la Lavia, donde había sido juzgado. Algunas de las cosas que le ocurrieron tras pisar tierra irlandesa le suceden en la novela a Rodrigo Díaz de Montiel. Luego, tras encontrarse en una choza de paja a orillas del lago Glencar, sus destinos discurren paralelos hasta Flandes, siguiendo el relato que el capitán segoviano dejó escrito en forma de carta fechada en Amberes.

Merece la pena detenerse en Roosclogher Castle, el castillo de MacClancy. Lo encontramos tras una tediosa búsqueda, pues no hay en los mapas señal alguna que indique su ubicación. Fue una tarde en que el sol y la lluvia se sucedían por instantes, de modo que un fuerte chubasco nos sorprendió mientras admirábamos sus ruinas, a orillas del lago Melvin. En aquel lugar, el capitán Francisco de Cuéllar, junto a otros ocho españoles, hizo frente a mil setecientos ingleses durante diecisiete días de asedio. El hecho se conmemora con una pequeña placa. Aún quedan los vestigios de lo que fue el torreón del cacique, así como los muros de la iglesia y algunas casas en torno a la misma. Resulta curioso comprobar cómo las dependencias de MacClancy emergen del agua del lago, mientras el resto de las ruinas están en la orilla del mismo. El fuerte decayó cuando el triste destino de los MacClancy llevó al jefe del clan ante la justicia inglesa en 1590. Es decir, cuando el personaje principal de la novela, Rodrigo Díaz de Montiel, regresa a Irlanda, MacClancy ya ha sido ajusticiado por sus enemigos.

Los extraordinarios paisajes irlandeses, su amable gente y su clima lluvioso, inspiraron muchas de las páginas de este libro. No puedo obviar el agradecimiento a quienes nos ayudaron durante el viaje. En concreto a James y Judith Ironside, por su interés; a Clare Burke, propietaria del hotel Armada, por su cordialidad; y a Ramón Rodríguez —español afincado en Killoskully—, por la impagable ayuda que me prestó en Spanish Point y su posterior colaboración a la hora de localizar documentos de interés en aquel país.

Al margen del viaje a Irlanda, la labor de documentación ha sido tediosa. En lo que se refiere a mi familiarización con la navegación a vela, agradezco su ayuda a José Antonio Cocerria, gran aficionado y conocedor de la materia y a José María Reyes, Ingeniero Naval. A ellos debo gran parte de la bibliografía manejada al respecto y la aproximación a la vida cotidiana a bordo de un galeón en el siglo XVI.

Por último, en el capítulo de agradecimientos, no puedo olvidar a Obdulia Crespo, Alfonso Gil, María Ignacia González-Pecellín y Raimundo Pardo. A ellos debo las acertadas observaciones que me hicieron y el tiempo impagable que dedicaron a leer los borradores.

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