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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (5 page)

—Ya lo sé. Oí la conversación.

—¡Cómo no! -exclamó Yuki-. Olvidaba que nada escapa a tu oído.

—Puede que oiga demasiado -repliqué yo, mientras me sentaba en el colchón que alguien había extendido sobre el suelo.

—Estar dotado con poderes extraordinarios supone una carga, pero mejor es poseerlos que carecer de ellos. Te traeré algo de comer; el té ya está preparado.

Yuki regresó al poco rato. Yo bebí el té, pero fui incapaz de probar bocado.

—No hay agua caliente; no podrás bañarte -dijo la chica-. Lo siento.

—No importa. Sobreviviré.

Yuki me había bañado en dos ocasiones. La primera, allí mismo, en Yamagata, cuando yo desconocía su identidad y ella me frotó la espalda y me dio un masaje en las sienes, y la segunda, en Inuyama, cuando yo apenas tenía fuerzas para andar. Estas imágenes se agolparon en mi memoria. Yuki clavó los ojos en mí y supe que ambos compartíamos idénticos pensamientos. Entonces, apartó la mirada y dijo con un hilo de voz:

—Te dejaré dormir.

Coloqué mi cuchillo junto al colchón y me introduje bajo la manta sin molestarme siquiera en quitarme la ropa. Reflexioné sobre lo que Yuki había comentado acerca de los poderes extraordinarios. Yo consideraba que nunca podría ser tan feliz como cuando vivía en Mino, mi aldea natal. Pero entonces yo era tan sólo un niño. La aldea había sido arrasada y todos mis parientes habían muerto. Me decía a mí mismo que no debía meditar sobre el pasado. Había accedido a unirme a los miembros de la Tribu. Ellos me requerían con tanta insistencia a causa de mis poderes, y sólo junto a ellos podría yo aprender a desarrollar y controlar las habilidades con las que había sido dotado.

Me vino a la mente el recuerdo de Kaede, a la que había sumido en un profundo sueño en Terayama. Entonces me invadió una sensación de desamparo que al rato se tornó en resignación. Nunca volvería a verla; debía olvidarla. Poco a poco, la ciudad se fue despertando a mi alrededor. Por fin, cuando la luz ya brillaba tras los postigos, me quedé dormido.

El estrépito de hombres a caballo, que procedía de la calle a la que daba la tapia de la casa, me despertó de repente. La luz de la habitación había cambiado, como si el sol hubiera cruzado por encima del tejado; pero yo ignoraba durante cuánto tiempo había estado durmiendo. Un hombre gritaba, y una mujer le respondía, cada vez más furiosa. Logré escuchar parte de la conversación. Eran guerreros de Arai que iban buscándome de casa en casa.

De un manotazo, aparté la manta que me cubría y busqué a tientas mi cuchillo. Mientras lo levantaba del suelo, la puerta corredera se abrió. Kenji entró silenciosamente en la habitación, y después colocó tras él el falso tabique. Me miró un instante, hizo un gesto de negación con la cabeza y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, en el minúsculo espacio libre entre el colchón y la pared.

Reconocí las voces: se trataba de los hombres que habían estado en Terayama con Arai. OíqueYuki apaciguaba a la mujer que tanto se había enojado y después cómo ofrecía una bebida a los hombres.

—Ahora todos estamos en el mismo bando -comentaba Yuki, entre risas-. ¿Es que acaso pensáis que si Otori Takeo estuviera aquí habríamos podido ocultarle?

Los hombres terminaron rápidamente su bebida y se marcharon. A medida que sus pisadas se alejaban, Kenji soltó un gruñido y me lanzó una de sus características miradas de desprecio.

—Nadie puede fingir en Yamagata que no ha oído hablar de t¡ -dijo Kenji-. La muerte de Shigeru le ha transformado en un dios, y la de Iida te ha convertido a t¡ en un héroe. La población está fascinada con esa historia -aspiró por la nariz y agregó-: No permitas que te afecte demasiado; no nos beneficia en absoluto. Como consecuencia de ello, Arai ha organizado una búsqueda a gran escala para encontrarte; se ha tomado tu desaparición como un insulto a su persona. Por fortuna, son pocos los que conocen tu rostro: tendremos que disfrazarte -sin dejar de fruncir el ceño, Kenji escrutó los rasgos de mi rostro-. Ese aspecto propio de los Otori... Tendrás que librarte de él.

Un sonido que procedía del exterior interrumpió sus palabras, y al momento alguien levantó el falso tabique. Kikuta Kotaro penetró en la habitación seguido porAkio, el joven que, junto a otros, había sido mi carcelero en Inuyama. Tras ellos llegó Yuki, que traía consigo los utensilios para el té.

Yo hice una reverencia y el maestro Kikuta dio su aprobación con un gesto.

—Akio ha estado recorriendo la ciudad para recabar información.

El joven se dejó caer de rodillas ante Kenji e inclinó la cabeza levemente ante mí. Yo respondí de igual forma. Cuando varios miembros de la Tribu -Akio entre ellos- me secuestraron en Inuyama, hicieron todo lo posible por retenerme sin llegar a hacerme daño. Yo luché entonces con todas mis fuerzas; había deseado matarle, y le hice un corte en la mano. Observé que su mano izquierda todavía mostraba una cicatriz a medio curar; se veía rojiza e inflamada. En aquellos días apenas habíamos hablado -Akio me había reprendido por mis malos modales y me había acusado de quebrantar todas las reglas de la Tribu-. No nos teníamos gran simpatía. Por eso, cuando nuestras miradas se cruzaron, noté que sus ojos transmitían una profunda hostilidad.

—Por lo visto, el señor Arai está indignado porque esta persona huyó sin su permiso y se negó a contraer el matrimonio que él había dispuesto. Arai ha dado órdenes para que esta persona sea arrestada, y tiene la intención de investigar la organización conocida como la Tribu, a la que considera ilegal y peligrosa -hizo otra reverencia a Kotaro, y añadió con frialdad-: Lo lamento, pero ignoro qué nombre va a asignarse a esta persona.

El maestro asintió con un gesto y se frotó la barbilla sin articular palabra. Anteriormente habíamos hablado sobre este asunto, y Kotaro me había instado a que mantuviera el nombre de Takeo aunque, según sus palabras, no era un apelativo característico de la Tribu. ¿Es que iba a adoptar el apellido Kikuta? ¿En tal caso, qué nombre propio me otorgarían? Yo no quería renunciar a llamarme Takeo, pues Shigeru así lo había deseado; pero, si ya no iba a ser un Otori, ¿qué derecho tenía a mantener mi nombre?

—Arai ha ofrecido una recompensa a quien pueda informar sobre tu paradero -dijoYuki, mientras colocaba sobre la estera los cuencos de té.

—Nadie en Yamagata se atrevería a ofrecer semejante información por voluntad propia -terció Akio-. ¡Saben lo que les espera en caso de hacerlo!

—Es lo que me temía -comentó Kotaro a Kenji-. Arai nunca ha mantenido acuerdos con nosotros y ahora tiene miedo de nuestro poder.

—¿Y si acabamos con él? -propuso Akio, con cierta urgencia en la voz-. Podemos...

Kotaro le interrumpió con un gesto, y el joven, tras hacer una reverencia, se quedó callado.

—La muerte de Iida ha provocado la ausencia de estabilidad. Si Arai también muriera, estallaría la anarquía.

—En mi opinión, Arai no supone un peligro importante -dijo Kenji-. Cierto es que su actitud resulta bravucona y amenazante; pero, a la larga, no pasará de ahí. Tal y como están las cosas, sólo él puede conseguir que reine la paz -Kenji clavó su mirada en mí-. Y eso es lo que deseamos por encima de cualquier otra cosa. Tan sólo en un mundo pacífico nuestro trabajo podrá prosperar.

—Arai regresará a Inuyama y hará de la ciudad su capital -comentó Yuki-. Es más fácil de defender que Kumamoto y cuenta también con una mejor situación. Además, Arai ha reclamado todas las tierras de Iida como derecho de conquista.


Hmm... -
gruñó Kotaro, volviendo su mirada hacia mí-. Yo había planeado que regresaras a Inuyama conmigo. Los asuntos que tengo que atender allí me retendrán varias semanas, en las que podrías comenzar tu preparación. Pero tal vez sea mejor que permanezcas aquí durante algunos días. Después, te llevaremos al norte, más allá del País Medio, y te alojarás en otra de las casas de los Kikuta, donde nadie haya oído hablar de Otori Takeo. Entonces, podrás iniciar una nueva vida. ¿Sabes hacer juegos malabares?

Negué con un gesto.

—Tienes una semana para aprender. Akio te enseñará. Yuki y otros comediantes os acompañarán, y yo me reuniré con vosotros en Matsue.

Hice una reverencia sin pronunciar palabra. Por debajo de mis párpados entornados, observé a Akio, que tenía la mirada clavada en el suelo y fruncía el entrecejo, mostrando un profundo surco entre los ojos. Aunque sólo tenía cuatro o cinco años más que yo, ya se podía averiguar cómo sería de viejo.

Así que Akio era malabarista... Sentí lástima por haber herido una de sus hábiles manos, pero a la vez consideraba que mi ataque había estado plenamente justificado. A pesar de ello, la hostilidad y la antipatía que nos profesábamos seguía latente; eran asuntos sin resolver.

En ese momento, Kotaro intervino:

—Kenji, tu relación con Shigeru te ha hecho protagonista en este asunto. Son demasiados los que saben que esta ciudad es tu principal lugar de residencia. Si permaneces en Yamagata, no me cabe duda de que Arai ordenará que te arresten.

—Me marcharé a las montañas durante una temporada -replicó Kenji-. Visitaré a los ancianos y pasaré un tiempo con los niños -esbozó una sonrisa, y de nuevo adquirió el aspecto de un anciano e inofensivo preceptor.

—Perdonadme, pero ¿cómo llamaremos a esta persona?

—De momento, puede adoptar un apodo de comediante -respondió Kotaro-. Con respecto a su nombre como miembro de la Tribu, ya veremos...

Bajo sus palabras se intuía un significado oculto que yo no llegaba a entender, pero Akio cayó en la cuenta inmediatamente.

—¡Su padre renunció a la Tribu! -estalló el joven con un grito-. Nos dio la espalda.

—Pero su hijo ha regresado, y todos los poderes de los Kikuta confluyen en él -rebatió el maestro-. No obstante, por ahora tú serás su superior en todos los aspectos. Takeo, obedecerás a Akio y aprenderás sus enseñanzas.

En los labios de Akio se vislumbró una sonrisa. Lo más probable es que intuyera lo difícil que me resultaría someterme a su voluntad. El rostro de Kenji se mostraba preocupado, como si él también se diera cuenta de que el enfrentamiento era inevitable.

—Akio cuenta con muchas habilidades -prosiguió Kotaro-. Tienes que llegar a dominarlas.

El maestro aguardó a que yo asintiera, y entonces hizo una indicación a Yuki y a Akio para que abandonaran la habitación. Antes de marcharse, la muchacha volvió a escanciar té en los cuencos y los dos maestros bebieron ruidosamente. Yo percibía el olor a comida recién hecha. Tenía la impresión de no haber probado bocado desde hacía días, y lamentaba no haber aceptado los alimentos que Yuki me había ofrecido la noche anterior. El hambre me hacía desfallecer.

Entonces, Kotaro se dirigió a mí:

—Como te conté, yo era primo carnal de tu padre; pero no te dije que él era mayor que yo, por lo que se habría convertido en maestro a la muerte de nuestro abuelo. Akio es mi sobrino, y también mi heredero. Tu regreso ha puesto en tela de juicio los asuntos referidos a la jerarquía y la autoridad. De tu conducta durante los próximos meses dependerá la decisión que tomemos al respecto.

Tardé unos instantes en darme cuenta del auténtico significado de sus palabras.

—Akio se ha criado en la Tribu -dije yo pausadamente-. Él sabe cosas que yo ignoro por completo. Seguro que hay otros muchos como él. Yo no quiero arrebatarle el puesto ni a él ni a ningún otro.

—Hay muchos otros -convino Kotaro-. Todos ellos son más obedientes que tú, están mejor entrenados y gozan de mayores méritos; pero ninguno ha sido agraciado con las dotes auditivas propias de los Kikuta en la medida en que tú las posees. Nadie habría podido adentrarse sin ayuda en el castillo de Yamagata, como hiciste tú.

Yo tenía la impresión de que aquel episodio había formado parte de otra vida anterior. Apenas si recordaba el impulso que me había empujado a escalar los muros del castillo para liberar con la muerte a los Ocultos que habían sido introducidos en cestas y colgados de las murallas de la fortaleza: fue la primera vez que yo había matado. Me hubiera gustado no haberlo hecho, pues así nunca habría llamado tan poderosamente la atención de los miembros de la Tribu y, tal vez, no me hubieran retenido antes de que... Moví la cabeza con amargura. No tenía sentido intentar desenredar una y otra vez los hilos que habían tejido la muerte de Shigeru.

—De todos modos, una vez dicho esto -continuó Kotaro-, tienes que saber que no puedo tratarte de forma diferente a los demás jóvenes. No me está permitido tener favoritos. Sean cuales fueren tus poderes extraordinarios, no nos serán de utilidad a menos que contemos también con tu obediencia. No hace falta que te recuerde que ya me la has ofrecido. Permanecerás en esta casa durante una semana. No podrás abandonarla, y por supuesto nadie debe averiguar que te encuentras aquí. Durante los próximos días tendrás que aprender lo suficiente como para hacerte pasar por malabarista. Nos reuniremos en Matsue antes de que llegue el invierno. De ti depende completar tu entrenamiento con total obediencia.

—¿Quién sabe cuándo volveré a encontrarte? -terció Kenji, que me miraba con su mezcla habitual de afecto e irritación-. Mi trabajo contigo ha concluido -continuó-. Te encontré, fui tu maestro, logré mantenerte con vida y te traje de regreso a la Tribu. Ya te darás cuenta de que Akio es más estricto de lo que yo fui -esbozó una sonrisa amplia que dejaba al descubierto las mellas de su dentadura-, pero Yuki cuidará de t¡.

Un ligero matiz en el modo en que pronunció la última frase hizo que me ruborizara. No había ocurrido nada entre Yuki y yo, ni siquiera nos habíamos rozado; pero existía algo entre nosotros que a Kenji no se le escapaba.

Ambos maestros sonrieron cuando se pusieron en pie para abrazarme. Kenji me dio un coscorrón en la cabeza.

—Haz lo que te manden -me aconsejó-... y aprende a realizar juegos malabares.

Me hubiera gustado poder hablar a solas con Kenji. Todavía quedaban muchas cuestiones pendientes entre nosotros... Pero quizá era mejor que se despidiera de mí como si de verdad hubiese sido un preceptor afectuoso al que yo ya no necesitara. Además -como más tarde sabría-, los miembros de la Tribu no malgastan su tiempo recordando el pasado y tampoco les agrada enfrentarse a él.

Una vez que se hubieron marchado, la habitación adquirió un aspecto más sombrío y daba la impresión de estar peor ventilada que nunca. A través de las paredes de la casa, oía yo los sonidos suscitados por su marcha. Aquéllos no eran los laboriosos preparativos ni las largas despedidas característicos de la mayoría de los viajeros al partir. Kenji y Kotaro se limitaron a salir por la puerta, llevando en las manos todo lo que necesitaban para el trayecto: fardos ligeros atados con paños, un par de sandalias de repuesto y unos cuantos pastelillos de arroz condimentados con ciruelas saladas. Mis pensamientos se centraron en los dos maestros, en cuántas carreteras habrían recorrido a pie, cruzando una y otra vez los Tres Países y, seguramente, traspasando los límites de éstos en su afán por seguir el extenso entramado de la Tribu. Viajaban de aldea en aldea, de ciudad en ciudad. Dondequiera que fuesen, encontraban parientes; nunca les faltaría cobijo o protección.

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