Read Cada hombre es una raza Online

Authors: Mia Couto

Tags: #Cuentos y Relatos

Cada hombre es una raza (14 page)

—No te engañes, hijo: mañana será el mismo día.

Se acercaron a la casa y oyeron un vocerío. Afinaron el oído: era el colono que gritaba dentro de la cabaña. Constante olvidó su cojera y entró. El patrón, atolondrado, perdió las riendas de sí mismo. Pero pronto se rehizo, hinchando los hombros, ensanchando la piel:

—¿Qué es lo que tienes en los pies? Están llenos de sangre.

El viejo guardés no contestó. Se arrastró hasta enfrentar al patrón. Sólo entonces notó que él era más alto: al
xikaka
le faltaban talones. Encendió, despacio, la pipa. Tavares recibió el humo de la afrenta:

—¿No quieres decir cómo te has hecho eso? Pues yo te digo lo que es: maña de negro. Pero debes saber que no librarás ni un día. Hoy mismo quiero que salgas de ronda por la propiedad.

Impasible, Bene parecía no oír. El patrón se aproximó con sigilo. Andaba por ahí un animal feroz, un terrorista, y había que apresarlo. El administrador había alertado a los dueños de las plantaciones sobre un mulato, peligroso fugitivo.


Fungula masso
: abre esos ojos, Bene...

—No hable así..., patrón.

—¡¿Pero qué pasa?! ¿Y por qué no, si me permite Su Excelencia?

—Ese no es su dialecto.

Tavares se rió, prefiriendo el desprecio, y se dispuso a irse. Antes de cerrar la puerta, sin embargo, se dirigió a Chiquiña:

—Quedamos en eso, ¿has oído?

Y se fue. Ninguna palabra coloreó aquel espacio. Constante consultaba la ventana y recibía los mudos recados del paisaje. Parecía que la pipa lo fumaba a él. Al cabo de mucho silencio, el guardés llamó a su hijo.

—Tú sabes dónde está el mulato ese. Ve a decirle que quiero hablar con él, que necesito que venga aquí.

Pero es tan de noche, se estremeció Chiquiña. Bene acarició el pelo de la muchacha, atento a su congoja.

—Ve tú con João. Transmitís el mensaje al mulato, después vais hacia el monte y me esperáis entre las piedras.

—¿Vamos al Más Allá?

Chiquiña tenía los ojos desorbitados por la excitación. Su padre sonrió, complaciente:

—Ve, acompaña a tu hermano. Y cubre a mi nieto con esta manta. Esperadme, os veré allí.

Los jóvenes respondieron obedientes. Prepararon un cesto de provisorias provisiones.

—Oye, João: deja aquí la mochila del mulato.

Los dos hijos salieron y se internaron en senderos de hierbas. Evitaban las neblinas que, según reza la leyenda, hacen menguar las piernas. Un búho pió, denunciando el porvenir. En la oscuridad, el mundo perdía ángulos y aristas. Chiquiña avanzaba cogida de la mano de Susodicho. Le pareció, en ese instante, que su hermano había ascendido en edad. Ya había cumplido el encargo de su padre, dando el recado al mestizo.

Llegaron a los peñascos y se sentaron. Chiquiña apretaba a su bebé, en maternal compostura. Dijo:

—A vosotros no os cae bien Tavares, lo sé. Pero en el fondo tiene buen corazón.

Susodicho no entendió. Entonces el
xikaka
la había mancillado, añadiendo así un abuso más. ¿Qué otra cosa merecía ese blanco sino los hierros de la venganza?

—Cállate, João. Tú no sabes cómo ocurrió.

Chiquiña se levantó, recortándose sobre la luz nocturna. A los ojos de su hermano, la muchacha era como nube a contraluna. Chiquiña bajó la voz:

—Tavares no merece castigo. Fui yo quien lo provocó.

Su hermano no quiso seguir escuchando. Ella quería explicar, pero él no la dejaba. La montaña se sobresaltaba por los gritos de los dos. Pero se impuso el enojo de Chiquiña:

—Yo quería darle un padre. Alguien que nos sacase de esta miseria.

Fue cuando oyeron las temibles crepitaciones. Miraron el valle, parecía un fuego ingrávido, llamas al vuelo que no necesitaban de tierra para que sucedieran. Sólo después entendieron: el huerto de árboles frutales ardía.

Entonces, sobre el horizonte muy rojo, los dos hermanos vieron, en el mástil de la administración, que se izaba una bandera. Flor de la plantación de fuego, el lienzo huía de su propia imagen. Pensando que era por el humo, los muchachos se enjugaron los ojos. Pero la bandera se afirmaba, como prodigio de estrella, mostrando que el destino de un sol es no ser mirado nunca.

Glosario

Amafengu
: designación que los sobrevivientes de la tribu abambo se daban a sí mismos. «Los abambos fueron una numerosa y poderosa tribu bantú, de Natal. Derrotados y cruelmente perseguidos por otras tribus, se volvieron errantes, llegando a ser conocidos como
fingos
. Buscaron refugio en otras tribus, reduciéndose a un completo estado de servidumbre [...]. De 250.000 quedaron unos 35.000, que se dedicaron a la agricultura y a la crianza de ganado.» Antonio Cabral, 1975.

Baba
: señor, padre, forma de tratamiento que se reserva a los más viejos.

Chimandjemandje
: ritmo musical, danza.

Chissila
: mal de ojo.

Cocorico
: gallo.

Concho
: canoa, embarcación.

Iripo, iripo / Ngondo iripo:
canción de lucha de liberación nacional que anuncia la llegada de los guerrilleros.

Kongolote
: cochinilla de tierra, milpiés.

Machamba
: plantación.

Mafurreira
(Trichilia emética)
: árbol de madera dura, útil en ebanistería. Con sus semillas se fabrica un aceite comestible y jabón.

Marrabenta
: danza del sur de Mozambique, en la que las piernas realizan constantes bamboleos.

Mesire
: tratamiento de respeto.

Mezungo
: hombre blanco, señor.

Mulala
: raíz de una planta (
Euclea natalensis
) que se usa para la limpieza de los dientes y que tifie de naranja los labios y encías de los que la utilizan habitualmente.

Mussodja
: soldado, guerrillero (término formado por la palabra inglesa
soldier
).

Ndoé
: pez anfibio que en los periodos de secas vive enterrado en el lodo.

Pide
: miembro de la PIDE (Policía Internacional de Defensa del Estado), la temible policía secreta de la dictadura salazarista.

Sacudu
: mochila; el término fue llevado por los guerrilleros del Frelimo (Frente de Liberación de Mozambique), que fueron entrenados en Argelia, a partir de la palabra
sac-au-dos
.

Shote-kulia
: orden de mando, compás de marcha militar, equivalente a «derecha-izquierda».

Xikaka
: colono, portugués de categoría social inferior.

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