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Authors: Jude Watson

Caza letal (6 page)

Era incluso mejor luchadora de lo que él pensaba.

Obi-Wan se echó hacia delante para cubrir a Astri y para que Qui-Gon pudiera así concentrarse en el combate. La cazarrecompensas activó el látigo y tiró de él. El arma giró alrededor de Didi en un círculo abrumador y lo arrojó contra la pared. Didi se golpeó con un ruido sordo y cayó al suelo aturdido.

El látigo se puso en modo láser. Con un movimiento cortante, la cazarrecompensas destrozó la ventana de transpariacero. Qui-Gon saltó hacia delante, manteniéndose entre su oponente y Astri. Didi comenzó a arrastrarse hacia su hija y se colocó bajo Qui-Gon, que saltó para esquivarlo, concentrando toda su atención en protegerlo.

La cazarrecompensas saltó por la ventana. En el exterior había un pequeño recinto con deslizadores. Se subió a uno y salió disparada.

Qui-Gon se quedó en la ventana viendo parpadear y desaparecer las luces traseras del deslizador. Se sintió furioso y tardó un minuto en aceptarlo y relajarse. Su oponente había escapado. Eso pasaba de vez en cuando. Había peleado lo mejor que había podido.

Pero ya es la tercera vez que se escapa
.

—Astri —dijo Didi con voz entrecortada—. Astri...

Qui-Gon se arrodilló junto a la chica y le palpó cuidadosamente la cabeza.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó a Didi—. ¿Le ha disparado?

—No, no. La golpeó por la espalda con el mango del látigo —dijo Didi.

Qui-Gon sintió un chichón inflamándose en la cabeza de Astri, que abrió los ojos. No tenía las pupilas dilatadas y miró a Qui-Gon fijamente.

—Ay —dijo ella.

—Está bien —le dijo Qui-Gon a Didi—. No te muevas, Astri. Te va a doler un poco la cabeza.

Ella resopló.

—Ya.

—Deberíamos llamar a un médico —dijo Didi preocupado.

—Estoy bien —dijo Astri. Entrecerró los ojos y se incorporó, apoyándose en los codos—. ¿Qué ha pasado? Lo último que recuerdo es a todos mis clientes saliendo por la puerta.

—¿Entró alguien cuando salieron? —preguntó Qui-Gon.

—No —dijo Astri—. Cerré la puerta tras ellos y le dije a Renzii que se fuera a casa. Cuando salió, volví a echar el cerrojo. Luego subí aquí. No recuerdo nada más...

—Yo estaba aquí arriba —dijo Didi—. Oí a Astri en las escaleras. Abrió la puerta y de repente se cayó al suelo. Y entonces entró la cazarrecompensas. Me ató mientras rebuscaba por todas partes. Bajó y la escuché rebuscando también en mi despacho.

—Y la cocina —dijo Qui-Gon.

—No, la cocina no —dijo Didi.

—Pero si está patas arriba y llena de cacharros —dijo Obi-Wan.

—Siempre está así —dijo Astri con un suspiro—. ¿Qué cazarrecompensas? Creía que no era más que una vulgar ladrona.

—¿Por qué se fueron los comensales? —preguntó Qui-Gon a Astri.

Astri se acarició la cabeza.

—Lo hice lo mejor que pude —murmuró ella—, pero creo que todavía no capto lo de la elegancia. Renzii no paraba de equivocarse con los pedidos y yo no podía con todo. La comida se quedó fría. Así que Jenna Zan Arbor se enfadó y todos se fueron. La próxima vez contrataré más ayudantes. Fue un gran error. Pero como me gasté todo el dinero extra en la comida...

—Y entonces ¿cómo entró la cazarrecompensas? —preguntó Obi-Wan.

Astri levantó la cabeza.

—¿Qué cazarrecompensas? —preguntó de nuevo con frustración.

—Didi, cuéntaselo —dijo Qui-Gon.

—No mientras sigas herida, Astri —dijo Didi nervioso—. Tienes que acostarte...

—¿Qué cazarrecompensas? —preguntó Astri con los dientes apretados.

—Pues... verás, esto... puede que me haya metido en un pequeño lío —le dijo Didi—. Nada grave.

—Claro —dijo Astri—. Nada grave. Sólo ha sido una noche más en la cafetería. A mí me suelen dejar inconsciente a menudo.

—Qué sentido del humor tiene mi niña —dijo Didi nervioso a los Jedi—. ¿A que es maravillosa?

—Es probable que tu padre posea una información valiosa para alguien —interrumpió Qui-Gon con impaciencia—. Y ese alguien ha enviado a una cazarrecompensas a buscarle. Suponemos que quieren recuperar la información a toda costa. Y, aun así, la cazarrecompensas no lo mató cuando tuvo la oportunidad.

—Es buena señal —dijo Didi animado. Luego volvió a asustarse—. ¿No?

—¿Has vuelto a vender información? —gritó Astri enfadada. Luego hizo una mueca y cerró los ojos. Bajó la voz hasta que fue un susurro— Tú, baboso, rastrero, repugnante hijo de un mono-lagarto kowakiano —siseó ella entre dientes—. Me has vuelto a mentir.

—No mentí tanto como para no contarte nada —dijo Didi palmeándole en el hombro—. No me atrevería a afirmar que el negocio va tan bien como en otras épocas, pero Fligh venía de vez en cuando con algunas cosillas para vender. ¿Cómo iba a dejarlo tirado? ¿A quién iba a vender sus chascarrillos sino a mí? Su muerte ha sido una tragedia.

—¿Muerte? Ya ves adonde le han llevado sus negocios —dijo Astri clavando la mirada en su padre—. ¿Seré yo la siguiente, papá?

Didi se dio la vuelta, incapaz de mirar a su hija. Ella se levantó tambaleándose y salió de la habitación.

—Volvamos a lo que sabemos —dijo Qui-Gon a Didi—. La cazarrecompensas no ha encontrado lo que estaba buscando, pero ha dejado todo patas arriba. Eso significa que está buscando un objeto físico y no una información que tengas tú en la cabeza. ¿Qué es, Didi? Y esta vez tienes que decirnos toda la verdad. Ya has visto que has arriesgado las vidas de los que quieres.

—Sí —dijo Didi apesadumbrado—. Lo sé, pero no puedo ayudarte, amigo mío. No tengo nada. Fligh no me daba más que información. Lo juro.

—¿Ni un datapad? —preguntó Qui-Gon.

Didi negó con la cabeza.

—Nada.

Qui-Gon suspiró.

—Entonces no hay alternativa. Tienes que cerrar la cafetería. Coge a Astri y vete de Coruscant.

Astri volvió a la habitación en ese momento. Se quedó congelada mientras se ponía un paño frío en la cabeza.

—¿Cerrar la cafetería?

—Sólo hasta que sepamos lo que busca la cazarrecompensas —le dijo Qui-Gon—. No podemos estar con vosotros las veinticuatro horas del día, Astri. Creo que Didi y tú estáis en peligro —se detuvo y dijo amablemente—. Sé que estás enfadada con tu padre, pero no querrás que le pase nada.

Astri se mordió el labio y asintió.

—¿Y adonde vamos a ir?

—Yo sé adonde —dijo Didi—. Tengo una casa en las montañas Cascardi.

—¿Que te has comprado una casa? —exclamó Astri—. ¡Pero si siempre dices que no tienes dinero!

—Era un trato que no podía rechazar —explicó Didi—. Todavía no he ido a verla, y no le he contado a nadie que la tengo.

—¿Dónde están las montañas Cascardi? —preguntó Obi-Wan.

—En el planeta Dunedeen —dijo Qui-Gon—-. Está cerca de Coruscant, pero las montañas son una buena opción. Las Cascardi están aisladas y son abruptas. Es un buen escondite por el momento. Obi-Wan y yo os esperaremos mientras hacéis las maletas. Tenéis que partir de inmediato.

Didi se levantó de un salto y ayudó a Astri a salir de la habitación. Se fueron a sus dormitorios.

—¿Crees que estarán a salvo? —preguntó Obi-Wan a Qui-Gon en voz baja.

—Más que aquí, en Coruscant —dijo Qui-Gon—, pero la cazarrecompensas es una rastreadora excepcional y, aunque la galaxia es enorme, no lo es tanto como para desaparecer. No, me temo que tenemos que desvelar este misterio. Vayan a donde vayan, Astri y Didi corren un grave peligro. Ella les encontrará y será más pronto que tarde. De eso no me cabe duda.

Capítulo 10

Mientras entraban en las frescas estancias del Templo Jedi, Qui-Gon percibió el alivio que Obi-Wan intentaba ocultar. El chico estaba agotado. Qui-Gon no sabía que aquella breve parada para ver a Didi iba a desencadenar aquel enrevesado misterio que ahora se veían obligados a desvelar.

—Yo no planeé esto, padawan —le dijo—. Sólo quería pasar a saludar a un amigo.

Obi-Wan asintió.

—Pero ese amigo estaba en peligro. No podías negarte a ayudarlo.

—A ti no te pareció bien —dijo Qui-Gon.

El Maestro Jedi vio la indecisión en el rostro de Obi-Wan. Conocía bien esa expresión. Obi-Wan odiaba decepcionarle. Pero jamás le mentía.

—No —dijo—. Al principio no. Pero ahora sí. Siempre dices que tengo que conectar con la Fuerza, y cada vez entiendo mejor lo que quieres decir. Mi primer impulso fue alejarme de Didi —Obi-Wan miró a su Maestro a los ojos—. Estaba cansado, tenía hambre y no me cayó bien Didi. Pensé en mis propias necesidades, y ahora entiendo lo que querías decir. Didi tiene sus defectos, pero es buena gente. Es sólo que me cuesta un poco ver esas cosas. Ojalá no fuera así —dijo Obi-Wan con voz entrecortada.

—No seas tan duro contigo mismo, padawan —dijo Qui-Gon lentamente—. Es algo que puede convertirse en un defecto si no tienes cuidado, porque sentir ira hacia uno mismo es algo destructivo. Todos los seres vivos pueden ser impacientes y largarse a la primera de cambio, evitando involucrarse. Es un impulso natural. Somos criaturas amantes de la paz y la tranquilidad, pero también somos Jedi. No es nuestra propia paz y tranquilidad lo que debe motivarnos. Nosotros nos hemos consagrado a un bien mayor, pero recuerda siempre que la paz y la tranquilidad de un único ser vivo también es lo que nos debe motivar.

Obi-Wan asintió. Qui-Gon le colocó suavemente una mano en el hombro.

—Come algo, padawan —dijo—. Voy a hablar con Yoda y con Tahl.

Qui-Gon percibió que el hambre y el cansancio de Obi-Wan se enfrentaban con su deseo de quedarse con su Maestro.

—¿Seguro que no me necesitas?

—Cuando te necesite, iré a buscarte —dijo Qui-Gon—. Y tú necesitas un poco de comida y descanso. Después proseguiremos.

Dejó a Obi-Wan de camino al comedor y se dirigió a la Estancia de las Mil Fuentes, donde iba a encontrarse con Yoda y con Tahl. Se había citado con ellos allí a través del intercomunicador.

El aire fresco y húmedo le sentó mejor que comer. Sus ojos se posaron sobre la multitud de sombras verdes que provocaban las plantas y los árboles dispuestos a lo largo de los diversos senderos. Se detuvo un instante para regocijarse en la belleza que le rodeaba. Cogió aire varias veces, concentrándose en las verdes sombras, el murmullo de las fuentes y el olor de la exuberante vegetación y de las flores. Se quedó prendado del momento, dejando que llenara su corazón y su mente. Después retomó el sendero hacia Yoda y Tahl.

Estaban sentados en uno de los bancos favoritos de Yoda, junto al cual un arroyuelo de piedrecitas blancas provocaba un murmullo musical. Tahl le oyó llegar y se giró hacia él.

—Espero que hayas dejado a Obi-Wan ir a comer algo decente —dijo divertida antes de que él dijera nada—. El pobre siempre está pasando hambre.

Qui-Gon sonrió. Tahl nunca saludaba. Siempre empezaba directamente alguna conversación.

—¿Te das cuenta de que en lugar de saludarme siempre empiezas acusándome de algo? —dijo él, sentándose en el banco de enfrente.

Tahl sonrió.

—Claro. Si no ¿cómo voy a mantenerte en guardia?

Qui-Gon contempló el encantador rostro de Tahl. Sus ojos ciegos de color verde y dorado estaban llenos de alegría. Hubo un tiempo en el que no podía mirarla sin afligirse. Sólo ver la cicatriz blanca que marcaba su piel color miel le hacía daño. Pero llegó a darse cuenta de que Tahl había aceptado su destino y lo había asimilado. Y su amistad era valiosísima para él.

—Le he dejado en el comedor —dijo Qui-Gon—. Seguro que ya ha repetido dos veces.

—¿Noticias no tienes? —preguntó Yoda—. Preocupados por Didi estamos. Quizás una comadreja sea, pero un amigo del Templo también es.

—Siento informaros de que la situación ha empeorado —dijo Qui-Gon.

Les contó rápidamente el asesinato de Fligh y el ataque sufrido por Astri y Didi.

—¿El cuerpo de Fligh estaba desangrado? —Tahl frunció el ceño—. Eso me suena.

—Ha habido otros seis casos en Coruscant en el pasado año —dijo Qui-Gon—. Sobre todo vagabundos, gente sola.

—Sí, lo sé —dijo Tahl—, pero hay algo más —su expresión era de profunda preocupación—. Y hay otra cosa. He investigado a tu cazarrecompensas. Es una maestra del disfraz. Utiliza pelucas, carne sintética, prótesis... es así como se mueve sin que la detecten.

—No me sorprende —dijo Qui-Gon—. Obi-Wan vio cómo cambiaba su aspecto de anciano a mujer en cuestión de segundos.

—Dijiste que a una senadora un datapad Fligh robó —dijo Yoda—. ¿Cuál?

—Yo no la conocía —dijo Qui-Gon—. La senadora Uta S'orn del planeta Belasco.

—Por cierto, he hablado con la policía —le dijo Tahl—. La senadora S'orn no denunció el robo. Puede que no fuera importante para ella. En el Senado ocurren robos menores constantemente. Estoy segura de que la mayoría no se denuncian, pero creía que ya te lo había dicho. Además, la senadora S'orn acaba de anunciar su dimisión. Ha aducido razones personales.

—A la senadora S'orn conozco —dijo Yoda—. Varias conversaciones con los Jedi ha tenido.

Sorprendido, Qui-Gon se volvió hacia Yoda.

—¿Sobre qué?

—Un hijo tenía —prosiguió Yoda—. Ren S'orn. Potencial en la Fuerza tenía. Para su formación le aceptamos, pero separarse de él su madre no podía. Controlar la Fuerza y comprenderla él no pudo. A la galaxia escapó.

Tahl tomó aire.

—Ahora lo entiendo —susurró.

Yoda asintió.

—¿El qué? —preguntó Qui-Gon, echándose hacia delante. Se dio cuenta de que Yoda y Tahl sabían algo importante.

—Ren se perdió para siempre, se convirtió en un vagabundo —dijo Tahl—. Perdió contacto con su madre. Ella acabó por ponerse en contacto con nosotros. Se enviaron varios equipos de Jedi en su busca y en su ayuda, pero él los rechazó.

—La esperanza de que acabara volviendo teníamos —dijo Yoda—. Que empleara la Fuerza para hacer el mal nos asustaba, pero confundirlo y enfurecerlo la Fuerza sólo hizo. Diferente él era. Diferente no quería ser. La paz no podía encontrar.

—Una tragedia —dijo Tahl—. No pudo encontrar la forma de salir. No encontró un sitio al que llamar hogar. Y, como suele pasar, acabó frecuentando malas compañías. Nos llegó la noticia de que le habían asesinado.

—No hace mucho fue —dijo Yoda—. Seis meses, creo. En Simpla-12.

—Son malas noticias —dijo Qui-Gon—, pero ¿por qué son relevantes?

—Por cómo murió —dijo Tahl lentamente—. A Ren le estrangularon. Y su cuerpo estaba desangrado.

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