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Authors: Javier Calvo

Tags: #Policiaca

El jardín colgante (19 page)

BOOK: El jardín colgante
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—Se habrá entretenido. —Barbosa se encoge de hombros—. Estará tomando una copa.

—Nosotros
no nos entretenemos
—dice la mujer en tono cortante—. Conocemos nuestras responsabilidades.

Barbosa asiente con la cabeza. Busca a tientas el interruptor de la lamparilla de noche y la enciende. Coge una camisa del montón de ropa del suelo y se la empieza a poner. La Madre Nieve se despereza, estirando sus brazos raquíticos.

—Muy bien —dice Barbosa—. Nos vamos. Y te recomiendo que te vayas tú también, camarada.

La mujer parece desconcertada.

—¿Pero qué pasa con él? ¿No deberíamos hacer algo?

Barbosa niega con la cabeza.

—Si lo han cogido, ya no se puede hacer nada por él —dice.

Barbosa deja a la mujer retorciéndose las manos en la sala de estar. Recoge algo de ropa y cigarrillos del dormitorio y lo mete todo en una bolsa de plástico. Se guarda en el bolsillo de atrás su ejemplar de
Alicia en el país de las maravillas
y baja junto con la Madre Nieve las escaleras del bloque de pisos, intentando no hacer ruido. Tienen las piernas débiles de no caminar durante meses. Cuando llegan al vestíbulo del edificio, Barbosa y la novia del enfermero se miran un momento.

—Muchas gracias por todo, camarada —le dice Barbosa—. Siento que haya tenido que terminar así.

—¿Tenéis adónde ir? —murmura ella.

—Tenemos un número de teléfono. —Barbosa hace un gesto apremiándola—. Preocúpate de ti misma.

Desde el vestíbulo se oyen las sirenas de la policía. Barbosa y la Madre Nieve se alejan cojeando por la calle, sin mirar atrás. Barbosa no está tan lejos del lugar donde él mismo vivía antes de pasar al otro lado, pero las calles le resultan extrañas. Aunque es noche cerrada, el resplandor de las farolas les resulta cegador. En las paredes hay pegados carteles extraños. Con caras de políticos desconocidos. Las calles se han convertido en un paisaje alienígena.

27. Verde / No verde

El comandante Ponce Oms carraspea y mira al público que se ha reunido para escuchar su informe en una sala de conferencias perdida en alguna de las plantas superiores del Ministerio de Defensa. La plana mayor del Ministerio está en la sala, con el mismo Rodríguez Sahagún sentado en primera fila, escuchando con atención teatral, con la barbilla ligeramente levantada y el ceño fruncido. El hecho de que el ministro haya venido en persona, estando el secretario general en el mismo edificio, es una muestra más de cómo los hombres de Suárez están poniendo la casa patas arriba. Tecnócratas maquinadores de miradas rapaces.

—Gracias a todos por venir. —El comandante Oms recorre la sala con la mirada—. Seré breve porque ya se ha delimitado el tema lo bastante.

El color verde de los uniformes militares todavía predomina en la sala, pero las manchas de color no verde del personal civil del Servicio ya han crecido lo bastante como para representar visualmente su asalto a la supremacía. Un histograma viviente. Una gráfica de colores que documenta el estado actual del avance del no verde. El efecto visual no es el que producen esas colonias mixtas de dos especies de insectos que conviven en busca del mutuo provecho. La impresión real es la de una enfermedad infecciosa. Las manchas de una metástasis. En primera fila, Rodríguez Sahagún cruza informalmente las piernas, no colocando el tobillo por encima del muslo opuesto, sino de esa forma que solía provocar que los padres de antaño reprendieran a sus hijos: poniendo una rodilla encima de otra rodilla. El comandante Oms se ve obligado a reprimir un oscuro deseo de abofetear al ministro de Defensa.

—Tenemos constancia de la existencia de tres comandos en activo de la TOD. —Oms le hace una señal al encargado de la máquina de diapositivas—. El más activo, como sabemos, es el que ha operado en la zona metropolitana de Madrid.

El encargado de la máquina proyecta la diapositiva de los miembros del mencionado comando. Una parte de la imagen se proyecta sobre el cuerpo y la cara del comandante Oms, recortando una sombra parcial con uniforme y gorra sobre la pantalla blanca desplegable.

—A este comando se atribuyen los asesinatos de los dos guardias civiles del cuartel de Majadahonda el pasado marzo. El secuestro del presidente del consejo de Justicia Militar en noviembre y el policía nacional muerto el mes pasado. Después tenemos un segundo comando itinerante, que ha atentado sin víctimas en Zaragoza y en la provincia de Castellón. —Hace otra señal y la imagen de la pantalla cambia con un clic—. Por último tenemos el comando de Barcelona, que es el más reciente. Son quienes cometieron el atraco al Banco de Vizcaya, o sea que es posible que todavía esté recaudando fondos.

La diapositiva cambia otra vez para mostrar a los miembros identificados del comando de Barcelona. Al lado del ministro está sentado el nuevo director del Servicio, el general de artillería Bourgón. Un santanderino pomposo con la Gran Cruz del Mérito Militar en el pecho. Cassinari ya no está en el Servicio. Ponce Oms ya no es capitán. El resultado paradójico del desastre del Banco de Vizcaya fue un nuevo desplazamiento tectónico de cargos que terminó con Oms dirigiendo la División de Inteligencia Interior. El Servicio ya ni siquiera es el Servicio: ahora es el CESID. Creado ex profeso para informar a Rodríguez Sahagún, el mejor amigo y lacayo de Suárez. La metástasis del no verde. Tecnócratas de miradas rapaces. Directores técnicos y enlaces ministeriales, todos vigilando y espiando e informando para todos. Pinchando teléfonos para averiguar cómo pinchar otros teléfonos. Buitres. Rodríguez Sahagún con su cara de buitre. Con sus hombros encorvados y el cuello largo y la nariz aguileña que le hacen parecer más que nunca un buitre.

—A juzgar por sus acciones hasta el momento y por lo que conocemos de su estructura —sigue diciendo Oms—, creemos que la TOD debe de tener unos treinta miembros en activo. Con esto me refiero a los llamados soldados, claro. Luego están la infraestructura y la red de apoyo. Ahí solamente podemos especular. —Hace una pausa para echar otro vistazo a sus tarjetas—. Sé que les interesa especialmente la situación de nuestra red de informadores, o sea que iré al grano. Como saben, después del atraco al Banco de Vizcaya se replanteó toda la estrategia de información asociada a la TOD. La Operación Cólera de hace tres años se había fundamentado primero en un programa de escuchas que no tuvo continuidad y después en la infiltración de tres informadores en la red de apoyo del grupo. La operación se disolvió cuando constatamos que se había formado un nuevo comando que no pudimos prever.

Hay varios carraspeos incómodos en el público.

—Desde entonces, la situación ha cambiado —dice Oms—. Ya tenemos a varios colaboradores de la organización en la cárcel. Estamos poniendo énfasis en la escucha a presos. En tres años los sistemas de escucha han avanzado mucho.

Cháchara y más cháchara. Las caras de los presentes apenas esconden la vergüenza. Rodríguez Sahagún levanta la mano: el tipo se debe de creer que todavía está en la universidad.

—¿Sí, señor ministro? —dice Oms.

—Es verdad que uno de nuestros infiltrados ha pasado a la clandestinidad, ¿no?

—Sí, señor ministro.

—Y que ha participado en una acción armada…

—Fue identificado en el escenario de la acción, sí.

—¿Eso quiere decir que no es seguro que participara?

El comandante Oms se frota el mentón con gesto incómodo.

—Digamos que no estamos seguros de las circunstancias exactas en que se acabó viendo involucrado.

—En los informes de su antigua operación decía que disparó contra un agente de policía. Uno de los agentes que resultaron muertos.

—No podemos estar seguros de que fuera su bala la que lo matara.

—¿Balística? —El ministro enarca las cejas.

—Hubo varias heridas, no sabemos cuál lo mató.

—Y luego huyó con el resto de su comando.

—Sí, señor ministro.

—Y luego ha vuelto a huir esta semana de un piso franco, ¿no?

—Eso parece, señor ministro. —Oms no para de frotarse el mentón—. Creemos que es uno de los terroristas que estaban viviendo en el piso.

—¿Creen?

—Estamos bastante seguros.

—¿En base a qué?

—Hemos detenido a los dos inquilinos del piso.

—¿Y han cooperado?

—Todavía no, señor ministro. Pero los terroristas tuvieron que marcharse precipitadamente y dejaron muchos rastros para el análisis forense.

—¿Cuál es el estatus actual de ese operativo, comandante?

—No hemos tenido contacto con él en el último medio año.

—Y entretanto, ha matado a un policía.

Oms deja sus tarjetas sobre la mesa. Una parte de la última diapositiva sigue proyectándose sobre su cuerpo y su cara.

—Tiene usted que entender que la situación de ese operativo es tremendamente complicada, señor ministro —dice—. No sabemos cuál es su posición exacta dentro de la organización. Hasta que sepamos más, todo es posible. Y si el operativo no se ha puesto en contacto con nosotros, tenemos que entender que no puede. O bien que piensa que nos va a ser más útil quedándose al otro lado.

—Se da usted cuenta de lo que podría pasar si todo esto sale a la luz, ¿verdad? —Rodríguez Sahagún se cruza de brazos—. Un agente del CESID mata a un policía.

El general Bourgón sale en defensa de su subordinado:

—¿Qué le hace pensar que esto va a salir de aquí, señor ministro? —dice—. El Servicio es la salvaguardia de los secretos de España. Si tuviéramos filtraciones, el país entero se vendría abajo. Si tuviéramos filtraciones, no existiríamos.

El organismo lucha contra la infección del no-verde. Genera sus anticuerpos. El Cuartel General contra el Ministerio. El palacio de Buenavista contra la Castellana.

El ministro se levanta de su silla. Algunos de los demás asistentes se mueven como si fueran a levantarse también o bien actúan como si no estuvieran seguros de si el protocolo los obliga a levantarse. Pero Rodríguez Sahagún se limita a caminar de un lado para otro pensativamente, con los brazos cruzados sobre el pecho estrecho. El comandante Oms se lo queda mirando con su bigotillo fino y su cara de galán de Hollywood de hace décadas. Por fin el ministro se detiene y señala a Oms.

—Todo esto preocupa al presidente —dice—. Sé que tienen ustedes las manos llenas con la ETA y el GRAPO y todo lo demás. Pero este asunto de la TOD está creciendo demasiado deprisa. Si siguen así, pueden convertirse en un aglutinador de oposición descolgada del proceso democratizador. ¿Quién está ahora al frente del PCA?

—Ha cambiado hace poco —dice Oms—. Ahora es un tal Blanco.

—No sé quién es —dice el ministro—, pero solamente nos falta tener la mala pata de que encuentren a un líder de peso. Hay que golpear a la TOD cuanto antes. Tienen que aparecer débiles en televisión. Vulnerables.

Oms mira a Bourgón. Bourgón mira a Rodríguez Sahagún.

—Sí, señor ministro —dice por fin el general.

28. Una roca en medio del mar

Teo Barbosa escruta el islote que empieza a perfilarse en el horizonte del Mediterráneo. La lancha a motor Paltré surca escopeteando las aguas costeras, dejando atrás la playa de cantos rodados de Cala Jondal. Todavía están demasiado lejos para apreciar las dimensiones del Islote de Arañas, pero Barbosa puede ver un peñasco elevado en la punta oeste y luego un declive gradual que termina en una zona de playas en el extremo oriental. A su lado, la Madre Nieve se abanica cansinamente con una mano. El calor de las últimas semanas desafía todas las leyes naturales. Es un calor que hace pensar en suspensiones cataclísmicas de las leyes de la Naturaleza. La Paltré mide seis metros de eslora y es toda de madera y tiene una escotilla en el centro para el compartimento de carga, y el tipo que la pilota les ha explicado que la línea de flotación de la lancha está tan baja porque el compartimento va lleno hasta los topes de vituallas.

—¿Es ahí donde vamos? —pregunta Barbosa, con el pelo alborotado por la brisa marina.

El piloto gira hacia él una cara curtida por el sol.

—Ahí vamos, sí —dice.

Barbosa mira hacia atrás. La costa sudoeste de Ibiza no puede estar a más de cuatrocientos metros, y ya casi deben de estar a medio camino. Al este se intuyen más que se divisan la Isla de Ahorcados y el estrecho que separa Ibiza de Formentera. El piloto se dedica a aguantar la caña del motor y ajustar el rumbo cuando es necesario. La brisa azota cálidamente las caras de los dos hombres y les obliga a levantar la voz de esa manera en que uno tiene que levantar la voz a bordo de una motora que navega a toda velocidad.

—Espero que haya buenas playas —dice Barbosa—. Odio esconderme en islas que no tienen buenas playas.

La Madre Nieve escupe por la borda.

—La Revolución no tiene que estar reñida con el buen vivir —sigue diciendo Barbosa—. La caldereta de langosta, el guiso de raya, esas cosas.

El piloto le hace una señal a Barbosa para que se cambien los sitios. Barbosa coge la caña del timón y el piloto se sienta a encender un cigarrillo. Los dos van desnudos de cintura para arriba. Los dos llevan barbas largas y melenas greñudas. El torso del piloto es muy moreno y tiene esa textura ligeramente aterciopelada que otorgan los años de exposición al salitre marino, mientras que el de Barbosa es muy pálido y está lleno de mordeduras de chinches.

—Soy Juan el Listo. —Barbosa le ofrece al otro la mano que no está sosteniendo el rumbo.

—Ya sé quién eres, camarada —dice el piloto, cerrando con un clic metálico la tapa de su encendedor Zippo. Se incorpora a medias para estrecharle la mano—. A mí me puedes llamar R. T.

—¿R. T.? —Barbosa frunce el ceño y por fin abre mucho los ojos—. ¡No! —Se le escapa una risa—. No puede ser.

—Sí.

—¡Rúmpeles Tíjeles!

—Sí.

—Demonios, esta gente tiene mucho más sentido del humor del que yo pensaba. —Barbosa niega con la cabeza—. Y luego dicen de mí.

El piloto fuma en silencio. La brisa les alborota el pelo y la barba.

—No eres muy hablador, ¿verdad, R. T.? —dice Barbosa.

—Tú en cambio hablas mucho —dice R. T.

—No me queda otra. —Barbosa sonríe—. Me he pasado cuatro meses encerrado en un piso de sesenta metros cuadrados. Mi vida social se ha ido al carajo. Menos mal que aquí podré recuperar el tiempo. ¿Sois muchos en la isla?

—No muchos, no.

—¿La gente va y viene?

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