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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (50 page)

—Acabo de regresar del jardín donde está encerrada. Se ha alegrado mucho de ver a
Tenba;
el reencuentro ha sido muy emotivo. Y tú, ¿cómo te encuentras? Vuestro viaje ha sido más complicado. ¿Cómo van tus dolores?

—Bien —afirmó él—. Con este tiempo templado, el dolor resulta soportable. Gemba ha sido un acompañante excelente y tu caballo es una maravilla.

—¿No habrás recibido noticias de casa? —preguntó Shigeko.

—No, efectivamente; pero como no esperaba recibirlas, el silencio no me ha preocupado. ¿Dónde se encuentra Hiroshi? —añadió.

—Está supervisando a los caballos y al
kirin —
respondió Shigeko con tono calmado—. Le acompaña Sakai Masaki, que ha venido con nosotros desde Maruyama.

Takeo examinó el rostro de su hija, pero no denotaba ninguna emoción. Pasados unos segundos, preguntó:

—¿Había en Akashi algún mensaje de Taku?

Shigeko negó con la cabeza.

—Hiroshi esperaba tener noticias, pero ninguno de los Muto sabía nada de él. ¿Crees que ha ocurrido algo?

—No lo sé; su silencio dura ya demasiado.

—Vi a Taku y a Maya en Hofu, antes de partir; Maya quería ver al
kirin.
Encontré bien a mi hermana; más asentada, más dispuesta a aceptar sus dones y con más capacidad para controlarlos.

—¿Acaso consideras un don el hecho de que esté poseída por un gato? —preguntó Takeo, asombrado.

—Lo será —intervino Gemba, y él y Shigeko intercambiaron una sonrisa.

—Entonces, decidme, queridos maestros —replicó Takeo, enmascarando con la ironía la ligera contrariedad que sentía al quedar excluido de tal complicidad—. ¿Debo preocuparme por Taku y por Maya?

—No puedes hacer nada desde aquí —explicó Gemba—, así que no tiene sentido malgastar tu energía preocupándote por ellos. Las malas noticias se desplazan a toda velocidad; si ha ocurrido algo, no tardarás en enterarte.

Takeo reconoció que era un sabio consejo e intentó apartar el asunto de su mente. Pero en las noches siguientes, mientras viajaban en dirección a la capital, a menudo vio en sueños a las gemelas, y en ese otro mundo de sombras percibía que sus hijas estaban pasando por una dura y extraña experiencia. Maya brillaba como el oro, apartando todo rastro de luz de Miki, quien en los sueños de Takeo tenía una figura tan fina y afilada como una espada oscura. Una vez se le aparecieron como un gato y la sombra de éste; cuando las llamó volvieron la cabeza, pero no le prestaron atención alguna y salieron corriendo por una carretera blanca, sin producir ruido, hasta que estuvieron fuera del alcance del oído y más allá de la protección de su padre. Takeo se despertaba de estas pesadillas con el doloroso sentimiento de que sus hijas ya no eran unas niñas, que incluso su hijo recién nacido se haría adulto y supondría una amenaza para él. Entonces, reflexionaba que los padres traen a sus hijos a este mundo para ser suplantados por ellos, que la muerte es el precio de la vida.

Con el paso de los días las noches se iban acortando, y cuando la intensa luz de la mañana hacía su aparición Takeo regresaba del mundo de los sueños y volvía a acopiar su determinación y su energía para enfrentarse a la tarea que tenía por delante, para deslumbrar a sus adversarios y ganarse su favor, para retener a su país y preservar el clan Otori y, por encima de todo, para evitar la guerra.

38

El viaje prosiguió sin incidentes. Era la mejor época del año para desplazarse, pues los días se alargaban con la proximidad del solsticio y el tiempo era cálido y despejado. Okuda parecía profundamente impresionado por todo lo relativo a los visitantes: el
kirin,
los caballos de Maruyama y la propia Shigeko, que había optado por cabalgar junto a su padre. Interrogó a Takeo minuciosamente sobre los Tres Países, interesándose por el comercio, la administración y la flota disponible. Las sinceras respuestas que recibía hacían que sus ojos asombrados se abriesen de par en par.

Las noticias del
kirin
habían precedido a la comitiva y, a medida que se aproximaban a Miyako, las multitudes iban aumentando conforme los habitantes de la capital se unían al gentío para dar la bienvenida al insólito animal. La población convirtió la ocasión en un día de fiesta: familias enteras ataviadas con ropas de brillantes colores extendían esteras y levantaban parasoles escarlatas y carpas de tela blanca; todos comían y bebían alegremente. Takeo interpretó el ambiente festivo como una bendición que disipaba el mal augurio suscitado por las ejecuciones de Inuyama. Esta impresión quedó reforzada cuando el señor Kono envió invitaciones para que Takeo le visitara durante su primera noche en la capital.

La ciudad se asentaba en una cuenca entre montañas. Un enorme lago situado hacia el norte proporcionaba agua potable y grandes cantidades de pescado, y dos ríos fluían por la capital, atravesados por hermosos puentes. Miyako se había construido al estilo de las antiguas ciudades como Shin: un rectángulo con avenidas que discurrían de norte a sur, atravesadas a su vez por numerosas calles. El Palacio Imperial estaba emplazado a la cabecera de la avenida principal, junto al Gran Santuario.

Takeo y su comitiva fueron alojados en una mansión cercana a la residencia de Kono; la vivienda contaba con establos para los caballos y con un recinto cerrado, construido a toda prisa, para albergar al
kirin.
Takeo se atavió con sumo cuidado para el encuentro, al que acudió montado en uno de los suntuosos palanquines que habían sido transportados en barco desde Hagi hasta Akashi. Un cortejo de criados acarreaba regalos para Kono: productos de los Tres Países que daban fe de la prosperidad y buen gobierno del territorio, así como todo objeto que el aristócrata hubiera alabado o admirado durante su estancia en el Oeste (una de las labores menores de espionaje por parte de Taku).

—¡El señor Otori ha llegado a la capital cuando el sol se aproxima a su cénit! —exclamó Kono—. No podríais haber escogido un momento más favorable. Abrigo las mayores esperanzas de que triunfaréis.

"Este hombre me comunicó la noticia de que mi gobierno era ilegal y de que el Emperador exigía mi abdicación y mi exilio —se recordó Takeo—. No debo dejarme llevar por sus cumplidos". Esbozó una sonrisa y dio las gracias a su anfitrión, añadiendo:

—Tales cuestiones están en manos del Cielo. Me someteré a la voluntad de Su Divina Majestad.

—El señor Saga está ansioso por conoceros. ¿Acaso mañana sería demasiado pronto? Le gustaría dejar los asuntos zanjados antes de que comiencen las lluvias.

—Con mucho gusto.

Takeo no veía motivo para retrasar la cita. Sin duda, las lluvias le retendrían en la capital hasta el séptimo mes. De pronto se contempló a sí mismo como perdedor del torneo. ¿Qué haría, entonces? ¿Esconderse en la húmeda y desolada ciudad hasta que pudiera escabullirse a casa y organizar su propio exilio? ¿Acaso quitarse la vida, dejando a Shigeko sola en manos de Saga, sometida a su merced? ¿Realmente Takeo era capaz de jugarse el destino de todo un país, además de su propia vida y la de su hija, en un torneo?

Pero no dio muestras de sus recelos, sino que pasó el resto de la velada admirando la colección de tesoros de Kono y conversando sobre pintura con el noble.

—Algunas de estas piezas pertenecieron a mi padre —comentó el hijo de Fujiwara mientras uno de sus lacayos apartaba los envoltorios de seda de los preciosos objetos—. La mayor parte de su colección se perdió con el terremoto, claro está. Pero no debemos recordar aquellos tiempos aciagos; os ruego me perdonéis. Tengo entendido que el señor Otori es un artista de gran talento.

—Carezco de dotes artísticas —rebatió Takeo—; pero la pintura me aporta un gran placer, aunque dispongo de poco tiempo para practicarla.

Kono sonrió y frunció los labios, como ocultando algo.

"Está pensando que pronto tendré todo el tiempo del mundo", reflexionó Takeo, y él también esbozó una sonrisa por lo irónico de su situación.

—Tendré la osadía de suplicaros que me brindéis una de vuestras obras; al señor Saga también le encantaría recibir otra.

—Me halagáis en exceso. No he traído nada conmigo. Los bocetos que fui realizando a lo largo del viaje se los he enviado a mi esposa.

—Lamento no poder persuadiros —repuso Kono con tono amable—. Según mi experiencia, cuanto menos muestra un artista su trabajo, mayor es su talento. Lo que más valoro y admiro es el tesoro oculto, la habilidad encubierta... Lo que me conduce a vuestra hija —prosiguió con voz suave—, sin duda el mayor tesoro del señor Otori. ¿Os acompañará mañana?

La pregunta más bien parecía una orden. Takeo inclinó la cabeza levemente.

—El señor Saga anhela conocer a su contrincante —añadió Kono con un susurro.

* * *

El señor Kono acudió al día siguiente con los Okuda, padre e hijo, y otros guerreros de Saga para escoltar a Takeo, Shigeko y Gemba hasta la residencia del gran general. Cuando se bajaron de los palanquines en el jardín de la inmensa e imponente mansión, Kono murmuró:

—El señor Saga me pide que os ofrezca sus disculpas. Ha ordenado construir un nuevo castillo cuyas obras aún no han terminado; os lo enseñará más tarde. Mientras tanto, teme que encontréis su vivienda un tanto humilde, nada parecida a lo que estáis acostumbrado en Hagi.

Takeo elevó las cejas y clavó la vista en Kono, pero en su rostro no descubrió indicio alguno de ironía.

—En los Tres Frises hemos contado con la ventaja de muchos años de paz —respondió—. Aun así os aseguro que no tenemos nada que pueda compararse al esplendor de la capital. Debéis de disponer de los artesanos más expertos y los mejores artistas.

—Puedo afirmar con conocimiento que tales gentes buscan un ambiente reposado donde practicar su arte. Muchos huyeron de Miyako y sólo ahora empiezan a regresar. El señor Saga realiza numerosos encargos. Es un apasionado admirador de todas las expresiones artísticas.

Minoru también les había acompañado, llevando consigo los pergaminos con el árbol genealógico de los asistentes a la reunión y los listados de los regalos para el señor Saga. Hiroshi había pedido que le excusaran, alegando que no deseaba dejar al
kirin
sin custodia. Takeo imaginó que existían otras razones: la conciencia por parte del joven de su carencia de estatus y de tierras propias, así como su reticencia a conocer al hombre con el que Shigeko podría llegar a casarse.

Okuda, que lucía ropas formales en lugar de la armadura del día anterior, les condujo a lo largo de una amplia veranda y a través de numerosas estancias, todas decoradas con llamativas pinturas de brillantes colores sobre un fondo dorado. Takeo no pudo evitar sentir admiración por la osadía del diseño y la maestría de su ejecución. Sin embargo, tenía el sentimiento de que aquel despliegue artístico había sido realizado con el fin de demostrar el poder de Saga, el gran señor de la guerra: hablaba de ensalzamiento y de dominación.

Las pinturas mostraban pavos reales caminando con paso majestuoso bajo pinos gigantescos; dos leones alados ocupaban una pared entera; dragones y tigres peleaban entre sí y numerosos halcones miraban con arrogancia desde su posición de superioridad sobre montañas de dos picos. Al llegar a la última sala vieron el dibujo de una pareja de
houous
alimentándose de hojas de bambú. Una vez aquí, Okuda les pidió que aguardasen unos momentos y se ausentó junto a Kono. A Takeo no le extrañó; a menudo él mismo utilizaba la misma estratagema. Un gobernante debía hacerse esperar. Se acomodó y dirigió la vista a los pájaros sagrados de la pintura. Estaba convencido de que el autor nunca había visto un
houou
vivo, sino que se había guiado por las narraciones. Volvió sus pensamientos al templo de Terayama, al bosque sagrado de paulonias donde las legendarias aves seguían criando a sus polluelos. En su imaginación vio a Makoto, su mejor amigo, quien había dedicado su vida a la Senda del
houou —
el camino de la paz— y sintió la fortaleza espiritual del apoyo de Makoto encarnada en sus actuales acompañantes: Gemba y Shigeko. Los tres permanecieron sentados en silencio, y Takeo fue notando que el ambiente de la estancia se intensificaba y le iba otorgando confianza. Aguzó el oído, como hiciera mucho tiempo atrás en el castillo de Hagi. Entonces había escuchado las palabras de traición de los tíos del señor Shigeru; ahora oyó a Kono hablando tranquilamente con un hombre que debía de ser Saga. Pero sólo conversaban sobre lugares comunes y asuntos sin importancia.

"Kono ha sido advertido sobre mi capacidad de audición —reflexionó—. ¿Qué más le habrá revelado Zenko?".

Takeo recordó su pasado, que sólo la Tribu conocía; ¿hasta qué punto estaría enterado su cuñado?

Pasado un rato, Okuda regresó con un hombre al que presentó como mayordomo principal y administrador de Saga, quien les acompañaría hasta la sala de audiencias, recibiría los listados de regalos que Minoru había preparado y supervisaría a los escribas mientras tomaban nota de las intervenciones. El mayordomo hizo una reverencia hasta el suelo y se dirigió a Takeo con esmerada cortesía.

Una pasarela cubierta, de madera pulida, les condujo a través de un exquisito jardín hasta otro edificio, aún más admirable y hermoso. El día se iba tornando cálido, y el goteo del agua de los estanques y aljibes proporcionaba una agradable sensación de frescor. Takeo escuchaba pájaros enjaulados que piaban y llamaban desde las profundidades de la casa, e imaginó que eran las mascotas de la señora Saga; luego, recordó que la esposa del general había fallecido el año anterior. Se preguntó si habría supuesto una trágica pérdida para Saga y sintió una punzada de temor por su propia esposa, tan lejos de él. ¿Cómo podría Takeo soportar la muerte de Kaede? ¿Sería capaz de seguir viviendo sin ella? ¿Tomaría otra esposa por razones de Estado?

Recordando el consejo de Gemba, apartó tales pensamientos de su mente y concentró toda su atención en el hombre que por fin iba a conocer.

El mayordomo se hincó de rodillas y, al tiempo que abría las puertas correderas, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente. Takeo entró en la sala y se arrodilló. Gemba le siguió, pero Shigeko permaneció en el umbral. Sólo cuando los dos hombres hubieron recibido la orden de incorporarse, la joven entró en la estancia con paso elegante y se postró en el suelo, junto a su padre.

Saga Hideki se hallaba sentado a la cabecera de la sala. La hornacina situada a su derecha mostraba una pintura al estilo continental de Shin. Podría incluso tratarse de la famosa obra
Campana del atardecer desde un templo lejano,
de la que Takeo había oído hablar si bien nunca había visto. Comparada con las demás estancias, ésta resultaba casi austera en su decoración, como si nada pudiese competir con la poderosa presencia de su dueño. El efecto resultaba extraordinario: las ostentosas pinturas eran como la vaina profusamente decorada de un sable; aquí se exponía el arma blanca en sí, que no necesitaba ornamentación ninguna sino tan sólo su propio acero afilado y letal.

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