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Authors: Francisco de Quevedo

Tags: #Clásico, picaresca, humor

Historia de la vida del Buscón

 

La vida del Buscón don Pablos es la de un pícaro que aspira a ascender socialmente pero que verá truncado su deseo de ingresar en un estamento al que no pertenece, teniendo finalmente que marchar a América. En esta obra se refleja toda la maestría, la vivacidad y el sarcasmo de la pluma de Quevedo, quien recrea una historia que, aunque perteneciente al género de la picaresca, rebasa los límites de éste.

***

Pablos nace en Segovia, en una familia pobre. Su padre es un barbero ladrón y su madre es una hechicera. Entra en la escuela y allí es un chico que realiza muchas travesuras. Deja el colegio y se va como criado de don Diego Coronel, antiguo compañero de escuela, a una residencia regida por un licenciado Cabra que es el arquetipo de hombre rácano que no les da de comer (una de las cualidades de la descripción del licenciado es esta «la nariz, entre Roma y Francia»). Medio muertos de hambre salen de allí y vuelven a casa.

Don Diego se va a Alcalá a estudiar y Pablos le acompaña. Una vez allí don Diego se libra de las novatadas gracias a su dinero y Pablos las sufre en la Universidad y en la posada. Pero tras de un tiempo Pablos se va haciendo amigos y es conocido por sus travesuras y su facilidad para engañar a la gente (por ejemplo a su ama). Don Diego vuelve a casa y Pablos se queda en Alcalá.

Tras un tiempo le llegan noticias de que su padre ha sido ahorcado por ladrón y de que su madre espera en las prisiones de la Inquisición a ser condenada por bruja. Pablos decide ir a Segovia a recoger su herencia y dejar sus estudios. En el camino se encuentra a un ingeniero y a un maestro de esgrima, ambos medio locos de los que se separa luego. Duerme en Madrid y continúa al día siguiente encontrándose a un poeta con el que pasa la noche en un albergue. Prosigue el camino encontrándose a un soldado. Esa tarde llega a Cercedilla (su pueblo natal) y conoce a su tío, que le invita a comer a su casa para pagarle la herencia y conocer a unos amigos. Después de comer, acaban todos borrachos menos Pablos, que deja a su tío y se lleva la herencia sin decirle donde va.

Pablos se va a la corte. Por el camino se encuentra un falso hidalgo que decide acompañarle a Madrid y enseñarle a sobrevivir como él, haciéndose pasar por noble. Ambos se encuentran con un cura que les deja sin dinero jugando a las cartas. Llegan a Madrid y empiezan a hacerse pasar por hidalgos, comiendo gratis y viviendo con todos los estafadores de Madrid en una casa. Ocurren algunos sucesos curiosos pero al final son descubiertos todos los falsos nobles por la policía y son llevados a la cárcel. Narra unas anécdotas en la cárcel y es liberado tras sobornar a un escribano y al alguacil

Sus compañeros se quedan allí. Se va Pablos a una posada y se hace pasar por don Ramiro de Guzmán, un noble muy rico con mucho dinero de renta. Pero un día, al intentar entrar por la ventana en la habitación de una dama que le llamaba, cae en un tejado y regresa a la cárcel por ladrón. Consigue librarse gracias a unos amigos que hacen creer al escribano que es un ayudante del rey. Conoce a un par de nobles que la presentan a una hermosa dama rica a la que Pablos se propone camelar. Pero, casualmente, don Diego Coronel es primo de la dama y en una visita a su casa reconoce a Pablos y advierte a los nobles conocidos de éste sobre el engaño. Deciden pegarle una paliza y así lo hacen.

Después de la paliza, herido, pasa unos días en una posada. La posadera es detenida por el Santo Oficio y Pablos es obligado a abandonar su cama aún malherido. Dado su mal estado decide mendigar, y ayudado de su muleta, consigue hacer mucho dinero asociándose después con otro mendigo con el que hace amistad. Pero se cansa pronto de la mendicidad y decide irse a Toledo con su dinero.

Una vez allí conoce a un grupo de actores que le invitan a entrar en la profesión. Tiene mucho éxito como actor y decide dedicarse también a escritor de comedias. También como escritor cobra renombre, pero un día es detenido el dueño de la compañía por la policía y los actores se dispersan.

A raíz de esto Pablos abandona su profesión y se enamora de una monja que no le hace caso. Pablos decide abandonar la idea de cortejar a la monja y se va a Sevilla. Allí conoce a unos ladrones con los que traba amistad, pero una noche, borrachos todos matan a un agente de justicia y son perseguidos por la policía. Consiguen refugiarse en una iglesia y escapan días después, disfrazados. Pablos decide huir a las Índias y probar suerte allí, pero, según dice, no lo consigue.

Francisco de Quevedo

Historia de la vida del Buscón

llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños

ePUB v1.0

Clío
27.12.11

Edición digital a partir del manuscrito "Bueno" o "B".

Más información sobre el autor en:

http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Quevedo
.

Más información sobre la obra en:

http://es.wikipedia.org/wiki/La_vida_del_Buscón
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Libro primero
Capítulo I

En que cuenta quién es el Buscón

Yo, señora, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la gloria. Tuvo muy buen parecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etcétera, que no hay más que decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle doscientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla. Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo con las alabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado.

Mi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía, no sin sentimiento:

—En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos.

Hubo fama que reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encubriendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, porque hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía de adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos, otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros y cuál tejedora de carnes y por mal nombre alcahueta. Para unos era tercera, primera para otros y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a Dios.

Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi padre:

—Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal.

Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos:

—Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan..., no lo puedo decir sin lágrimas (lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le habían batanado las costillas). Porque no querrían que donde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia. En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chitón y los nones. Y con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo más honradamente que he podido.

—¿Cómo a mí sustentado? —dijo ella con grande cólera. Yo os he sustentado a vos, y sacádoos de las cárceles con industria y mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro ánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes! Y si no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando entré por la chimenea y os saqué por el tejado.

Metílos en paz diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que para esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada. Parecióles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mi madre se entró adentro y mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) no sé si la barba o la bolsa; lo más ordinario era uno y otro. Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de padres tan celosos de mi bien.

Capítulo II

De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió

A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días por venir antes y íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así llamábamos la mujer del maestro. Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia en los demás niños. Llegábame de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche; otro decía que a mi padre le habían llevado a su casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían «zape» cuando pasaba y otros «miz». Cuál decía:

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