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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

Devoradores de cadáveres

 

En el siglo X, el califa de Bagdad envía un embajador al rey de los búlgaros, pero el emisario es secuestrado por los vikingos. Para el refinado diplomático, las costumbres bárbaras de los pueblos escandinavos resultan a la vez salvajes y fascinantes. Y junto a ellos y a su jefe Buliwyf emprende una trepidante aventura: luchar contra «los que se comen a los muertos»…

Michael Crichton

Devoradores de cadáveres

El guerrero número 13

ePUB v1.3

Perseo
27.05.12

Título original:
Eaters of the Dead

Michael Crichton, 1976

Traducción: Lucrecia Moreno y María J. Sobejano

Diseño/retoque portada: Perseo

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.3)

Corrección de erratas: Perseo

ePub base v2.0

Para W
ILLIAM
H
OWELLS

«No elogies el día hasta que llegue la noche

a una mujer, hasta que haya sido quemada;

el hielo, hasta que haya sido atravesado;

la cerveza, hasta que haya sido bebida».

P
ROVERBIO VIKINGO

«La maldad es antigua».

P
ROVERBIO ÁRABE

Introducción

El manuscrito de Ibn-Fadlan representa el relato testimonial más antiguo que se conoce sobre la vida y la sociedad de los vikingos. Se trata de un documento extraordinario que describe con vívido detalle hechos transcurridos hace más de mil años. El manuscrito no nos ha llegado intacto a través de este larguísimo período de tiempo. Sin embargo, su propia historia es tan original y notable como el texto.

Origen del manuscrito

En junio del año 921 de la Era Cristiana, el califa de Bagdad envió a un miembro de su corte, Ahmad Ibn-Fadlan, como embajador ante el rey de los búlgaros. Ibn-Fadlan permaneció ausente tres años en su viaje y en realidad nunca llegó a cumplir su misión, porque durante el trayecto se encontró en medio de una comunidad de hombres nórdicos y vivió muchas aventuras junto a ellos.

Cuando por fin volvió a Bagdad, Ibn-Fadlan registró sus experiencias en un informe oficial a la corte. Hace mucho tiempo que desapareció este manuscrito original, y para reconstruirlo debemos basarnos en fragmentos parciales conservados en fuentes posteriores.

El más conocido de éstos es el léxico geográfico en idioma árabe escrito por Yakut Ibn-Abdallah en el siglo XIII. Yakut incluye una docena de pasajes textuales extraídos del relato de Fadlan, relato que tenía, a la sazón, trescientos años. Cabe suponer que Yakut utilizó una copia del original. A pesar de ello, estos pocos pasajes han sido traducidos y vueltos a traducir muchas veces por eruditos de épocas más recientes.

Otro fragmento fue descubierto en Rusia en 1817 y publicado en alemán por la Academia de San Petersburgo en 1823. Este material contiene ciertos pasajes ya Publicados por J.L. Rasmussen en 1914. Rasmussen utilizó un manuscrito que halló en Copenhague y que luego se perdió. Los orígenes de este manuscrito son dudosos. En aquella época hubo asimismo traducciones suecas, francesas e inglesas, pero todas ellas son ostensiblemente inexactas y en apariencia no incluyen material nuevo.

En 1878 se descubrieron dos manuscritos más en la colección privada de antigüedades de sir John Emerson, embajador británico en Constantinopla. Sir John era uno de esos coleccionistas ávidos cuyo entusiasmo por las adquisiciones superaba su interés por las piezas adquiridas. Dichos manuscritos se encontraron después de su muerte. Nadie sabe dónde ni cuándo los obtuvo.

Uno es una geografía en árabe escrita por Ahinad Tusi, cuya fecha, relativamente precisa, es 1047 de la Era Cristiana. Esto aproxima cronológicamente el manuscrito de Tusi al original de Ibn-Fadlan, que, según se presume, fue escrito aproximadamente entre los años 924 y 926 de la Era Cristiana. No obstante, los eruditos consideran el manuscrito de Tusi como la fuente menos fidedigna. El texto está lleno de errores y de incongruencias, y si bien cita extensamente a un tal Ibn Fagih que visitó las tierras del norte, muchas autoridades se resisten a aceptar su material.

El segundo manuscrito es el de Amin Razi, cuya fecha aproximada es 1585 a 1595 de la Era Cristiana. Está escrito en latín y según su autor es una traducción directa del texto árabe de Ibn-Fadlan. El manuscrito Razi contiene algún material sobre los turcos oguz y varios pasajes inéditos relativos a las batallas con los monstruos de la niebla.

En 1934 se descubrió un texto definitivo en latín medieval en el monasterio de Xymos, cerca de Tesalónica al noreste de Grecia. Este manuscrito se centra mayormente en comentarios sobre las relaciones de Ibn-Fadlan con el califa y sobre sus experiencias con los habitantes de las tierras del norte. El autor y fecha del manuscrito de Sinos son igualmente inciertos.

La tarea de coleccionar esta serie de versiones y que abarcan más de un milenio, escritas en árabe, latín, alemán, francés, danés, sueco e inglés, es una empresa de magnas proporciones. Sólo una persona de gran erudición y energía podría haberlo intentado, y en 1951 alguien lo intentó, en efecto. Per Fraus-Dolus, profesor
emeritus
de literatura comparada de la Universidad de Oslo compiló todas las fuentes conocidas y emprendió la colosal tarea de la traducción, que llevó a cabo hasta su muerte en 1957. Algunos fragmentos de su traducción aparecieron en los
Anales del Museo Nacional de Oslo
, 1959-1960, pero no despertaron mucho interés entre los expertos, tal vez a causa de que esa publicación tiene una circulación reducida.

La traducción de Fraus-Dolus es absolutamente literal. En su propia introducción a la obra, Fraus-Dolus comenta que «es parte de la naturaleza de los idiomas que una traducción agradable no sea exacta y que una traducción exacta encuentre su propia belleza sin ayuda de nadie».

En la preparación de esta traducción completa y comentada de la versión de Fraus-Dolus he hecho pocos cambios. Omití algunos pasajes repetidos, hecho que señalo en el texto. Cambié la estructura de los párrafos, comenzando con uno nuevo —el soliloquio directo de cada personaje, lo cual obedece a las convenciones modernas—. He omitido las marcas diacríticas de los nombres árabes. Por fin, en ciertos pasajes he alterado la sintaxis original, por lo general mediante la transposición de cláusulas subordinadas, con el fin de facilitar su comprensión.

Los vikingos

El retrato de los vikingos trazado por Ibn-Fadlan difiere bastante de la tradicional visión europea de este pueblo. Las primeras descripciones europeas de los vikingos fueron registradas por el clero, únicos observadores de la época que sabían escribir, quienes veían a estos nórdicos paganos con especial horror. He aquí un pasaje especialmente hiperbólico, citado por D. M. Wilson y perteneciente a un autor irlandés del siglo XII:

En una palabra, aun cuando existieran cien cabezas de acero templadas sobre un cuello, y cien lenguas afiladas, ágiles, frías, brillantes y metálicas en cada cabeza, además de cien voces volubles y estentóreas, no lograrían contar ni narrar, enumerar ni relatar cuánto sufrieron los irlandeses, tanto hombres como mujeres, tanto laicos como clérigos, tanto viejos como jóvenes, tanto nobles como villanos, en cuanto a crueldad, injurias, opresión en cada casa y en manos de esa gente temeraria, iracunda y puramente pagana.

Los eruditos actuales reconocen que estos relatos escalofriantes sobre las incursiones de los vikingos son sumamente exagerados. No obstante, los autores europeos tienden todavía a reducir a los escandinavos a la condición de bárbaros sedientos de sangre, extraños a la corriente principal de la cultura y las ideas occidentales. A menudo se ha adoptado tal actitud a expensas de cierta lógica. Por ejemplo, David Talbot Rice escribe:

Entre los siglos VII y XI el papel de los vikingos fue tal vez de una influencia mayor que la de cualquier otro grupo étnico de Europa occidental. Los vikingos eran, en efecto, grandes viajeros que llevaron a cabo sorprendentes hazañas de navegación. Sus ciudades eran grandes centros comerciales. Su arte era original, creativo, y marcó rumbos. Podían enorgullecerse de una bella literatura y de una cultura desarrollada. ¿Fue en realidad una civilización? Debe admitirse, a mi juicio, que no lo fue… Carecía del toque de humanismo que es el sello de la civilización.

La misma actitud se refleja en la opinión de lord Clark:

Cuando consideramos las sedas islándicas, que figuran entre las grandes obras literarias del mundo, debemos admitir que los nórdicos crearon una cultura. ¿Mas era una civilización…? Civilización significa algo más: energía, voluntad y poder creador, algo que los nórdicos no tenían, pero que, en la época en que vivieron, comenzaba a reaparecer en Europa occidental. ¿Cómo puedo definirlo? Pues bien, en pocas palabras, un sentido de permanencia. Los nómadas y los invasores vivían en una continua transitoriedad. No sentían la necesidad de mirar hacia delante más allá del mes siguiente o del próximo viaje o de la próxima batalla. Y por esta razón no se les ocurrió construir casas de piedra ni escribir libros.

Cuanto mayor cuidado ponemos en la lectura de estas opiniones, más ilógicas resultan. La verdad es que cabe preguntarse por qué estos eruditos europeos altamente educados e inteligentes consideran con tanta ligereza a los vikingos, con apenas unas palabras formuladas de paso. ¿Y por qué la preocupación sobre la cuestión semántica de si los vikingos tuvieron una «civilización»? La situación resulta explicable si se reconoce un prejuicio europeo que data de largo tiempo y que surge de puntos de vista tradicionales sobre la prehistoria europea.

Todo niño de Occidente aprende que el Cercano Oriente es la «cuna de la civilización» y que las primeras civilizaciones surgieron en Egipto y en Mesopotamia, nutridas por las cuencas del Nilo, el Tigris y el Éufrates. Desde allí la civilización se propagó a Creta y a Grecia y luego a Roma, para llegar por fin a los bárbaros de Europa septentrional.

Se ignora qué hacían estos bárbaros mientras aguardaban el advenimiento de la civilización. Y la pregunta no suele formularse. El énfasis residía en el proceso de diseminación que el fallecido Gordon Childe resumió como «la irradiación de la barbarie europea por la civilización oriental». Los expertos actuales han apoyado este punto de vista, como ya hicieron los griegos y los romanos. Geoffrey Bibby afirma: «La historia de Europa septentrional y oriental es contemplada desde el oeste y desde el sur con todo el prejuicio de hombres que se consideraban a sí mismos civi1izados y a los otros, bárbaros».

Con este enfoque los escandinavos son sin duda los más alejados de la fuente de la civilización y, como es lógico, los últimos en haberla adquirido. Cabe admitir, pues, que se les considere como los últimos bárbaros, como una espina dolorosa en el costado de otras zonas europeas empeñadas en absorber la sabiduría y la civilización de Oriente.

La dificultad reside en que esta visión tradicional de la prehistoria europea ha sido en gran parte destruida en los últimos quince años. El perfeccionamiento de las técnicas de gran precisión para la fijación de fechas basadas en el uso del carbono ha creado la confusión en la antigua cronología sobre la que se apoyaban las viejas ideas sobre la difusión. Actualmente parece irrefutable que los europeos levantaban enormes tumbas megalíticas antes de que los egipcios construyesen sus pirámides. Stonehenge es más antigua que la civilización micénica en Grecia. La metalurgia en Europa bien puede haber precedido el desarrollo de las artes del metal en Grecia y Troya.

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