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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infanill y juvenil, Intriga

El asesinato del profesor de matematicas (3 page)

—La liebre —dijo Nico sin pensárselo dos veces.

El profesor lo miró con intención.

—Si han recorrido los tres un kilómetro…, es lo mismo. Nadie ha hablado del tiempo que han tardado —recapacitó Adela.

—Exacto. ¿Lo veis?

—¿No cree que, si fuese tan fácil, nadie odiaría las mates y todo el mundo las aprobaría como si nada? —le retó Luc.

—No es fácil, pero lo repito: el problema es que un solo árbol delante de las narices os impide ver el bosque que hay detrás. ¿Queréis que os ponga unos ejemplos?

—¿Más mates, profe? —se angustió Nico.

—No serán matemáticas, os lo prometo. Sólo unos juegos con números para demostraros lo que os digo.

No esperó a que le dijeran ni que sí ni que no. Los tenía acorralados. Pero, además, en su fuero interno se daban cuenta de algo muy importante: Felipe Romero, el Fepe, el profe de mates, estaba allí por ellos, por sus tres cates. Todavía peleaba por sus aprobados.

Otros les cateaban y adiós. Ni se molestaban. Él no.

Felipe Romero ya tenía en las manos una libreta y un bolígrafo. Comenzó a escribir a toda velocidad en una hoja de papel. Luego se la puso delante de los ojos.

—Rápido, en un segundo, ¿cuál es la solución de esta multiplicación?

35.975.021 x 33 x 12.975.123.399 x 2 x 679 x 1.111 x 0 x 19.555

—¿En un segundo? —se quedó boquiabierto Luc.

—¿Está loco o qué? —alucinó Nico.

—¡Eso es imposible! —protestó Adela.

—¿De verdad? —los miró sosteniendo aún la hoja ante sus ojos—. ¿De verdad es imposible? ¿Os dais cuenta de que sólo veis lo que queréis ver? Como hay muchos números… ¡Hala, es imposible! Pues no señor, ¡no señor! La respuesta se obtiene en un segundo, y es cero.

—¿Cómo que es cero?

—No puede…

—Hay un cero ahí, casi al final —suspiró Adela comprendiendo de pronto—. Da lo mismo que multipliquemos millones por trillones. Sea lo que sea, multiplicado por cero es siempre cero.

Nico y Luc se dieron cuenta del detalle.

—¿Qué? —plegó los labios triunfal Felipe Romero—. Es un juego, pero lo habéis despreciado y os habéis rendido sin leer todo el enunciado. De haberlo hecho, habríais visto ese cero. No queréis jugar, no queréis darle ninguna oportunidad a vuestra cabeza.

Voy a poneros otro.

Dibujó un ocho muy grande y les preguntó:

—¿Cuál es la mitad superior de ocho?

—Cuatro —dijo Luc.

—No puede ser tan sencillo —frunció el ceño Adela.

—Ha dicho la mitad superior —recordó Nico.

Miraron el ocho atentamente.

—Eso no son mates —comenzó a inquietarse Luc.

—¡Olvidaos de las mates! ¡Jugad! ¡Vamos!

Se esforzaron otros diez segundos.

—Nos rendimos —suspiró Adela.

—La mitad superior de ocho es cero. Así, lo veis.

Pasó una raya horizontal por en medio del número, dividiéndolo en dos ceros.

Adela, Luc y Nico soltaron el aire retenido en sus pulmones. Ya ni protestaron.

—¿Cuál es el tercio y medio de 100?

—¿Qué?

—Ya lo habéis oído. El tercio y medio de 100.

—Ni idea —reconoció Nico.

—¿Queréis el papel y el boli?

—Profe…

—El tercio y medio de 100 es 50. Cualquier tercio y medio de cualquier cifra es la mitad de esa cifra. El tercio y medio de 80 es 40, y el de 62 es 31. Podéis quedaros con cualquiera proponiéndole esos juegos.

—Eso no son juegos —negó Adela.

—¿Qué te apuestas a que sí?

—A mí me encantaría fastidiar al estúpido que babea por mi hermana y que va a darme clases este verano por culpa del cate —sonrió Luc animándose.

—Y a mí a mi prima, la pava, no te digo —hizo lo propio Nico.

—Podéis pillarles. Una adivinanza no es otra cosa que cálculos de aritmética. Tomad nota —consiguió interesarles, porque los tres prestaron atención, ya capturados por su entusiasmo—. Puedo acertar cualquier número que penséis. Cualquiera.

—Eso no es posible —vaciló Nico.

—Vamos a verlo. Piénsate un número.

—Ya está —dijo Nico.

—Duplica ese número.

—Ya.

—Súmale dos.

—Ya.

—Divídelo por dos y dime el resultado.

—Cinco.

—Entonces el número que has pensado inicialmente es el cuatro.

—Ahí va —se quedó boquiabierto Nico.

—¿Era el cuatro? —preguntó Luc a su amigo.

—Sí.

Miraron a Felipe Romero con las cejas subidas.

—¿Cómo lo ha hecho?

—Tenéis que ser mentalmente rápidos, pero no es complicado. Primero le he pedido que duplique el número, o sea, que lo multiplique por dos. Imaginemos que ha pensado el siete. Vale, pues siete por dos son catorce. Le he dicho que le sume un número, en este caso el dos. Catorce más dos son dieciséis. Luego le he pedido que lo divida por dos. Dieciséis dividido por dos son ocho. A ese ocho, que es lo que no le he dicho a Nico, hay que restarle mentalmente siempre la mitad del número que le he pedido que sumara después de duplicarlo. Como le he dicho que sumara dos, la mitad es uno. Ocho menos uno es siete.

—Qué fuerte —reconoció Luc.

—Pero la clave siempre está en el número que tú le digas que agregue. Ésa es la trampa. Si le digo que sume dos, he de restarle uno al que él me responda tras las operaciones.

—Me lo voy a apuntar —dijo Nico.

Le cogió el papel y el bolígrafo y anotó:

Pedir que duplique el número.

Pedir que lo aumente en dos.

Pedir que divida el resultante por dos.

Preguntar qué número ha obtenido.

Y deducir la mitad del que ha aumentado, o sea, uno.

—También puede hacerse de otra forma. ¿Os interesa? —continuó el profesor.

—Sí, sí —dijeron los tres.

—Piensa un número, Adela.

—Ya está.

—Triplícalo.

—Vale.

—Si el número resultante es par, divídelo por dos.

Si es impar, lo mismo, pero entonces quédate con la cifra mayor.

—No entiendo…

—Si tienes veintinueve, no puedes quedarte con catorce y medio, sino con catorce y quince. O sea, que te quedas con el quince, que es el mayor. Réstalo del número triplicado.

—Ah, ya.

—Has de decirme si era par o impar.

—Era par.

—Vale. Ahora multiplica el resultado por tres.

—Ya.

—¿Cuántas veces está comprendido el nueve en ese número?

—Hay que dividirlo por nueve, ¿no? Pues… ya está.

—¿Sobran decimales?

—No.

—¿Qué numero te ha dado?

—El cuatro.

—Pues el tuyo era el ocho.

—¡Jo! —se maravilló Adela.

—Si me llegas a decir que hay decimales, entonces habría tenido que agregarle un uno.

—No lo entiendo… —dijo Luc.

—Te lo voy a escribir, ¿de acuerdo? Imagina que has escogido el nueve.

Y anotó en el papel:

Triple de 9:… 27

Dividido por dos, al ser impar, la mitad mayor:… 14

Al 27 se le resta 14:… 13

El 13 se multiplica por 3:… 39

El 39 se divide por 9… 4 y pico Se pregunta este número al que ha pensado el primero y, al decir 4, se duplica y da 8, pero, como había un pico sobrante en la última operación, se le suma uno. El resultado es el 9 que había pensado. Si hubiera sido par el número pensado bastaría con duplicar el número resultante de la última operación ya que no habría ningún pico.

—¿Qué os parece?

—Muy bueno, oiga —aseguró Adela.

—Como que podéis quedaros con el personal si lo perfeccionáis. No fallaréis nunca y creerán que sois unos grandes adivinos. De momento empezad por el primero, el que arranca duplicando el número pensado. Es más sencillo que el del triplicado teniendo en cuenta lo del par e impar y lo del pico final. Pero si lo ensayáis…

—Es muy chulo —Adela estaba maravillada—. ¿Conoce más trucos de éstos?

—Si guardas en una mano un número de monedas par y en otra un número impar, puedo adivinar siempre cuál está en cada mano, sin fallar.

—¿Cómo?

—Te hago multiplicar el número de monedas que tienes en la derecha por dos, y el de la izquierda por tres, o sea, uno par y el otro impar. Después hago que sumes los dos resultados y que me digas el total. Si el total es impar, el número par de monedas está en la mano derecha y el impar en la izquierda. Si el total es par, al contrario.

—¿En serio?

—Imagina que tenías ocho en la derecha y siete en la izquierda. Dos por ocho, dieciséis. Tres por siete, veintiuna. Dieciséis más veintiuna, treinta y siete. Impar. Luego el número de monedas par estaba en la derecha y el impar en la izquierda. Ahora hazlo al revés. Adela hizo los cálculos con nueve monedas en la derecha y ocho en la izquierda.

—Dos por nueve, dieciocho. Tres por ocho, veinticuatro. La suma es… cuarenta y dos. O sea, que había número par en la izquierda e impar en la derecha.

—Muy bien.

—¡Fantástico! —abrió la boca aún más que los ojos Adela.

—Vale, esto ha sido un juego y muy fardón —aceptó Nico—, pero lo demás no lo es.

—Todo es un juego —insistió Felipe Romero—. O al menos hay que tomárselo así —y dijo rápido—: Escríbeme en un cuadrado de tres por tres los números del 1 al 9 de forma que sumen siempre 15 en horizontal, vertical y diagonal.

—Eso lo haría, pero con paciencia, seguro.

—Es más sencillo de lo que parece —comenzó a dibujar los cuadrados en el papel—. Hay que poner los números impares formando una cruz con el 5 en el centro, y luego repartir los cuatro pares. También hay que tener en cuenta otro detalle: si el 1 va abajo, el 2 irá en otra línea y el 3 en otra más, y lo mismo el 7, el 8 y el 9. En fin, vedlo:

Sumaban 15 por todas partes, horizontal, vertical y diagonalmente.

—Vale, eso no hace más que demostrar lo burros que somos —insistió Nico, que parecía el más deprimido ahora.

—No, ¡no! Sólo quiero demostraros que todo tiene su truco en el enunciado, en el desarrollo, en… Es como aquella adivinanza que dice: «En este banco hay un padre y un hijo. El hijo se llama Pepe y el padre ya te lo he dicho». Repites despacio el enunciado y ¿qué tienes?. «En-es-te-ban…» ¡Esteban! En serio, Nico. Es fácil cuando se le pilla el truco. Habéis estado a un pelo de aprobar. Y casi estoy por daros una segunda oportunidad.

—¿Lo haría? —saltó Adela.

—Otro fin de semana estudiando para nada —se abatió Nico.

—Mejor un fin de semana que todo el verano, burro —le dijo Luc.

Nico no tenía ni ganas de pelea.

—Si sólo habéis suspendido matemáticas, cosa que sabré mañana en la reunión de profesores para examinar las notas, podría hacerlo, sí.

—No vale la pena, pero gracias —insistió Nico.

—¿Vais a rendiros? —los miró como si no pudiera creerlo—. ¿Una que lee novelas policiacas, otro que lee ciencia ficción y un mago de los videojuegos? ¿Habláis en serio? ¿Sois de verdad así de cagados?

Los había llamado cagados.

Felipe Romero se levantó.

—Mañana os digo algo. Y no admito un no por respuesta. Son vuestras notas, ¿vale?

Luego dio media vuelta y se alejó de allí en dirección a su coche, dejándoles absolutamente planchados.

Capítulo
(¿Qué hora es los 2/3 de los 3/4 de
los 5/6 de las 12 de la noche?)
5

Aquella noche Adela empezó a leer una novela policiaca. Llevaba veinte páginas cuando puso cara de fastidio.

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