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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (2 page)

—Mataré a cualquier hombre que intente hacerte daño -sentenció Kaede.

Shizuka sonrió.

—¡Qué aspecto tan fiero adquieres al pronunciar esas palabras!

—Los hombres mueren con facilidad -la voz de Kaede no denotaba emoción alguna-. Con el pinchazo de una aguja o la estocada de un cuchillo... Tú misma me lo enseñaste.

—Confío en que aún no hayas utilizado tales enseñanzas -respondió Shizuka-. Pero luchaste bien en Inuyama, y Takeo te debe la vida.

Kaede permaneció en silencio durante unos instantes.

Entonces, con un hilo de voz, confesó:

—No sólo luché con el sable. Hay algo que no sabes.

Shizuka atravesó a Kaede con sus pupilas.

—¿A qué te refieres? ¿Es que fuiste tú quien mató a Iida? -susurró Shizuka.

Kaede asintió con un gesto.

—Takeo cortó la cabeza de Iida... cuando ya estaba muerto. Yo hice lo que tú me enseñaste, Iida iba a violarme.

Shizuka sujetó con fuerza las manos de Kaede.

—¡Nunca cuentes a nadie lo sucedido! Ningún guerrero, ni siquiera Arai, te permitiría seguir con vida.

—No siento culpa ni remordimiento -aseguró Kaede-. Fue la menos infame de cuantas hazañas he realizado. No sólo me protegí a mí misma, sino que también vengué la muerte de muchos: la del señor Shigeru, la de mi pariente, la señora Maruyama, y la de su hija, y la muerte de otros inocentes a quienes Iida torturó y asesinó.

—En todo caso, si la verdad llegara a conocerse, serías castigada por lo que hiciste. Si las mujeres empezaran a alzarse en armas con afán de venganza, los hombres pensarían que el mundo se está desmoronando.

—Mi propio mundo ya se ha desmoronado -intervino Kaede-. No obstante, debo ir a ver ai señor Arai. Tráeme... -la muchacha se interrumpió y lanzó una carcajada-. Iba a pedirte que me trajeras algunas ropas, pero no poseo prenda alguna. ¡No tengo nada!

—Tienes un caballo -respondió Shizuka-. Takeo te ha dejado el caballo gris.

—¿Me ha dejado a
Raku?
-entonces, a Kaede se le dibujó una amplia sonrisa que le iluminó el rostro. Fijó la mirada en la distancia, y entonces sus ojos se tornaron oscuros y pensativos.

—¿Señora? -Shizuka puso la mano en el hombro de la joven.

—Peíname el cabello... y haz llegar un mensaje al señor Arai: iré a visitarle enseguida.

* * *

Cuando las mujeres abandonaron sus aposentos, ya había oscurecido por completo. Se dirigieron a las habitaciones principales de la posada, en las que se alojaban Arai y sus hombres. Desde el templo llegaba el resplandor de las luces, y en lo alto de la ladera, bajo los árboles, había hombres con antorchas encendidas que rodeaban la tumba de Shigeru. Incluso a estas horas, eran muchos los que venían a visitar su sepulcro trayendo consigo incienso y otras ofrendas. Colocaban linternas y velas sobre la tierra que rodeaba la lápida con la intención de obtener la ayuda del difunto, quien con el pasar de los días se iba convirtiendo para ellos en un dios.

"Shigeru duerme bajo una capa de fuego", pensó Kaede, y rezó en silencio a su espíritu para que la guiase, mientras meditaba sobre lo que debía decir a Arai. Era la heredera de Shirakawa y de Maruyama, y sabía que Arai deseaba sellar una alianza con ella, tal vez un matrimonio que la vinculase al poder que el guerrero estaba acumulando progresivamente. Habían conversado en varias ocasiones durante la estancia de Kaede en Inuyama y una vez más a lo largo del viaje, aunque Arai había concentrado toda su atención en lograr el dominio de la campiña y en planificar sus estrategias futuras. No le había hablado de sus intenciones a Kaede, tan sólo le había mencionado su deseo de que, por medio del matrimonio, ésta se uniese a los Otori. En el pasado -hacía ya una eternidad- Kaede había deseado ser algo más que un peón en manos de los guerreros que decidían su destino. En la actualidad, gracias a la fortaleza que la diosa Blanca le había otorgado, había reafirmado su decisión de asumir el control de su propia vida. "Necesito tiempo", pensó. "No debo actuar con precipitación. Antes de tomar cualquier decisión, es necesario que acuda a mi casa".

Uno de los hombres de Arai -Kaede recordaba que se llamaba Niwa- la recibió al borde de la veranda y la guió hasta el umbral de la puerta. Todas las contraventanas permanecían abiertas. Arai estaba sentado al fondo de la estancia, con tres de sus hombres a su lado. Niwa anunció la llegada de Kaede, y el señor de la guerra levantó la cabeza y volvió sus ojos hacia la muchacha. Durante unos instantes se observaron el uno al otro. Kaede le aguantó la mirada, y sintió en sus venas el pulso del poder. Entonces, cayó de rodillas e hizo una reverencia. No deseaba hacerla; pero se daba cuenta de que tenía que aparentar una actitud de sumisión.

Arai devolvió la reverencia, y ambos se incorporaron a la vez. Kaede notaba cómo Arai clavaba su mirada en ella. Levantó la cabeza y le miró tan fijamente como lo hacía él. Pero el guerrero fue incapaz de sostener la mirada de la joven. El corazón de ésta latía con fuerza a causa de su propia osadía. En el pasado, el hombre que tenía frente a ella le inspiraba confianza, pero ahora apreciaba que su rostro había cambiado. Las líneas que rodeaban la boca y los ojos de Arai eran más pronunciadas. Antaño era una persona sensible y justa; pero ahora estaba atrapado por sus intensas ansias de poder.

No lejos de la residencia de los padres de Kaede, el Shirakawa fluía a través de inmensas cuevas de piedra caliza, en las que el agua había moldeado la roca hasta formar numerosas columnas y formas. Cada año, cuando Kaede era niña, acudía hasta allí con su familia para venerar a la dios que habitaba en una de las figuras de roca, situada en la falda de la montaña. Daba la impresión de que la estatua gozaba de vida propia y se movía, como si el espíritu que ocupaba intentase salir al exterior atravesando la capa de piedra. El pensamiento de Kaede volvió a ese manto de roca. ¿Y si el poder fuera como un río que convertía en piedra a cuantos nadaban en él?

El aspecto imponente de Arai y su fortaleza física hacían que la joven se desanimara, pues le traían a la memoria aquel momento en que se encontró indefensa en brazo de Iida. Meditaba Kaede sobre el poderío de los hombre que podían forzar a las mujeres a su antojo. "No permitir que hagan uso de su fuerza", pensó. "Siempre llevaré un arma conmigo". Kaede notó en su boca un sabor tan dulce como la fruta fresca y a la vez tan intenso como la sangre: era el sabor del poder. ¿Era éste el que llevaba a los hombres a combatir eternamente entre sí, a someterse y a destruirse unos a otros? ¿por que razón no podían las mujeres gozar de ese mismo poder?

Kaede buscaba en el cuerpo de Arai aquellos lugares donde la aguja y el cuchillo habían perforado a Iida, exponiéndole ante el mundo que él intentaba dominar y logrando que su sangre dejara de fluir. "No debo olvidarlo", se dijo a sí misma. "Los hombres también pueden morir a manos de las mujeres. Yo he matado al hombre más poderoso de los Tres Países".

Kaede había sido educada para complacer a los hombres, para someterse a su voluntad y a su inteligencia superior. El corazón de la muchacha latía con tanta fuerza que por un momento creyó que se iba a desmayar. Respiró hondo, tal y como Shizuka le había enseñado, y notó cómo la sangre que corría por sus venas se apaciguaba.

—Señor Arai, mañana partiré hacia Shirakawa. Os agradecería que me proporcionaseis hombres para mi escolta.

—Prefiero que permanezcas en el este -respondió Arai con voz calmada-. Pero no es ése el asunto que ahora quiero tratar contigo -los ojos del guerrero se contrajeron al mirar a la muchacha-. Hablemos de la desaparición de Otori. ¿Qué puedes decirme sobre este hecho insólito? Puedo afirmar que me he ganado el derecho a ejercer el poder. Ya había sellado una alianza con Shigeru. ¿Cómo es posible que el joven Otori haya hecho caso omiso de sus obligaciones para conmigo y para con su difunto padre? ¿Cómo ha podido desobedecer y marcharse, sin más? ¿Adonde ha ido? Mis hombres le han buscado por la comarca durante todo el día; han llegado incluso hasta Yamagata. Takeo se ha desvanecido por completo.

—Yo no sé dónde está -respondió Kaede.

—Me han dicho que anoche habló contigo antes de su partida.

—Sí -replicó escuetamente la muchacha.

—Tuvo que darte alguna explicación...

—Estaba comprometido por otras obligaciones -Kaede notaba cómo la congoja la atenazaba mientras pronunciaba estas palabras-. El no tenía la intención de insultaros -lo cierto era que no recordaba que Takeo le hubiera hablado de Arai, pero no hizo mención alguna al respecto.

—¿Obligaciones para con la Tribu? -hasta entonces Arai había logrado controlar su ira, pero ahora ésta quedaba patente en su voz y en su mirada. Hizo un ligero gesto con la cabeza, y Kaede supuso que había vuelto su mirada hacia Shizuka, que permanecía arrodillada bajo las sombras de la veranda-. ¿Qué sabes de ellos?

—Muy poco -replicó Kaede-. Ayudaron a Takeo a escalar los muros de Inuyama, y por ello todos nosotros estamos en deuda con la Tribu.

Al mencionar el nombre de Takeo, la joven se estremeció. Recordaba el tacto de su cuerpo junto al suyo, en aquellos momentos en que estaban convencidos de que iban a morir. Sus ojos se oscurecieron y su rostro se suavizó. Arai notó este cambio en la expresión de Kaede, aunque no imaginaba a qué obedecía. Cuando el guerrero habló de nuevo, la muchacha apreció en su voz un nuevo matiz.

-Puedo concertar otro matrimonio para ti. Los Otori cuentan con otros jóvenes, primos de Shigeru. Enviaré mensajeros a Hagi.

—Estoy de luto por el señor Shigeru -respondió Kaede-. Ahora no es posible contemplar mi matrimonio con ningún otro. Iré a mi casa para intentar superar mi desdicha.

"¿Quién deseará casarse conmigo, conociendo mi reputación?", se preguntó Kaede; pero, a continuación, pensó: "Takeo no murió". La joven creía que Arai no cedería y, sin embargo, tras unos instantes, éste concedió su aprobación.

—Tal vez sea mejor que acudas junto a tu familia. Enviaré a buscarte cuando yo regrese a Inuyama. Entonces, hablaremos sobre tu matrimonio.

—¿Convertiréis Inuyama en vuestra capital?

—Sí, mi intención es reconstruir el castillo -bajo la luz parpadeante, el rostro de Arai se mostraba resuelto y amenazante. Kaede permaneció en silencio. El guerrero continuó bruscamente-: Volviendo a la Tribu... Yo desconocía su poderosa influencia. Lograron que Takeo renunciase a su matrimonio y a su herencia, y ahora le mantienen totalmente oculto. A decir verdad, no tenía ni idea de con quién estaba tratando -de nuevo, volvió la mirada hacia Shizuka.

"La matará", pensó Kaede. "No se trata sólo de la furia que siente por la desobediencia de Takeo. Arai también se siente profundamente herido en su orgullo. Debe de sospechar que Shizuka le ha espiado durante años". La muchacha se preguntaba qué habría sido del amor y el deseo que había existido entre ambos. ¿Cómo podía desaparecer de repente? ¿Es que tantos años de servicio, confianza y lealtad no habían servido de nada?

—Me encargaré personalmente de recabar información sobre la Tribu -continuó Arai, como si hablara para sí mismo-. Seguro que hay alguien que sabe de ellos y está dispuesto a hablar. No puedo permitir la existencia de una organización semejante. Minarán mi poder del mismo modo que las termitas logran acabar con la madera.

Kaede intervino entonces:

—Creo que fuisteis vos quien envió a Shizuka para cuidar de mí. Debo mi vida a su protección. Por otra parte, considero que os fui fiel en el castillo de los Noguchi. Existen fuertes vínculos entre nosotros que no deben romperse. Quienquiera que sea mi esposo, sellará una alianza con vos. Es mi deseo que Shizuka permanezca a mi servicio y que me acompañe a la casa de mis padres.

Entonces, Arai miró a Kaede, y de nuevo su mirada se topó con la frialdad de los ojos de ella.

—Apenas han pasado 15 meses desde que maté a un hombre por tu causa -recordó Arai-. Eras casi una niña. Has cambiado...

—Me he visto obligada a crecer -replicó la joven, esforzándose por no recordar sus ropas prestadas, su absoluta falta de pertenencias.

"Soy la heredera de un gran dominio", se recordó a sí misma. Luego sostuvo la mirada de Arai hasta que éste, a regañadientes, inclinó la cabeza.

—De acuerdo. Dispondré que mis hombres te acompañen hasta Shirakawa... y puedes llevarte contigo a la mujer de los Muto.

—Señor Arai -sólo entonces Kaede bajó los ojos e hizo una reverencia.

El señor de la guerra llamó a Niwa con el fin de organizar los preparativos para el día siguiente, y Kaede se despidió, dirigiéndose a él con gran respeto. La joven tenía la sensación de que su encuentro con Arai había sido provechoso, por lo que no le importaba simular que era él quien ostentaba todo el poder.

Luego regresó a los aposentos de las mujeres, junto a Shizuka, y ambas permanecieron en silencio. La anciana encargada de los huéspedes ya había extendido los colchones. Ayudó a Shizuka a desvestir a Kaede y después trajo para ambas prendas de dormir. A continuación, se despidió hasta el día siguiente y se retiró a la habitación contigua.

El rostro de Shizuka estaba pálido y su actitud denotaba una humildad que la joven señora nunca había conocido. Puso la mano sobre el hombro de Kaede, y murmuró:

—Gracias.

No dijo nada más. Cuando ya las dos yacían bajo las mantas de algodón, mientras los mosquitos zumbaban por encima de sus cabezas y las polillas revoloteaban junto a las lámparas, Kaede notó junto a sí la rigidez del cuerpo de Shizuka, y sabía que ésta se esforzaba por superar su angustia. Sin embargo, no rompió a llorar.

Kaede alargó los brazos y estrechó con fuerza a su compañera, sin pronunciar palabra. Compartían el mismo sufrimiento, pero Kaede tampoco derramó ni una sola lágrima. No permitiría que nada debilitase el poder que estaba cobrando vida en su interior.

2

A la mañana siguiente ya estaban preparados los palanquines y la escolta que acompañaría a las mujeres. Iniciaron la marcha justo a la salida del sol. Recordando el consejo de su pariente, la señora Maruyama, Kaede se introdujo en el palanquín con suma delicadeza, como si por su condición de mujer fuera frágil y desvalida. Sin embargo, ordenó a los sirvientes que trajeran de los establos el caballo de Takeo y, una vez en la carretera, no dudó en abrir las cortinas de papel encerado para observar el exterior.

A pesar de poder contemplar el paisaje, Kaede pronto se sintió mareada. El vaivén del palanquín le resultaba insoportable y al llegar a Yamagata, el primer alto en el camino, se sentía tan aturdida que apenas si acertaba a caminar. No podía resistir ver la comida y, al beber unos sorbos de té, vomitó de inmediato. Tal debilidad física enfurecía a Kaede, pues tenía la impresión de que minaba su recién descubierta sensación de poder. Shizuka la condujo hasta una pequeña estancia de la posada, le lavó la cara con agua fría e hizo que se tumbara durante un rato. El mareo desapareció tan rápido como había llegado, y Kaede consiguió ingerir un poco de sopa de judías rojas y beber un cuenco de té.

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