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Authors: Jude Watson

Caza letal (7 page)

Capítulo 11

Por la mueca sombría de Qui-Gon, Obi-Wan se dio cuenta enseguida de que no iba a llegar a saborear el postre, y se puso de pie.

—Lo siento, padawan. Es hora de irse —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan agarró el pastelito y lo fue engullendo mientras caminaban. Qui-Gon cogió un deslizador del hangar de transportes. En cuestión de segundos, ya estaban de camino al edificio del Senado.

Ya era tarde, pero las calles seguían atestadas de tráfico. Las farolas hacían que los edificios y las pasarelas relucieran como si fuera de día. Un montón de seres iban de un lado a otro bajo las luces, abarrotando los restaurantes y las aceras.

—¿Qué te han dicho Yoda y Tahl? —le preguntó Obi-Wan, tragándose el último trozo de tarta.

—Aún no tengo todas las piezas —dijo Qui-Gon—, pero, de alguna forma, la senadora S'orn está conectada o implicada en la muerte de Fligh. Su hijo murió de la misma manera que él —Qui-Gon le contó la historia de la confusa vida de Ren y su trágica muerte.

—¿Pero qué tiene que ver eso con Didi? —preguntó Obi-Wan.

—Puede que nada —Qui-Gon condujo el transporte por el atestado espacio aéreo que rodeaba el Senado.

—Pero no tiene sentido —dijo Obi-Wan—. Su hijo murió en otro planeta. Y Didi no conoce a la senadora S'orn.

—Cierto, no tiene sentido —respondió Qui-Gon—, pero tiene que tenerlo, de alguna manera. Sólo tenemos que encajar las piezas.

Qui-Gon aparcó el deslizador en la zona de aterrizaje del Senado y caminó hasta el edificio. Los pasillos, que normalmente estaban atestados de gente, se encontraban desiertos. Sus pasos resonaban en el suelo pulido.

—¿Qué te hace pensar que estará aquí siendo tan tarde? —preguntó Obi-Wan.

—Acaba de anunciar su dimisión —respondió Qui-Gon—. Seguro que ha tenido una tarde ajetreada. Y parece el tipo de senadora que se queda trabajando hasta tarde. La mayoría se van en cuanto termina la sesión del Senado —Qui-Gon calló un instante y dijo—: El Senado ya no es lo que era. Y cada vez va a peor. Los idealistas se han ido marchando.

Fueron hasta el despacho de la senadora. La antecámara tenía la luz apagada, pero Qui-Gon entró y llamó a la puerta del interior.

—Adelante.

Entraron. Sólo había una lámpara encendida. La senadora S'orn estaba sentada en una silla, contemplando el paisaje urbano de la noche.

—¿Sí? —preguntó sin girarse.

Qui-Gon cerró la puerta tras ellos.

—Sentimos tener que molestarla.

Dio la vuelta a la silla y suspiró.

—Ha sido un mal día en general. No pensaba que mi dimisión iba a ser tan polémica. Tampoco creo que sea para tanto.

—Lamento tener que sacar un tema que sin duda será doloroso para usted —dijo Qui-Gon con amabilidad—, pero, ¿es la muerte de su hijo la causa de su dimisión?

El gesto de la senadora S'orn cambió. Sus rasgos se endurecieron y apretó los labios.

—Sí, sé por qué están aquí. Debí dejar que ingresara en el Templo para su formación. Fui una egoísta.

—No —dijo Qui-Gon rápidamente—. En absoluto. Hay muchos padres que optan por quedarse con sus hijos sensibles a la Fuerza. Hay muchos caminos en la vida. Uno toma la decisión que cree mejor para su hijo.

—Por eso quise que se quedara conmigo, y esa decisión lo destruyó —dijo amargamente la senadora S'orn—. El camino que tomé conducía a la muerte.

—No, Ren escogió su propia senda —dijo Qui-Gon con firmeza—. Senadora S'orn, a usted no la conozco, pero he conocido a muchos niños con potencial en la Fuerza. Y sé que no hay garantías de que un niño sensible a la Fuerza llegue a ser más feliz que uno que no lo sea. Muchos son los que rechazan la senda Jedi. Algunos llegan a desarrollarse fuera del Templo, otros no. No estamos aquí para cuestionar su decisión ni para culparla.

—No es necesario. Ya me culpo yo sola —dijo la senadora S'orn abatida—. Desde que recibí la noticia de la muerte de Ren he sido incapaz de concentrarme, incapaz de hacer mi trabajo bien. Sólo he podido concentrarme durante periodos de tiempo muy breves. ¿Cómo voy a servir a mi pueblo si ni siquiera pude salvar a mi hijo?

—No puedo responder a esa pregunta —dijo Qui-Gon—, pero puede que haga bien apartándose un tiempo de sus actividades. A mí me parece muy útil, siempre que contemple todas las opciones con compasión y con tranquilidad.

—La compasión y la tranquilidad no son compatibles con la muerte de un hijo —dijo la senadora S'orn con voz entrecortada. Giró la silla y les dio la espalda. Cuando volvió a mirarles ya se había serenado—. Puede que no haya venido a hacerme sentir culpable, pero tampoco está aquí para aconsejarme, Qui-Gon Jinn. ¿Qué anda buscando?

—No estoy muy seguro —dijo Qui-Gon con sinceridad—. Dígame algo. Cuando le robaron el datapad, ¿denunció el robo?

Ella se encogió de hombros.

—Las posibilidades de que las fuerzas de seguridad del Senado lo encontraran eran escasas. A Jenna, una amiga mía, también le robaron el datapad, pero no creyó que mereciera la pena denunciarlo. Estábamos demasiado ocupadas.

La mirada atenta de Qui-Gon se puso alerta.

—¿Jenna?

—Jenna Zan Arbor —dijo la senadora S'orn—. Es amiga mía y está de visita en el Senado por una conferencia. Seguro que han oído hablar de ella. Es la científica transgénica más importante de la galaxia, y una gran humanista.

—Por supuesto —dijo Qui-Gon—. ¿Estaban juntas cuando tuvo lugar el robo?

—Fue en una de las cafeterías de la entrada —dijo la senadora S'orn—. Estábamos almorzando.

Obi-Wan intentó controlar su agitación. Estaban a punto de descubrir algo. Lo sabía. Fligh robó el datapad, y Jenna reservó el restaurante de Didi para una importante cena. ¿Sería una conexión que les llevaría a alguna parte? Como había dicho Qui-Gon, no tenía sentido, pero tenía que tenerlo.

—¿Había alguien más en la cafetería?

La senadora S'orn suspiró.

—¿Queréis decir que si el ladrón estaba allí? Supongo que sí. Supongo que serán conscientes de que he repasado aquello una y otra vez. La cafetería estaba repleta. No vi a nadie sospechoso.

—¿Recuerda a un humano alto y atlético con un ojo oscuro y otro ojo verde brillante?

La senadora S'orn se sobresaltó.

—Sí, pero él no me lo robó. Es un asistente del Senado. O al menos eso dijo. Estábamos hablando de una cena que Jenna iba a dar para el resto de los científicos asistentes a la conferencia. Él nos ofreció la tarjeta de un excelente restaurante que nos había recomendado. Jenna cogió la tarjeta. Yo no había oído hablar del sitio, pero Jenna dijo que lo tendría en cuenta.

Qui-Gon y Obi-Wan se miraron.

—¿Era el ladrón? ¿Debería denunciarle? —preguntó la senadora S'orn.

Qui-Gon se puso de pie.

—No serviría de nada. Está muerto. Gracias por su tiempo, senadora.

Obi-Wan siguió a Qui-Gon fuera del despacho.

—Ya tenemos una conexión —dijo—. Fligh y Didi con Jenna Zan Arbor y la senadora S'orn.

—Por no mencionar a Ren S'orn —dijo Qui-Gon—. Seguro que Jenna Zan Arbor sabía lo del hijo de la senadora.

—Pero sigo sin ver el significado —dijo Obi-Wan frustrado—. Es todo muy confuso.

—Hazte la siguiente pregunta, padawan. ¿A quién beneficiaría la muerte de Fligh? ¿O la de Didi?

—A nadie —dijo Obi-Wan—. No por ahora. A no ser que haya algo en ese datapad que nosotros desconocemos.

—Eso es —dijo Qui-Gon—. En alguno de los dos datapad... recuerda que ahora sabemos que a Jenna Zan Arbor también le robaron el suyo.

Obi-Wan asintió.

—Tengo una ligera idea de adonde vamos ahora.

—Sí —dijo Qui-Gon—. A ver a Jenna Zan Arbor.

Capítulo 12

Obi-Wan se encontraba incómodo en el vestíbulo del lujoso hotel. Había estado en palacios y mansiones, había visto sitios esplendorosos con gruesas alfombras, los mejores metales y muebles finamente adornados. Lo había contemplado todo sin sentirse parte integrante, como un Jedi, y nunca se había sentido incómodo, ni en el palacio de una Reina.

Pero allí no era lo mismo. Las paredes eran de piedra blanca pulida con vetas de oro blanco. El suelo era de piedra negra y relucía cegador. Le daba miedo sentarse en los mullidos sofás y en las sillas. De repente, se fijó en que tenía la túnica manchada del pastelito.

La aristocracia se arremolinaba a su alrededor, yendo de un lado a otro, saliendo de los muchos restaurantes que habían en el vestíbulo y recogiendo su correo o sus llaves. Le miraban sin prestarle atención, como si no mereciera la pena. Hablaban en voz baja, en susurros, no como las agitadas conversaciones de las bulliciosas calles.

Como siempre, Qui-Gon parecía encontrarse a gusto. Fue hacia el mostrador y pidió que llamaran a Jenna Zan Arbor.

El recepcionista habló por el auricular de su intercomunicador privado y escuchó un momento.

—Pueden subir —dijo. Luego les indicó que cogieran el turboascensor que les llevaría a la planta setenta y siete.

Obi-Wan siguió a Qui-Gon hacia un enorme tubo forrado de una piedra rosácea que le hizo sentir como si estuviera en el centro de una flor. Las puertas se abrieron, y ambos echaron a andar por la gruesa moqueta.

Jenna Zan Arbor les estaba esperando en la puerta de su suite. Llevaba un vestido azul oscuro de septoseda que le llegaba hasta los pies. Lucía un complicado recogido en el pelo entretejido de cintas de múltiples colores.

Qui-Gon se inclinó ante ella.

—Gracias por recibirnos. Soy Qui-Gon Jinn y él es Obi-Wan Kenobi.

Ella le devolvió la inclinación.

—Jenna Zan Arbor. Es un honor conocer a unos Jedi —les miró de nuevo—. Pero ustedes estaban en la cafetería.

—Somos amigos de Astri y Didi Oddo —dijo Qui-Gon.

El cálido gesto de bienvenida de Jenna Zan Arbor se enfrió un poco. Se dio la vuelta y les guió a una espaciosa sala con el mismo suelo de piedra negra pulida que el vestíbulo. Los mullidos sofás blancos estaban colocados en dos zonas, una más íntima y otra más amplia. Los ventanales, que se levantaban desde el suelo al techo, estaban tapados por cortinas de gasa blanca fijadas al suelo. En el exterior, las luces de los vehículos eran como estrellas errantes atravesando la niebla.

Jenna Zan Arbor les señaló la zona más reducida.

Obi-Wan se sentó y se hundió en los cojines. Intentó ponerse recto, pero comenzó a resbalar hacia atrás.

Zan Arbor abarcó con un gesto la estancia.

—No me siento cómoda con todo esto, pero lo paga la conferencia. Yo estoy acostumbrada a... un entorno más práctico. Me paso casi todo el tiempo en el laboratorio —les miró con sus relucientes ojos grises—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Estamos investigando un asesinato —dijo Qui-Gon—. Alguien que habló con usted en el Senado. Se llamaba Fligh. Se hizo pasar por un asistente senatorial y le dio la tarjeta del restaurante de Didi...

—Por supuesto, lo recuerdo —dijo Zan Arbor de inmediato—. Tenía un ojo verde. Alabó la comida y el ambiente del local. Yo no conozco bien Coruscant, así que le hice caso.

—¿Y por qué se fueron de repente de la cafetería? —preguntó Qui-Gon.

La científica rió en voz alta.

—Porque a mis invitados les iba a dar algo. No era lo que me habían contado. Sé que suena un poco estirado, pero yo quería causar buena impresión. La conferencia otorga unas becas para proyectos científicos. Necesito fondos —se encogió de hombros—. Así que volvimos aquí y cenamos en el hotel —se detuvo—. Pero ¿qué tiene que ver mi cena con la muerte de esa persona?

En lugar de responder, Qui-Gon le planteó otra pregunta.

—¿Es usted amiga de la senadora S'orn?

—Sí.

—Por lo tanto, sabe que su hijo murió y cómo murió —dijo Qui-Gon.

Zan Arbor asintió, pero su cálida mirada se tornó gélida.

—Claro que lo sé, pero no creo que sea de su incumbencia. Fue una tragedia irreparable para Uta.

—Pero no para usted —afirmó Qui-Gon.

Ella le miró con dureza.

—No. Lo sentí por mi amiga, pero no fue una tragedia personal. ¿Qué quiere decir?

—Nada en absoluto —dijo Qui-Gon tranquilamente—. Sólo estamos investigando. ¿Me podría proporcionar una lista de los invitados a la cena?

—¿Por qué? —preguntó Zan Arbor con la irritación reflejándose en su voz.

—Porque alguien atacó al propietario y a su hija cuando se fueron ustedes —respondió Qui-Gon—. No creo que sea necesario, pero podría ayudarnos interrogarles más adelante.

—No creo que... —el tono irritado de Zan Arbor se interrumpió cuando se encogió de hombros— ¿Por qué no? No tengo nada que esconder —fue hasta el escritorio y garabateó algunos nombres en una lamina reciclable que le alcanzó a Obi-Wan. Él se la guardó en la túnica.

Ella se sentó de nuevo.

—¿Puedo preguntarles qué tiene que ver el asesinato de Ren S'orn con el tal Fligh o con el ataque de la cafetería?

—Puede que nada —dijo Qui-Gon.

La científica les miró fríamente.

—Creo que empiezo a entenderlo. No quiere que le proporcione información. Usted piensa que estoy implicada.

—Yo no he dicho nada parecido —dijo Qui-Gon.

—Pero está aquí —señaló ella con firmeza—. Y supongo que sabe quién soy.

Qui-Gon asintió.

—No estoy acostumbrada a que venga alguien a mis aposentos a acusarme de estar implicada en un asesinato. El asesinato es algo con lo que no estoy familiarizada. Vivo en el mundo de la investigación transgénica. Así que perdóneme si estoy un tanto confundida y preocupada.

—Por supuesto —dijo Qui-Gon—. El asesinato es un tema preocupante.

Zan Arbor sonrió brevemente.

—Sobre todo para la víctima. ¿Qué más necesita saber?

—¿Por qué no denunció el robo de su datapad? —preguntó Qui-Gon—. Seguro que fue algo preocupante.

—No me preocupó. Tengo copias de seguridad de todos mis archivos en tarjetas de datos.

—Uta S'orn estaba preocupada —dijo Qui-Gon.

—Tenía razones para estarlo —respondió Zan Arbor algo afectada—. Tenía información privada en ese datapad. Se vio obligada a dimitir antes de poder introducir esa ley tan importante.

—¿Y sabe usted de qué se trata? —preguntó Obi-Wan. Hasta el momento se había contentado con ver cómo Qui-Gon hacía las preguntas, pero aquella ley ya había salido antes, y tenía curiosidad por saber en qué consistía.

—Sí. Uta me lo contó todo. La verdad es que yo no estaba tan interesada. Yo vivo para las ciencias. Parece que estaba intentando reunir una coalición de planetas para luchar contra una banda de traficantes de piezas. Era probable que obtuviera todos los votos necesarios, pero su dimisión lo cambió todo. Sin ella para mantener unida la alianza, el proceso se paralizará. ¿Hemos terminado?

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